Lunfardo. De hacer “fiaca” a “estar pila”, la evolución va del tango a la cumbia
Lejos de perecer, el argot vive una ebullición; los menores de 25 años son los principales creadores de nuevas palabras
¿Cómo muta su difusión de unos géneros a otros? “Es habitual que los letristas de la canción popular urbana empleen el mismo modo de hablar que su público. Y no al revés, como pretendía Borges cuando dijo que los letristas de tango adoctrinaban al pueblo en el uso del lunfardo. El pueblo es el que agranda el idioma y los escritores que recrean el habla popular casi nunca inventan palabras: se las copian a la gente común”, explica el poeta, ensayista y doctor en Letras Oscar Conde. Profesor titular de la única cátedra de lunfardo en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y autor de libros y del Diccionario etimológico del lunfardo, Conde señala que “los creadores de palabras, tanto aquí como en el mundo, son, en el 99% de los casos, menores de 25 años; aunque de sus invenciones solo perdura una cuarta parte”.
El experto explica que el lunfardo es un argot, un vocabulario popular compuesto por palabras y expresiones utilizadas en oposición al español estándar y nacido hacia 1870 en las principales ciudades de la cuenca del Plata: Buenos Aires, Montevideo, La Plata y Rosario. “Al hablar de oposición, me refiero a que los hablantes saben que en español se dice ‘no te pases’, pero eligen decir ‘no te sarpes’; o que existe la palabra problema, pero prefieren bolonqui”, aclara.
El lunfardo tuvo como centro neurálgico Buenos Aires y luego amplió sus horizontes al país entero y a los limítrofes. “Hoy, los jóvenes siguen generando palabras o resucitando lunfardismos sin que lo sepan, que aparecen en el freestyle, en la cumbia ‘no cheta’ y en las redes. No hay palabras exclusivas de la cumbia ni esta es hoy ya, como hace 15 años, gran reservorio de este léxico, pero sí hay cierto vocabulario de la llamada cumbia villera en las letras: aguante, guachín, ortiba, fumanchear, dar masa, estar pila”, indica el escritor.
Vinculado a la inmigración europea que llegó a la Argentina entre 1870 y 1920, inicialmente el lunfardo se conformó de préstamos lingüísticos y luego su utilización por parte de los letristas del tango le dio una difusión extraordinaria. “Pero no todas las letras de tango contienen lunfardismos ni su existencia dependió de esta asociación natural entre dos fenómenos (el tango y el lunfardo) que nacieron en un mismo contexto”, puntualiza Conde. En los comienzos, el léxico se caracterizó por la incorporación de xenismos de diverso origen, preponderantemente itálicos.
Otilia Da Veiga, presidenta de la Academia Porteña del Lunfardo, explica que el lunfardo lo define que “somos italianos que hablamos español; lo revelan la fonética y la entonación, a veces la sintaxis e infinidad de vocablos. Los primeros lunfardismos aparecen en la literatura en 1887 y venían del lenguaje de la campaña: chafe, chucho, casorio, escabiar”.
Conde, que también integra la Academia, aporta otros ejem- plos: “Del toscano (el italiano estándar) se tomaron fangote, sanata, coso, fiaca, birra. Del genovés, bacán, bagayo, chanta, salame. Del piamontés deriva mersa; del véneto, mufa; del napolitano, laburante; del siciliano, cucuza. Del gergo, pibe, yuta, morfar”.
“Pero sería un error pensar que todos los préstamos son italianos. Del francés proceden fifí, franela, partusa, marote. Del inglés, dequera (deformación de take care), espiche o el híbrido a full. Del portugués, chumbo, pispear; del portugués de Brasil, mango, bondi; del idish, tuje, y hay africanismos como tango, quilombo o chongo. El español popular, sobre todo el caló (habla gitana), aportó afano, camelo, gil, fulero, chamuyar, chorear, junar, rajar, y el gallego, vocablos como barullo y chantar. También hay lunfardismos tomados de las lenguas de los pueblos originarios, como pucho, ñaupa o pilcha”, matiza el académico.
El escritor afirma, no obstante, que con estos préstamos no se llega “ni al 30% del vocabulario lunfardo. Hay centenares de términos que nacieron de palabras españolas por cambios de sentido: tronco, denso, caber, vigilante; o de forma: tano, argento, fulbito, atriqui, milanga; o por juegos idiomáticos (tragedia por traje, solari por solo, lenteja por lento). A esto se suma el vesre (ajoba, cheronca)”.
Da Veiga añade que el viejo lunfardo reapareció a posteriori con términos “en las letras del rock y la cumbia: cafúa, guita, pibe, que han resistido un siglo en boca de los porteños, en tanto que se agregaron otros, como villero, porro, morocha, apretar o bailanta”.
Unos 6000 términos conforman el léxico lunfardo, más las locuciones. La Academia Porteña se encarga del seguimiento, rescate y estudio de este vocabulario. La institución se creó en 1962 a instancias del escritor José Gobello y en la actualidad cuenta con 28 académicos de número y otros en provincias y en países como España, Francia o Italia.
¿Qué define al lunfardo de hoy? Conde señala que ya no se trata tanto de préstamos (muchas palabras que derivan del inglés son de uso generalizado internacionalmente, por lo que no serían lunfardismos), sino de términos o expresiones que se adoptan en la región rioplatense, “y cuando el usuario es consciente de una tensión jerárquica con el español estándar y la elección de dicha palabra le permite expresar matices que jamás conseguiría con el vocablo neutro”.
La lingüista y docente Andrea Bohrn lleva varios años estudiando la descripción gramatical del lunfardo. Según ella, “aún queda mucho por analizar sobre el funcionamiento y la estructura de su léxico”. La investigación doctoral de Bohrn abarca el vesre, la paronomasia (decir graciela por gracias, por ejemplo), los formantes de origen italiano (caro+oli= caroli) y la formación de verbos a partir de unidades lunfardas como botón=botonear. “No son fenómenos creados de manera artificial por los hablantes ni actos irregulares y arbitrarios, sino que responden al sistema gramatical del español rioplatense”, señala.
“Usamos infinidad de palabras lunfardas cotidianamente aunque no lo sepamos, porque el lunfardo lleva ya más de un siglo de existencia”, concluye la investigadora.