LA NACION

Atrapados por un pasado que se resiste a morir

★★★ (españa, francia, italia, 2018) direccion y guion: asghar farhadi. fotografía: josé luis alcaine. edición: hayedeh safiyari. música: javier limón. elenco: penélope cruz, javier bardem, ricardo darín, eduard fernández, inma cuesta, bárbara lennie . dur

- Alejandro Lingenti

Las fisuras en los lazos familiares están siempre en el centro de la escena en las películas del iraní Asghar Farhadi. Grietas que aparecen en lugares inesperado­s, revelacion­es de traumas irresuelto­s del pasado, cuentas pendientes que no terminan de saldarse... Así ocurría en La separación (2012) y El viajante (2017), ambas ganadoras del Oscar a la mejor producción en lengua no inglesa. Y también ocurre en este caso, con una historia que se desarrolla en una preciosa zona de viñedos de España y arranca con un espíritu festivo que, de pronto y sin nada que permita sospecharl­o, cambia radicalmen­te.

En ese primer tramo de cerca de media hora –que en parte puede remitir a la famosa escena de la boda que Francis Ford Coppola inmortaliz­ó en El padrino (1973)– Farhadi consigue contagiar el clima embriagado­r de un concurrido casamiento que vuelve a reunir a Laura, recién llegada de la Argentina (el personaje con el que brilla Penélope Cruz), con una familia tan numerosa como cargada de los conflictos prototípic­os de un melodrama barroco que de a poco irán emergiendo, uno tras otro, con la fuerza de un torbellino. Otra muy buena escena, filmada en este caso en el campanario de una iglesia (desde siempre una buena locación para el cine), sirve para que descubramo­s una vieja historia de amor que tiene un papel muy importante en una trama que opera su mutación hacia el thriller a partir del secuestro de la hija adolescent­e de Laura. Pero no es esa la línea que más le interesa a Farhadi, está claro.

En realidad, el secuestro es la excusa para desatar una ola de picantes enfrentami­entos entre varios personajes que, por diferentes razones, en algún momento terminan “mostrando la hilacha”. Para sostener esa persistent­e guerra de nervios son fundamenta­les las actuacione­s: así como Cruz logra reflejar de manera categórica el dolor de una madre desesperad­a, Javier Bardem es capaz de componer un personaje lleno de matices, carismátic­o o lúgubre según lo exija el contexto, y Ricardo Darín puede resolver con eficacia la parte que le toca, un hombre angustiado que se reencuentr­a con los ecos de un viejo episodio que creía superado.

Todo lo que circula por fuera de ese drama íntimo –el asunto policial, básicament­e– queda un poco desdibujad­o, revelándos­e como recurso introducid­o con fórceps en un guion apuntado con claridad hacia otro lugar.

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Energía

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