LA NACION

La zapatilla, objeto de deseo y símbolo de identidad

El calzado deportivo protagoniz­a la mayor revolución en la industria de la moda desde la irrupción de los jeans, y hasta las marcas más exclusivas apuestan a ese rubro

- Texto Carmen Mañana | Fotos AFP

GGrand Palais, París, 6 de marzo de 2018. Chanel convierte este monumento histórico en un bosque para presentar su colección otoño-invierno 2018-2019. En primera fila, sentadas sobre bancos rústicos de madera, se codean clientas multimillo­narias, los directores de las revistas de moda más prestigios­as del mundo, compradore­s de grandes almacenes y celebritie­s varias. Sobre sus regazos relucen bolsos de 6000 euros y en sus muñecas, relojes que cuestan lo mismo que un coche de gama media. Unos centímetro­s por debajo, a los pies de la alfombra de hojas que hace la vez de pasarela, se despliega un catálogo de zapatillas deportivas: desde Nike hasta modelos de la marca que desfila a razón de 800 euros el par. Y pese a que se otean tacones de aguja, una panorámica rápida confirma que las zapatillas dominan el front row. Porque, aunque hace años que traspasaro­n las puertas de los gimnasios para conquistar la calle, ahora son cool, lo más, el nuevo motor de un sector del lujo, en el que todas las marcas compiten ferozmente para que la suya sea la sneaker (como se dice en los EE.UU.) de la temporada.

Mire su propio armario. Fíjese en el subte o en la calle. Y si es usted un lord británico o vive en un convento, confíe en la estadístic­a: las ventas de calzados deportivos crecieron el año pasado un 10%, hasta alcanzar los 30.000 millones de euros, mientras que las de bolsos –hasta ahora el rey de los complement­os– lo hicieron solo un 7%, según datos de la consultorí­a Bain & Co. Asistimos a la sneakeriza­ción de la sociedad: una tendencia que ha llegado para quedarse y que ha transforma­do no solo la estética global, sino también toda la industria textil, como en su momento hicieron los jeans.

Este fenómeno constituye, además, la punta de lanza de otra corriente global: el auge de lo sport, el streetwear y, en su vertiente más radical, el chandalism­o, que triunfa de Prada a Zara entre el público general. En otras palabras, la deriva hacia una forma de vestir cada vez más informal, de pies a cabeza.

Como cualquier otro hito en la historia de la moda, el boom de las deportivas es tal porque se ha propagado de forma transversa­l. Su uso se ha normalizad­o en todas las franjas de edad, estilos y clases. De una competició­n de skate a la junta de accionista­s de una startup.

Las usan niños y abuelos, entregados por igual a su comodidad. Tampoco distingue entre géneros. Aunque la incorporac­ión a sus filas de las mujeres de entre 30 y 50 años, “las más reticentes, pero también el nicho de consumidor­es más potentes”, ha sido determinan­te en su expansión, según expertos como Rocío Ortiz de Bethencour­t, directora del Istituto Europeo di Design. Un dato que no deja de ser irónico, teniendo en cuenta que fueron ellas precisamen­te las que consiguier­on que las sneakers traspasara­n por primera vez los límites definidos por sus áreas de influencia tradiciona­l: deporte, juventud y música.

Ya en los 70, las Adidas Superstar y las Puma Clyde se convirtier­on en íconos de moda urbanos, pero la verdadera revolución no comenzó hasta principios de los 80. “Entonces, las huelgas de transporte en Nueva York obligaron a las mujeres a llevar los zapatos en el bolso y a calzarse las zapatillas para ir caminando al trabajo. No hubo marcha atrás”, recuerda Ellen Lynch, profesora de Diseño de Accesorios en el Fashion Institute of Technology de Nueva York, uno de los centros docentes y de investigac­ión más respetados de la industria de la moda. La imagen de esas ejecutivas en traje y Reebok blancas quedó grabada para siempre en el imaginario colectivo gracias a películas como Secretaria ejecutiva (1988), confiriénd­ole esa pátina nostálgica que tanto vende hoy y que ha amparado el resurgir de firmas como Fila, Vega o New Balance.

Sin embargo, el origen de este boom no está en la incorporac­ión de la mujer al mercado laboral, sino en su creciente peso dentro del deporte amateur: del running al crossfit. La industria textil, lastrada entre otros motivos por la saturación del sector femenino, vio en el segmento deportivo –“poco o nada explotado”– una oportunida­d para crecer fácilmente. Y la explotó. Empezando por gigantes como Nike. La multinacio­nal estadounid­ense lanzó el pasado febrero una línea exclusivam­ente femenina –Unlaced– y espera que los artículos destinados a mujeres superen el 28% de su facturació­n en dos años.

Así, “las zapatillas entraron en los armarios de muchas mujeres por el gimnasio, pero empezaron a ganar espacio dentro de ellos gracias a las pasarelas y a las revistas, que, poco a poco, fueron haciéndole­s ver que podían llevarlas y estar igual de estupendas con un vestido o un collar de perlas, en una cena, una cita o paseando al perro”, como confirma la directora del IED. Y aunque parezca increíble al ver a la reina Letizia o a Angela Merkel con calzados deportivos, en este cambio de mentalidad ha pesado y mucho la cultura hip-hop.

Sinergia con el mundo musical

Fueron el uniforme de grafiteros y raperos en los 80, un símbolo de identidad tan fuerte que hasta Run-DMC les dedicó un tema en 1986, el hit “My Adidas”, que devino en un contrato de patrocinio de un millón de dólares con la firma de calzado.

“Hicimos una gran inversión, pero ellos terminaron generando ventas por valor de 100 millones a lo largo de los cuatro años siguientes”, explicaba el entonces director ejecutivo de la marca, Angelo Anastasio. Esta productiva sinergia abrió la puerta a una innumerabl­e lista de colaboraci­ones. Hoy no hay gran estrella del rap sin su deportiva: Jay-Z y 50 Cent llegaron a acuerdos con Reebok; Wu-Tang, con Fila, y Nicki Minaj, con Jeremy Scott. Aunque el más prolífico ha sido Kanye West: se estrenó en 2009 con unos diseños que rondaban los 1000 euros para aquel Louis Vuitton capitanead­o por Marc Jacobs; después se convertirí­a en el primer no deportista en poner su firma en unas Nike, las Air Yeezy, que agotaron existencia­s tres veces. Y hace cuatro años debutaba con Adidas.

Es esta aristocrac­ia del hip-hop la que transgredi­ó los códigos de vestimenta y confirió a la zapatilla –y al jogging– la categoría necesaria para integrarse en el ámbito formal: entregas de premios, galas… y de ahí a la oficina, debieron pensar en Silicon Valley, reino de los bits y la T-shirt. Fue solo el comienzo.

El año pasado, por primera vez, la compra de zapatillas de streetwear creció más que la de calzado técnico: un 9% frente a un 8,4%, según datos de Euromonito­r Internacio­nal. Aunque hay un dato que dibuja mejor que cualquier foto la situación actual: “La venta de zapatos de tacón cayó un 12% mientras que la de deportivas para mujer creció un 37%, según distintos estudios”, apunta Elizabeth Semmelhack, conservado­ra senior del Museo del Calzado Bata, en Toronto, y autora de Out of the Box: The Rise of the Sneaker Culture (Rizzoli). La profesora Ellen Lynch confirma el sorpasso estético. “Cuando ves a las modelos con zapatillas en las pasarelas, es que definitiva­mente han sucedido a los tacones como calzado de moda y eso, por sí solo, es un hito”.

Las sneakers también han agitado la moda masculina. Durante 2017, la tienda online Mr. Porter –una de las más grandes del mundo– multiplicó por cuatro sus ventas. Como explica Semmelhack, “a lo largo de la historia se ha esperado que el hombre reprima su personalid­ad en el vestir, pero las zapatillas les han dado la oportunida­d de expresar su individual­idad fácilmente, sin tener que compromete­r todo su look”. Tanto es así que se han convertido en su accesorio estrella, por encima incluso del reloj, según Luis Sans, propietari­o de la prestigios­a boutique barcelones­a Santa Eulalia. “Son el equivalent­e masculino al it bag, ese bolso que cada temporada es el más deseado y funciona como símbolo de estatus. Hoy sabés si a un chico le gusta la moda o no por las zapatillas que lleva: puede ir con unos jeans y una camiseta negra, pero sus zapatillas son una declaració­n de intencione­s”, apunta el empresario.

Hablan de sus gustos estéticos, musicales y también de su capacidad adquisitiv­a. Porque, en la última etapa de su invasión

Ya en los 70, las Adidas Superstar y las Puma Clyde se convirtier­on en íconos de la moda

De Chanel a Louis Vuitton, la industria del lujo ahora también compite ferozmente

mundial, se han convertido en uno de los principale­s motores y esperanzas de la industria del lujo, esa que presume de sustentars­e en la tradición, la artesanía y la exclusivid­ad. De Chanel a Louis Vuitton, pasando por Dior, Valentino o Balenciaga, todas compiten ferozmente por lanzar la it sneaker de la temporada. No solo eso. Según Sans, hoy no se considera que un diseñador de hombre ha triunfado hasta que no ha conseguido lanzar una zapatilla icónica, que haga subir las ventas y el posicionam­iento de la marca como la espuma. Y aunque ninguna facilita datos sobre su distribuci­ón y beneficios, la fiebre por este tipo de zapatillas solo es comparable al del programa de TV “Fenómeno fan”.

A principios de temporada, Sans recibió 25 Triple S, de Balenciaga, un diseño a medio camino entre un modelo ortopédico soviético y las plataforma­s de las Spice Girls. Se agotaron en 33 minutos: inmediatam­ente después de colgar su imagen en Instagram, la gente comenzó a llamar y a escribir para reservarla­s con ansiedad apocalípti­ca. Cuestan 650 euros y no son, ni de lejos, las más caras del mercado.

Un par de Louboutin –decoradas con cristales– puede alcanzar los 2500 euros. Y ediciones limitadas, como las Chanel × Pharrell Hu Race Trail o las Nike Air Jordan 3 Retro DJ Khaled Grateful, superan los 8500. Aunque estas últimas estarían dentro del territorio del coleccioni­smo, un sector que ha construido su leyenda gracias a las historias de jóvenes que hacen cola durante días para conseguir un modelo nuevo o pujan por un diseño legendario como si se tratase de una pieza de arte. Ya sea para adorarlo en una caja o venderlo. Según Forbes, los coleccioni­stas mueven 850 millones de euros al año en el mercado de segunda mano. Por ejemplo, un par de Air Jordan originales de 1985 cuestan hoy en torno de 3000 euros. Y Juan Pedro Tur, propietari­o de una de las coleccione­s más importante­s de España, aún se lamenta por haberse desprendid­o de ellas cuando era un adolescent­e, como tantos otros. A sus 49 años, Tur tiene 1530 pares, de los que 500 nunca han pisado el suelo.

“Son un producto de diseño contemporá­neo que mezcla tecnología y cultura popular, y en el que la parte emocional también juega un papel determinan­te, porque cuentan historias. Además, la caza es casi tan estimulant­e como la recompensa”, explica.

Puerta de entrada al lujo

El de las zapatillas de lujo no es un fenómeno nuevo, pero sí en crecimient­o exponencia­l. En 2013, el diseñador Raf Simons convirtió su colaboraci­ón con Adidas en un prodigio de ventas. Un año después y al frente de Dior, lanzaba unas bordadas con cristales que revolucion­arían el sector. A partir de este momento, las reinterpre­taciones de estos modelos por parte de falsificad­ores y marcas low cost se dispararía­n, populariza­ndo estos diseños de vanguardia.

En 2016, la versión de Vetements de las Instapump Fury, de Reebok (600 euros), dio el pistoletaz­o de salida a la carrera por la it sneaker. Y este invierno Louis Vuitton subía la apuesta al abrir una tienda efímera en el Soho neoyorquin­o dedicada exclusivam­ente a su colección de deportivas. Una decisión que dejaba clara la importanci­a de esta división de negocio en la centenaria maison. Pero, por si cabía alguna duda, el pasado marzo la casa francesa nombraba director creativo de su línea masculina al estadounid­ense Virgil Abloh, famoso, entre otros talentos, por sus exitosas colaboraci­ones previas con Nike y Converse.

Las zapatillas son, además, la perfecta puerta de entrada al lujo para los millennial­s, esa generación nacida en la década del 90 y que el sector intenta captar desesperad­amente a sabiendas de que, en siete años, representa­rá el 40% de sus compradore­s, con sus propios ingresos o los de sus padres. Sin dejar de lado su nada despreciab­le influencia sobre los consumidor­es más maduros y supuestame­nte clásicos. “Los de 50 quieren parecerse a los de 30”, sentencia Ortiz de Bethencour­t.

La relevancia de las sneakers es tal en la industria del lujo que, en palabras de la profesora Ellen Lynch, ninguna marca pueda permitirse no contar con ellas en sus coleccione­s. Ni siquiera aquellas que se han hecho famosas por encarnar los valores de la zapatería artesanal, como la italiana Salvatore Ferragamo o la francesa Robert Clergerie, una de las últimas en sucumbir. Aunque ha resistido hasta hace seis meses, de la mano de su nuevo director creativo, David Tourniaire-Beauciel, ha decidido lanzar un modelo de rafia tejido a mano, eso sí. La razón: “Clergerie es todavía muy conocida y tiene una buena reputación, pero quiero que resuene aún más, también entre gente joven que no la ha conocido en sus inicios”.

Paul Andrew, que pasó de ser director de complement­os a responsabl­e de toda la línea femenina de Ferragamo en octubre de 2017, va aún más allá. “Nuestro horizonte de crecimient­o se disparará con su incorporac­ión a nuestro catálogo. El mundo ha cambiado y resistirse a adaptar la oferta es un suicidio”.

Este nuevo escenario está forzando también una transforma­ción en el tejido productivo. La mayor parte del calzado técnico sigue fabricándo­se en Asia, y las distintas polémicas sobre las condicione­s laborales en las que se manufactur­a aún lastran la imagen de las marcas. Pero las zapatillas de calle resisten en Europa, donde España es, tras Italia, el segundo productor y exportador de calzado, y, por lo tanto, uno de los principale­s espejos de la sneakeriza­ción. La Federación de Industrias de Calzado Español (FICE) no maneja datos recientes sobre la fabricació­n de deportivas, pero su director de marketing y vocero, Imanol Martínez, sí confirma que las empresas especializ­adas en vulcanizad­o y termosella­do –dos técnicas que requiere este calzado– han aumentado su rendimient­o considerab­lemente.

Las zapatillas no son más difíciles ni caras de fabricar que un zapato tradiciona­l, aunque sus suelas, con cámaras de aire, muelles y demás innovacion­es, requieren una inversión mayor. El problema es que no todas las empresas poseen la tecnología o el conocimien­to para desarrolla­rlas.

“La crisis ha hecho que la industria española sea muy flexible. Si una marca no puede hacerlas, subcontrat­a su elaboració­n. Sabemos que una mala orientació­n en la oferta una temporada te hunde”, argumenta Martínez. Aun así, puede que tanto España como el resto de los productore­s se vean obligados a tomar medidas más profundas. La demanda sigue aumentando y se satisface, en parte, gracias a las importacio­nes, que en nuestro país se han duplicado desde 2006, según datos del Instituto de Comercio Exterior.

“Seguirán fabricándo­se y llevándose tacones, claro. Pero una vez que se ha probado la comodidad, resulta muy difícil renunciar a ella. Es como la maleta con ruedas. ¿Cómo podíamos vivir sin ella?”, concluye Ortiz de Bethencour­t. Tal vez la fiebre remita, pero todos –expertos, industria y marcas– coinciden en que no es una moda pasajera, sino un camino que no se puede desandar. © Ediciones El País. 2018

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Afp En las grandes pasarelas, una presencia ya habitual
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