El chat familiar: ¿espacio de encuentro o de conflicto?
Herramienta de comunicación necesaria, la mayoría se queja de usos indebidos y quiere bajarse... pero no puede
Lo primero que hizo Nico, de 10 años, cuando tuvo su ansiado primer celular fue armar el grupo La Familia. Y ponerse como administrador. Todos los miembros –mamá, papá, hermanos, primos, tíos y abuelos– celebraron la iniciativa, que hasta ese momento nadie había tomado (tal vez porque sabían a lo que se exponían). Pero solo al principio. Hoy padecen que Nico mande todo el tiempo collages digitales de fotos de miembros del grupo que son graciosas cuando son esporádicas, pero que irritan cuando se envían en series de diez.
Aunque muchos se quejan de los chats del colegio, que suelen ocupar el puesto Nº 1 en un hipotético ranking de los más odiados, los que son de uso exclusivo de la familia no se quedan atrás. Y encima tienen una particularidad que ningún otro grupo posee: no hay salida. Una vez que se entra –la mayoría de las veces, por la fuerza– no se puede escapar. A lo sumo, como mucho, uno lo puede silenciar. Pero jamás abandonar.
“Dentro de mi familia hay varios grupos. Está el que comparto con mis viejos, el que tengo con mis hermanos y el que armamos con mis primos que viven afuera. Si me bajo de alguno de los tres me matan –reconoce Santiago Silva, un joven estudiante de 22 años–. Me empiezan a decir que soy un amargo, que me hago el especial... Ya amagué salir varias veces, pero no pude. No hay salida. La verdad no le veo mucho sentido a los grupos. Al principio me divertía, pero después me empezaron a cansar. Ya mandan cualquier cosa, sinceramente ni los miro”, admite el futuro abogado.
Santiago es el claro ejemplo del cambio que Laura Jurkowski, psicóloga y directora de Reconectarse, –un espacio para tratar la adicción a las nuevas tecnologías– observa respecto de los grupos de Whatsapp. “Hay un cambio respecto de estos grupos: cuando empezaron, la gente no se quería perder nada y entonces entraban, miraban y comentaban. Pero ahora, con tantos grupos y mensajes, muchos eligen tener una presencia pasiva, directamente dejan participar. No se bajan por educación, pero ignoran los mensajes aún a riesgo de perderse algo importante”, sostiene la especialista.
Entre los que no tienen problema de salirse sin culpa están los más jóvenes. “Algunas veces sucede que uno de los miembros de la familia decide salir. Incluso para muchos jóvenes y adolescentes es hasta provocativo y desafiante –dice Jurkowski–. Esto sucede cuando ven que hay mucha actividad en el chat que no les interesa o cuando hay más críticas que otra cosa”. Desde chicos hasta grandes
La otra particularidad de los chats familiares es que se caracterizan por la amplitud etaria. Pueden ser grupos donde interactúan desde niños hasta adultos mayores como abuelos. Y esa amplitud etaria, demasiado grande en algunos casos, genera un abismo generacional propicio para todo tipo de conflictos.
El caso más claro fue el tema del aborto. “Cuando se estaba discutiendo en el Congreso, mi hija de 15 todo el tiempo mandaba al chat cosas a favor. Inundaba el chat con mensajes en verde y mi suegra, que estaba del lado de los celestes, le contestaba. En el medio de ese “tiroteo” estábamos el resto que si bien cada uno tenía su postura, a ninguno le interesaba manifestarla ahí porque no era el lugar. Al final les pedí a las dos que cortaran con eso porque sentía que estaban intoxicando ese espacio virtual
Lo que sucede en el chat, no queda en el chat. La virtualidad tiene consecuencias
familiar”, cuenta la Luciana Costa, interiorista y restauradora de muebles antiguos.
Luciana Hernández se quejó de que muchos de los contenidos que su hermano compartía en el chat no era adecuado para sus hijos, de 11 y 13 años. “A veces mandaba algo subido de tono que no estaba bueno que vieran mis hijos, o sea sus sobrinos. Tuve que recordarle que en ese chat había chicos. Por suerte paró”, recuerda Luciana.
“Lo ideal es tener en claro quiénes integran el grupo y el objetivo para el que fue creado –recomienda Jurkowski–. A menudo se distorsiona el para qué y eso a la larga lleva a la desconexión porque sus miembros no les dan importancia a cosas que tal vez son importantes. Lo que en principio era una conexión entre la familia, termina desconectando a todos”.
¿Las claves para mantener el chat familiar libre de conflictos? En primer lugar, ser selectivo, evitar los temas ríspidos, no abusar de los videítos y los mensajes grabados que si duran más de 30 segundos ya nadie escucha. Después, evitar llevar al grupo temas que involucran solo a dos de sus miembros y que pueden (y deben) resolverse en privado. Y algo básico: no utilizar el canal para hacer bullying como mandar fotos vintage que pueden ridiculizar a alguno de los integrantes.
Lo que hay que tener en cuenta es que la virtualidad, tiene consecuencias en la vida real. Así sea en Facebook, Twitter o Whatsapp. Ante la duda, conviene ser medido.
“Lo que sucede en el chat no queda en el chat. Hay que saber que todo lo que uno sube a las redes tiene consecuencias en lo real –advierte Jurkowski–. Hay gente que se escuda en el chat para decir algunas cosas que no se animaría a decir cara a cara. Pero eso tiene consecuencias. Por eso, lo ideal es manejarse igual que si uno tuviera a esa persona frente a frente”.