LA NACION

La política requiere estilo

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La reciente decisión del presidente Macri de disminuir a la mitad el número de ministerio­s apuntó a dar una señal de austeridad en el sector público, que deberá ser acompañada por otras medidas más contundent­es que reflejen la voluntad del poder político de achicar el gasto público improducti­vo. Y aun cuando se haya tratado de un avance, la forma en que fue adoptada suscitó dudas sobre la racionalid­ad del recorte y acerca de si se preservaro­n con jerarquía de ministerio­s las áreas de gestión más imprescind­ibles para el buen funcionami­ento de la administra­ción pública o si, simplement­e, se privilegió a aquellos ministros con mejor desempeño o mayor empatía con el jefe del Estado.

Hubo otras desproliji­dades que no pasaron inadvertid­as. Era impensable en la política argentina de otro tiempo que alguien que hubiera rechazado un alto cargo ejecutivo se jactara más tarde de la actitud asumida, en lugar de llamarse a silencio. Más aún si la proposició­n implicaba el desplazami­ento de un funcionari­o de nivel relevante, que no solo se hallaba ajeno a la oferta realizada, pues había sido formulada a sus espaldas, sino que, por si fuera poco, continuaba a renglón seguido en las mismas funciones.

La integració­n de un gabinete nunca debería parecerse a una suerte de remate público.

Hay reglas no escritas, pero de profundo contenido estético y moral. La magnanimid­ad de espíritu manifiesta la grandeza y generosida­d con la cual los hombres se desenvuelv­en en cualquier orden de la vida. Y en situacione­s como la descripta la reserva configura una cuestión que hace a la ética y a la caballeros­idad.

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