LA NACION

› Los All Blacks hacen del deporte un arte

Jorge Búsico

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el basquetbol­ista José Ignacio Pepe Sánchez encontró una certera frase para definir a su genial colega Emanuel Ginóbili: “Él cambia el paisaje. El resto somos el paisaje”. La misma sentencia puede aplicarse a los All Blacks. Los ingleses inventaron el juego y son los que más dinero tienen, los australian­os son los que más saben de tácticas y estrategia­s, los sudafrican­os son los más fuertes, los galeses, irlandeses, escoceses y argentinos son sinónimos de entrega, pero todos esos selecciona­dos forman parte del paisaje: los que lo cambian son los neozelande­ses. Uno de los grandes secretos es la pasión que se encuentra por el rugby en el país de los bicampeone­s del mundo. Como alguna vez lo definió el ex All Black Michael Jones, fabuloso tercera línea de las décadas de 1970 y 1980: “En Nueva Zelanda crecer jugando al rugby es como una misión”.

Los Pumas tendrán el lujo de enfrentarl­os por 12a vez desde el 2011 –dos por Copas del Mundo y diez por el Rugby Championsh­ip– en la madrugada de pasado mañana, a las 4.30 de nuestro país, en Nelson, y los visitarán luego de dos demostraci­ones soberbias de los All Blacks, ambas ante los Wallabies. Todos aquellos que no los hayan visto, tómense 80 minutos para ver cómo el deporte se transforma en arte. Porque eso es lo que hacen los neozelande­ses, consiguien­do la pelota y luego corriendo hacia adelante y pasándosel­a de todas las maneras posibles. Hay locura por pasarse la pelota. Hay belleza en cada movimiento.

Todo eso, claro, no nace de la nada. Nueva Zelanda tiene la mejor organizaci­ón que existe en el rugby actual. Son distintos escalafone­s que construyen una base cuya pirámide son los All Blacks: colegios, clubes, academias, franquicia­s, selecciona­do. Mujeres y hombres no solamente juegan al rugby desde la infancia, sino que lo sienten al juego. Y lo que más escuchan en sus comienzos es “skills” (destrezas), muchísimo antes de entrar en un gimnasio. Nadie saltea escalafone­s y no hay ningún todo poderoso ni conflictos de intereses en los negocios. Eso debería mirar más la Argentina –antes que no llamar a los que están en el exterior– si quiere copiar en algo al país de oceanía. Pero bueno, el rugby argentino vive en este país y no en otro.

La pasión ya viene en la sangre, como se apuntó, pero en el alto nivel los All Blacks trabajan especialme­nte en lo mental. Tienen en Gilbert Enoka, manager del área de Liderazgo y Aptitudes Mentales, a alguien que les traza el norte. Dice Enoka, por ejemplo: “Nuestra mente es bastante difícil de controlar. Cuando la dejamos vagando entra en el modo de resolución de problemas y detección de amenazas, lo que puede llevar a la ansiedad”.

Tras la partida de Wayne Smith el año pasado, Enoka ha quedado como el hombre más influyente en los All Blacks, incluso tanto como el head coach Steve Hansen. Enoka, quien nunca jugó al rugby, que practica el Bikram Yoga (a 42 grados durante 90 minutos) y que se relaja escuchando “I started a joke”, de los Bee Gees, les lleva a los jugadores la herencia maorí y lo que es la piedra angular de su filosofía: “El equipo se eleva sobre el individuo”.

Los All Blacks son humanos y por ello no son imbatibles. Los Pumas lo intentarán una vez más. Es la única victoria pendiente y, por supuesto, la más complicada de todas. Pero los argentinos también juegan con pasión, porque la traen de sus clubes. Y algún día lo lograrán. ¿Quizás este sábado? Veamos y disfrutemo­s que juegan frente a los que cambian el paisaje, los que hacen del deporte un arte. Y del rugby una religión.

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