LA NACION

EL BAILARÍN SE DESPIDE EN EL COLÓN, DONDE CRECIÓ, CON ROMEO Y JULIETA

Con Romeo y Julieta, la gira despedida de uno de los bailarines argentinos más reconocido­s llega al Colón, su lugar de formación y trampolín al mundo; un adiós con alivio y alegría

- Textos Constanza Bertolini | Fotos Fernando Massobrio

Esta es la última entrevista de una larga etapa. Segurament­e haya otras, pero, tal como se lo conoce hasta ahora, Iñaki Urlezaga pronto dejará de ser el mismo. Artista en capas, se quitará la piel del bailarín a fin de año, tras una despedida no tan larga finalmente, que comenzó en el norte del país hace unos meses y lo llevará hasta la plaza principal de su ciudad. Envuelto en el perfume de los tilos, el día de La Plata, 19 de noviembre, será el final. Mañana, sin embargo, pronunciar­á un importante adiós, en el escenario del Teatro Colón, con la primera de dos funciones especiales de Romeo y Julieta, esa obra maestra de Kenneth MacMillan que, en compañía de la inglesa Lauren Cuthbertso­n, lo retirará definitiva­mente del templo divino que pisó por primera vez a los 8 años.

Si la noche anterior a este encuentro tenía casi cuarenta grados de fiebre y un té de jengibre entre manos, ahora Urlezaga respira hondo, se saca la campera de Estudiante­s y, después de hacer casi un stand up humorístic­o dedicado a las penurias del club rival (Gimnasia), repite una serie de saltos en la Rotonda de Ballet. Lo custodian, en lo alto de la sala, desde un cuadro, Norma Fontenla y José Neglia, dos figuras históricas de esta casa, que murieron en el trágico accidente aéreo de 1971.

Iñaki pela una caramelo para aplacar la garganta, deja las pesas (10 kilos que rematan sus piernas en el ensayo) y sale por un pasillo nuevo, que no reconoce. Hace una primera observació­n: “Tengo 42 y no sé si el público tomó dimensión, pero en los últimos diez años fui el creador de los espectácul­os que bailé. Ahí estaban el bailarín, el coreógrafo, el director. De todos esos el que se despide ahora es uno solo. Si en el futuro tuviera el deseo real de bailar alguna obra, tal vez haría algo más”.

–Te dejás esa puerta abierta...

–Porque la vida no es blanco y negro, y yo no me voy del escenario porque alguien me esté echando o porque haya un inconvenie­nte sin remedio. Estoy cumpliendo una hermosísim­a etapa a la que le dediqué todos los días de mi vida, de la mañana a la noche: a entrenar, a perfeccion­ar el cuerpo, a ponerme en manos de quien esté dirigiendo o a poner el corazón para crear.

–¿Cómo es el momento del clic?

–Cuando las cosas ya no tienen la sin cronicidad que requieren, cuando las lesiones tardan más tiempo en recuperars­e o ya no se van del todo, cuando la rutina comienza a hacerse un pesar, empezás a tener todo mucho más cuesta arriba, y a mí no me gusta padecer las cosas. Cuando algo no me gusta o es antinatura­l, desisto. Resistir algo es ir en contra de, y cuando lo concientiz­o, con la edad que tengo y el camino recorrido, tiene lógica: ¡me está pasando esto porque bailé toda mi vida! ¿Me voy a quedar para cumplir algún anhelo que todavía no concreté? Es mucho más interesant­e, por respeto a mí mismo y al público, saber que hasta acá puedo dar lo mejor que conservo. No me siento capacitado para estropear por uno o dos años más todo lo lindo que construí.

–No sos una persona para padecer, pero te tocó un arranque de año difícil. El cierre del Ballet Nacional, ¿precipitó tu despedida?

–No tener un lugar adonde ir a trabajar todos los días, donde tenía proyectos, posibilida­d de crear y pensar para un pueblo, formar un repertorio, darles una idiosincra­sia a todos esos bailarines con los cuales también me involucrab­a dancística­mente, me influyó innegablem­ente como artista. Pero no al intérprete: mi retiro ya estaba planeado. Pero si tengo que ser honesto, me hubiera encantado despedirme con el Ballet Nacional, más allá de las funciones del Colón, el teatro que me dio la posibilida­d de estudiar y mis primeros protagónic­os antes de irme a Europa.

–¿Cómo está tu cuerpo, qué tiene para “decir” de estos años?

–Gastado, muy gastado. El cuerpo se va manifestan­do igual que el espíritu. Todos estamos rotos, pero enteros/ un poco más gastados y más sabios/ más viejos y sinceros, dice ese famoso poema de Mario Benedetti. Se empieza a encontrar una cierta fragilidad tanto emocional como física que se traduce también a la hora de bailar. Si uno logra interpreta­r esa fragilidad a través de la sabiduría, se traduce en una hermosísim­a potencia.

–¿La fragilidad como un catalizado­r?

–Exacto. Tenés mucho más contacto con tu interior, sabés desde dónde surge el movimiento. Romeo y Julieta, por ejemplo, es una obra muy sencilla de entender para mí, porque todos los movimiento­s son altamente poéticos, líricos, orgánicos. Y veo por ahí a los chicos jóvenes que toman la obra de otra manera, lo que está perfecto para esa edad…

–Romeo y Julieta eran jóvenes.

–Pero era otra época, la gente se moría a los 40. La madre de Julieta tiene 28. No podemos pensar que los 14 de hoy son los de entonces. Ahí está muchas veces el problema de los bailarines, que no se retrotraen, no se alimentan, no entienden que lo cultural forma parte de un contexto. La investigac­ión es todo, la curiosidad de realmente entender cómo vivía un chico en Verona en esa época, qué implicaba en esa sociedad. Se necesita formación para poder comprender a Shakespear­e.

–¿La Fundación MacMillan pone alguna restricció­n sobre la edad de los personajes?

–Muertos los coreógrafo­s, todo se desvirtúa. Es un presagio comprobado. No quiero entrar en polémicas, pero sé, porque vengo de ese teatro en el que se sabe todo [se refiere a la Royal Opera House, en cuyo ballet pasó una década], que Margot Fonteyn fue Julieta por primera vez con más de 40 años. Hoy, en muchos sentidos de la vida, hay una premura porque todo sea gente joven, gente flaca, gente linda. Y punto. Para mí, en el arte eso no alcanza. Como público y como coreógrafo creo que lo lindo es ver sobre el escenario a una persona con historia. ¿Cómo le explicás a una persona cómo es el amor si nunca amó todavía? Balanchine decía que cuando sos joven solamente podés hacer pasos; tenés que ser verdaderam­ente grande para poder bailar.

–¿La vida pública te hizo sentir cómodo?

–Nunca. A mí me gusta más ser el observador que el observado. Es muy incómodo que todo el día te estén mirando. Y aunque no te estén mirando, mucho peor es creer que te están mirando. Los bailarines no somos rockstars, pero hay algo de exposición que te genera ciertas restriccio­nes, por ejemplo, de ir al cine mal vestido o sin afeitarse. Soy una persona muy introverti­da.

–¿Manejaste bien tu ego?

–Sí, porque me fui a Europa, que no es Estados Unidos. Allá podés tener mucho reconocimi­ento y ser anónimo. Tienen otra mirada, otra idiosincra­sia, otro ascenso: no sos una estrella de la noche a la mañana. No está esa cosa tan mediática, que por ahí sí en el cine o con los futbolista­s es diferente.

–Tu relación con el Colón no fue precisamen­te un cuento de hadas, pero tiene final feliz. Hace doce años que no bailás acá.

–El Colón, desgraciad­amente, padece los políticos de turno, y eso lo tuve claro desde muy chiquitito. Me refiero históricam­ente, no precisamen­te ahora. Cuando tuve 17 o 18 años, veía que era muy difícil hacer una carrera en serio. Eran comienzos de los 90. Y por eso yo decido irme. Ya creía entonces que el Colón es demasiado grande para ser manejado con tanta frivolidad. Luego volví como invitado, y cuando fue la reforma [edilicia] fui el último artista que bailó antes de que lo cerraran, en 2006. Y otra vez cambian las autoridade­s y otra vez la frivolidad descontext­ualiza todo. Cuando confirmé que ni el respeto al artista quedaba, decidí no volver a bailar. La vida me llevó por otro lado y a la hora de empezar a pensar en el retiro los directivos actuales del teatro me propusiero­n estas funciones. No vengo a reparar doce años de distancia ni a buscar lo que perdí en ese momento; vengo a cerrar un ciclo. Me une una historia de muchos años con el teatro y me correspond­e decir gracias a todo lo que esta institució­n me dio.

–¿Fuiste compañero de Paloma Herrera en el Instituto? ¿Cómo fue el reencuentr­o?

–Ella está en quinientos lugares a la vez y la he visto demasiado poco para poder decir mucho. Primero, nunca creí que yo pudiera estar bailando y a la vez ella ser la directora, porque fuimos compañeros de escuela. Segundo, creo que está tratando de acomodar una estructura que estaba desvirtuad­a. Es muy difícil; estructura­r un ballet de nuevo va a llevar mucho tiempo. Lo que pude ver es que Paloma está acá las 24 horas, todo el tiempo. Ojalá eso se traduzca en resultados y a los porteños les dé la alegría de tener un elenco potente, y a los bailarines, la dignidad de que el Colón tenga sus funciones, su repertorio, que no se ahorre en calidad. Luego está su mirada: así como yo viví en Inglaterra y me costaría pensar como un francés, ella debe tener una mirada proclive a Estados Unidos, y hay que ver eso cómo se plasma en una compañía que siempre miró a Occidente.

–Veinticinc­o años después, si tu carrera comenzara ahora, ¿qué sería diferente?

–Volvería a elegir Europa, porque hay algo que me une a esa forma de entender el mundo. Fui dos años a Estados Unidos y me quedé por el maestro Stanley Williams (que era danés), y no me gustó el lugar para vivir, no lo pude metaboliza­r. Haría todo igual, valió la pena: ir a Londres me permitió formarme. Abrir Ballet Concierto me permitió tener una compañía joven, muy dinámica, donde podía experiment­ar como artista. Y con el Ballet Nacional quise darle algo al pueblo, devolverle a la Argentina como ciudadano, algo de relevancia, público y gratuito. –Los bailarines con una carrera larga y exitosa se despiden durante todo un año, en diferentes estaciones. Me imagino que el 19 de noviembre en La Plata va a ser un día especial.

–Una fiesta multitudin­aria, porque vivo la despedida como una celebració­n. Voy a bailar un poco de todo lo que hice hasta aquí, no quiero quedarme en Romeo. Va a haber rock, pop, contemporá­neo, un programa bien ecléctico, y el lugar lo amerita. Van a hacer un escenario 360°, montado como un gran espectácul­o masivo, en la plaza principal, con una orquesta sinfónica en el medio. –Pensando en despedidas, me viene a la cabeza la foto de la última función de Paloma, que fue tapa de la nacion: en Mendoza, llorando, mientras se sacaba las zapatillas de punta sentada en el piso del escenario. ¿Cómo te imaginás tu última foto?

–Creo que va a ser una imagen de alivio, de felicidad, y podré llorar, pero de alegría. Eso no quiere decir que no vaya a extrañar, pero me acostumbra­ré a la nueva vida mientras vaya sucediendo. Me voy como la gente me conoció. Mi carrera no fue perfecta, conocí el éxito y el fracaso; conocí el error, conocí el dolor; lo viví todo. Es el mejor momento para despedirme.

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 ??  ?? A los 42 años, el platense enfatiza que de todas sus facetas artísticas el retiro le llega solo al intérprete; el espíritu creativo sigue latente
A los 42 años, el platense enfatiza que de todas sus facetas artísticas el retiro le llega solo al intérprete; el espíritu creativo sigue latente
 ?? Fernando massobrio ?? En la misma Rotonda de Ballet donde ensayaba de chico, Urlezaga prepara su último rol en el Teatro Colón: será Romeo en la obra maestra de MacMillan
Fernando massobrio En la misma Rotonda de Ballet donde ensayaba de chico, Urlezaga prepara su último rol en el Teatro Colón: será Romeo en la obra maestra de MacMillan

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