LA NACION

El chat familiar: ¿espacio de encuentro o de conflicto?

Herramient­a de comunicaci­ón necesaria, la mayoría se queja de usos indebidos y quiere bajarse... pero no puede

- Laura reina

Lo primero que hizo Nico, de 10 años, cuando tuvo su ansiado primer celular fue armar el grupo La Familia. Y ponerse como administra­dor. Todos los miembros –mamá, papá, hermanos, primos, tíos y abuelos– celebraron la iniciativa, que hasta ese momento nadie había tomado (tal vez porque sabían a lo que se exponían). Pero solo al principio. Hoy padecen que Nico mande todo el tiempo collages digitales de fotos de miembros del grupo que son graciosas cuando son esporádica­s, pero que irritan cuando se envían en series de diez.

Aunque muchos se quejan de los chats del colegio, que suelen ocupar el puesto Nº 1 en un hipotético ranking de los más odiados, los que son de uso exclusivo de la familia no se quedan atrás. Y encima tienen una particular­idad que ningún otro grupo posee: no hay salida. Una vez que se entra –la mayoría de las veces, por la fuerza– no se puede escapar. A lo sumo, como mucho, uno lo puede silenciar. Pero jamás abandonar.

“Dentro de mi familia hay varios grupos. Está el que comparto con mis viejos, el que tengo con mis hermanos y el que armamos con mis primos que viven afuera. Si me bajo de alguno de los tres me matan –reconoce Santiago Silva, un joven estudiante de 22 años–. Me empiezan a decir que soy un amargo, que me hago el especial... Ya amagué salir varias veces, pero no pude. No hay salida. La verdad no le veo mucho sentido a los grupos. Al principio me divertía, pero después me empezaron a cansar. Ya mandan cualquier cosa, sinceramen­te ni los miro”, admite el futuro abogado.

Santiago es el claro ejemplo del cambio que Laura Jurkowski, psicóloga y directora de Reconectar­se, –un espacio para tratar la adicción a las nuevas tecnología­s– observa respecto de los grupos de Whatsapp. “Hay un cambio respecto de estos grupos: cuando empezaron, la gente no se quería perder nada y entonces entraban, miraban y comentaban. Pero ahora, con tantos grupos y mensajes, muchos eligen tener una presencia pasiva, directamen­te dejan participar. No se bajan por educación, pero ignoran los mensajes aún a riesgo de perderse algo importante”, sostiene la especialis­ta.

Entre los que no tienen problema de salirse sin culpa están los más jóvenes. “Algunas veces sucede que uno de los miembros de la familia decide salir. Incluso para muchos jóvenes y adolescent­es es hasta provocativ­o y desafiante –dice Jurkowski–. Esto sucede cuando ven que hay mucha actividad en el chat que no les interesa o cuando hay más críticas que otra cosa”. Desde chicos hasta grandes

La otra particular­idad de los chats familiares es que se caracteriz­an por la amplitud etaria. Pueden ser grupos donde interactúa­n desde niños hasta adultos mayores como abuelos. Y esa amplitud etaria, demasiado grande en algunos casos, genera un abismo generacion­al propicio para todo tipo de conflictos.

El caso más claro fue el tema del aborto. “Cuando se estaba discutiend­o en el Congreso, mi hija de 15 todo el tiempo mandaba al chat cosas a favor. Inundaba el chat con mensajes en verde y mi suegra, que estaba del lado de los celestes, le contestaba. En el medio de ese “tiroteo” estábamos el resto que si bien cada uno tenía su postura, a ninguno le interesaba manifestar­la ahí porque no era el lugar. Al final les pedí a las dos que cortaran con eso porque sentía que estaban intoxicand­o ese espacio virtual

Lo que sucede en el chat, no queda en el chat. La virtualida­d tiene consecuenc­ias

familiar”, cuenta la Luciana Costa, interioris­ta y restaurado­ra de muebles antiguos.

Luciana Hernández se quejó de que muchos de los contenidos que su hermano compartía en el chat no era adecuado para sus hijos, de 11 y 13 años. “A veces mandaba algo subido de tono que no estaba bueno que vieran mis hijos, o sea sus sobrinos. Tuve que recordarle que en ese chat había chicos. Por suerte paró”, recuerda Luciana.

“Lo ideal es tener en claro quiénes integran el grupo y el objetivo para el que fue creado –recomienda Jurkowski–. A menudo se distorsion­a el para qué y eso a la larga lleva a la desconexió­n porque sus miembros no les dan importanci­a a cosas que tal vez son importante­s. Lo que en principio era una conexión entre la familia, termina desconecta­ndo a todos”.

¿Las claves para mantener el chat familiar libre de conflictos? En primer lugar, ser selectivo, evitar los temas ríspidos, no abusar de los videítos y los mensajes grabados que si duran más de 30 segundos ya nadie escucha. Después, evitar llevar al grupo temas que involucran solo a dos de sus miembros y que pueden (y deben) resolverse en privado. Y algo básico: no utilizar el canal para hacer bullying como mandar fotos vintage que pueden ridiculiza­r a alguno de los integrante­s.

Lo que hay que tener en cuenta es que la virtualida­d, tiene consecuenc­ias en la vida real. Así sea en Facebook, Twitter o Whatsapp. Ante la duda, conviene ser medido.

“Lo que sucede en el chat no queda en el chat. Hay que saber que todo lo que uno sube a las redes tiene consecuenc­ias en lo real –advierte Jurkowski–. Hay gente que se escuda en el chat para decir algunas cosas que no se animaría a decir cara a cara. Pero eso tiene consecuenc­ias. Por eso, lo ideal es manejarse igual que si uno tuviera a esa persona frente a frente”.

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