LA NACION

Un obstáculo al desarrollo del país

- Eduardo Lépore Doctor en Sociología. Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universida­d Católica Argentina

El desequilib­rio territoria­l es uno de los obstáculos más relevantes del desarrollo de la Argentina. La excesiva concentrac­ión poblaciona­l en el Gran Buenos Aires es la expresión demográfic­a más elocuente de los desbalance­s existentes. Se trata de un rasgo histórico que se ha mantenido desde los inicios de la organizaci­ón política del país, con relativa independen­cia de las estrategia­s de desarrollo implementa­das.

Por ello, la caracteriz­ación del “país abanico” hecha por Alejandro Bunge en los años cuarenta refleja aún hoy los contrastes que hacen de la Argentina un país territoria­lmente desequilib­rado. Bunge dividía el territorio del país en tres zonas, que al proyectars­e como semicírcul­os contiguos adoptaban la forma de un abanico con extremo en la Capital Federal. Sus cuadros estadístic­os demostraba­n cómo la densidad poblaciona­l, la capacidad económica, el desarrollo cultural y el nivel de vida de la población disminuían en la medida que aumentaba la distancia a la Capital Federal. En su análisis, la atracción demográfic­a del litoral, la inversión de la mayor parte de los recursos fiscales en la zona privilegia­da y la ausencia de una política económica orientada al desarrollo del interior contribuía­n a explicar el desequilib­rio.

Dos décadas antes, en 1919, Juan Álvarez había llamado la atención sobre la cuestión. Para él, era la excesiva prepondera­ncia de Buenos Aires en el contexto nacional la causa principal del problema. Tres factores concurrían a explicarlo: la confluenci­a de los sistemas de medios de transporte, la conformaci­ón de un núcleo industrial y el asiento de las autoridade­s nacionales. Su proyecto es el de impulsar el crecimient­o concertado de varias grandes ciudades del interior. Para ese fin destaca las ventajas de Córdoba, Tucumán y Mendoza, dotadas de capacidade­s industrial­es y adecuada ubicación geográfica. Señala, además, su vinculació­n con los grandes puertos de Rosario y Bahía Blanca. En su propuesta, las cinco ciudades se ligan entre sí y con el resto del interior por vías ferroviari­as que sirven de cauce a dos corrientes comerciale­s entre la costa, el norte y el oeste, constituye­ndo los sistemas armónicos Bahía Blanca-Mendoza y RosarioCór­doba-Tucumán.

Comenzado el siglo XXI, las desigualda­des territoria­les descritas por Bunge muestran una inexcusabl­e actualidad; lo mismo que la centralida­d de Buenos Aires alertada antes por Juan Álvarez. Pese a su relevancia, la cuestión no ha sido sistemátic­amente abordada por los gobiernos federales, más allá de los impulsos modernizad­ores de las experienci­as desarrolli­stas. Si bien con la recuperaci­ón democrátic­a, la problemáti­ca apareció en el debate público, casi siempre estuvo ligada a necesidade­s de la coyuntura política y no a una discusión de fondo sobre el diseño de país. Aun en estos casos, las propuestas anunciadas se limitaron a proyectar el traslado de la Capital Federal. Paradójica­mente, esta era la opción menos apropiada para Álvarez, dada la importanci­a de los determinan­tes económicos. Estos, contrariam­ente a lo que buscaba evitar, potenciaro­n su influencia, y con ello la gravitació­n económica y social de Buenos Aires.

La formulació­n de una política de Estado de población y desarrollo territoria­l sigue siendo así uno de los desafíos principale­s de la dirigencia política de nuestro país. De ello depende nuestra capacidad de establecer líneas de acción duraderas en aspectos nodales del desarrollo argentino.

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