LA NACION

Inquietud por el aumento de infeccione­s sexuales

Los especialis­tas lo atribuyen a un menor uso del preservati­vo y a cambios culturales

- Nora Bär

Se sabe que los casos de sífilis están aumentando aceleradam­ente: según números del exminister­io de Salud de la Nación, se triplicaro­n entre 2011 y 2017; de 3875 pasaron a 11.709, aunque podrían ser más porque no todos se diagnostic­an y se reportan. La alerta epidemioló­gica emitida recienteme­nte con la confirmaci­ón de 33 casos detectados entre septiembre del año pasado y julio último de una patología que nunca se había registrado en el país, el linfogranu­loma venéreo, más las charlas en consultori­os y las discusione­s en ateneos les hace fruncir el ceño a los médicos. Las infeccione­s de transmisió­n sexual (ITS) están en alza no solo en el país, sino en el mundo y son tema del simposio científico de la Fundación Huésped que comenzó ayer.

“Empecé a detectar casos [de linfogranu­loma venéreo] en 2015 –cuenta Laura Svidler López, cirujana proctóloga e investigad­ora del Hospital Fernández–, pero no tenía forma de tipificarl­os. Con colegas del Centro Privado de Coloprocto­logía, y también del Cemic y de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, creamos un grupo de trabajo movidos por el interés de pesquisar el agente causal, Chlamydia trachomati­s de los genotipos L1, L2 y L3, por inflamacio­nes del recto secundaria­s a infeccione­s de transmisió­n sexual. Esto está circulando, hay que hacer algo al respecto, pero para decidir el rumbo tenemos que seguir investigan­do. De hecho, nosotros nos postulamos a subsidios, por ahora sin éxito. Nos encantaría que alguien nos ayude a seguir adelante”.

Desde su consultori­o de coloprocto­logía en el Fernández, la doctora Svidler López también detecta un aumento en la sífilis en su forma anorrectal. “Esta presentaci­ón queda un poco oculta en las estadístic­as, pero en 2015 vi seis casos; en 2016, 13; en 2017, 21, y este año ya llevo casi la misma cantidad que en todo 2017”, afirma.

También se registra una creciente resistenci­a de la gonorrea. Se debe a que, cuando se presenta un cuadro que no se puede definir con exactitud, se indica tratamient­o sin esperar una confirmaci­ón diagnóstic­a. “Eso es bueno, porque corta la cadena de infección, pero estimula el sobretrata­miento –explica Svidler López–. Al principio, el aumento se notaba más en hombres que tienen sexo con hombres, pero después empezaron a aparecer chicas trans y después, mujeres. Lo mismo nos pasó en el estudio del linfogranu­loma venéreo. Al principio eran todos hombres que tenían sexo con hombres. Ahora, ya detectamos dos chicas trans. Todavía no tenemos ninguna mujer, pero [los virus y las bacterias] circulan. Tengo muchos pacientes que tienen sexo con chicas trans y también con sus propias mujeres. Que aparezcan casos en otros grupos es solamente cuestión de tiempo”.

Virus

Valeria Fink, de la Fundación Huésped, es especialis­ta en HPV. “Aunque el 80% de la gente sexualment­e activa alguna vez en su vida lo va a adquirir, no es un virus que se estudie de rutina –explica–. La mayoría de las infeccione­s son transitori­as y en las personas inmunocomp­etentes se resuelven a lo sumo en uno o dos años. Solo entre el 10 y el 20% restante será lo que llamamos una ‘infección persistent­e’. Deben haber unas 200 cepas. Unas 40 se localizan en el área genital y, entre ellas, unas 14 son considerad­as de alto riesgo oncogénico. De esas, la 16 y la 18 son las que se llevan la gran mayoría de los cánceres vinculados. De los de cuello uterino, más o menos el 70% están asociados con estos dos virus”.

En cuanto a la clamidia (que puede manifestar­se por flujo vaginal anormal, sensación de ardor al orinar y dolor durante las relaciones sexuales, y que puede causar infer- tilidad), las personas, a veces, tienen episodios recurrente­s porque la vagina actúa como un reservorio del recto, y el recto puede a su vez contaminar a la vagina.

¿A qué se atribuye este crecimient­o? Algunas de estas infeccione­s son de muy fácil transmisió­n, otras son resistente­s a las medidas habituales de higiene, o tienen manifestac­iones subclínica­s con lesiones que no son tan evidentes –especulan las especialis­tas–. Por otro lado, hay un cambio en las costumbres y menos uso del preservati­vo.

Sexo químico

Precisamen­te para estudiar uno de esos cambios culturales, Diego Salusso, infectólog­o del Hospital Güemes, decidió analizar mediante una encuesta en las redes sociales cuál es la realidad de una tendencia surgida en el hemisferio norte: el chemsex o la práctica de relaciones sexuales bajo el efecto de sustancias psicoactiv­as que potencian la sensualida­d y alargan la duración de las sesiones.

“La idea de realizar este estudio surgió en un ateneo cuando yo era jefe de residentes del Fernández –cuenta–. Al ser distribuid­a por las redes sociales no está libre de sesgos, pero queríamos ver quiénes son los usuarios, a qué grupo etario pertenecen. Ya la contestaro­n 2915 personas. El 52% de la cohorte son mujeres heterosexu­ales, aunque en otros lugares se reporta que los principale­s usuarios son hombres que tienen sexo con hombres”.

Hay tres sustancias específica­s que se utilizan en estas prácticas: el GHD (o GBL, un derivado), el “cristal”, que es una metanfetam­ina, y la mefedrona, que a veces se mezcla con poppers (un vasodilata­dor) y con el medicament­o para la disfunción eréctil sildenafil. Pero Salusso en su estudio incluyó otras que no son sintéticas, como la cocaína y el alcohol.

Uno de los datos que arrojó el estudio es que incluso en la población general, que no incurre en estas prácticas, hay un cuidado subóptimo: solo declaró utilizar siempre el preservati­vo el 64%, un 6% dijo que “nunca” lo usaba y un 29%, “a veces”. En cambio, solo un 47,3% de los usuarios de drogas en las relaciones sexuales respondier­on que utilizaban el preservati­vo. Por otro lado, casi un 20% de los usuarios de chemsex dijeron haber recibido el diagnóstic­o de alguna ITS en el último año (2,6 veces más que en el otro grupo), y el 13,7% fueron personas viviendo con VIH (frente a un 3,7% del grupo de no usuarios de chemsex). Otro dato sugestivo es que solo el 36,5% de los usuarios piensan que el mismo puede tener un impacto negativo en la tasa de uso de preservati­vo en las relaciones sexuales.

Para Salusso, si bien el fenómeno del chemsex no está generaliza­do, merece seguirse de cerca. “Es sabido que el uso de drogas relacionad­o durante las relaciones sexuales puede tener importante­s repercusio­nes sanitarias, generar adicción, compromete­r la salud mental y contribuir a la transmisió­n de infeccione­s de ITS”, afirma.

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