LA NACION

GrupoS de LAS fArc retoMAn LAS ArMAS

Las dificultad­es para reinsertar­se en la vida civil empujan a muchos a volver al monte; el nuevo gobierno asumió con la promesa de reformar el acuerdo; estiman que hay 2800 disidentes

- N. Casey y F. Ríos Escobar THE NEW YoRk TIMES

MEDELLÍN.– Debajo de una bandera colombiana rasgada en una montaña ventosa, está reunida una milicia guerriller­a dispar. A uno le falta un brazo; a otro, una pierna. Un comandante que apenas sabe leer, pero se hace llamar el Poeta, recuenta un reciente intercambi­o de fuego con paramilita­res en un área cercana.

Sería como cualquier otra escena de las décadas de conflicto en Colombia, con la excepción de que el grupo al que los guerriller­os dicen pertenecer, las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC), se desarmó hace un año después de firmar un acuerdo de paz para poner fin al conflicto más longevo de la región.

Los acuerdos firmados en 2016 entre los guerriller­os y el entonces presidente Juan Manuel Santos buscaban terminar la lucha de más de cinco décadas que dejó por lo menos 220.000 muertos y casi seis millones de desplazado­s.

Pero había un temor detrás del acuerdo: que muchos de los miles de combatient­es que obtuvieron amnistía no perseverar­an como civiles y terminaran por regresar a las armas. Eso ya sucedió.

“Hacemos lo mismo, seguimos con los mismos ideales y todo, y vamos para allá, si Dios quiere”, dijo uno de los comandante­s, alias Maicol, de 25 años.

Las guerrillas disidentes invitaron a dos periodista­s a su campamento, escondido en las montañas al norte de Medellín, para hablar sobre por qué dejaron el pacto de paz. Aunque ese acuerdo, desde antes de la visita, ya estaba atribulado. El gobierno prometió llegar a las tierras antes controlada­s por rebeldes de las FARC para proveer salud, educación y agua potable, pero apenas si tiene presencia en el país.

El nuevo presidente colombiano, Iván Duque, hizo campaña en contra de los acuerdos y ahora dice que pretende revisarlos. Uno de los negociador­es de las FARC para el pacto de paz fue arrestado por el tráfico de diez toneladas de cocaína, mientras se preparaba a asumir un puesto como senador.

Y después están grupos como el de este campamento, que representa­n un reto particular a la permanenci­a de los acuerdos: no puede haber paz si los guerriller­os están armados de nuevo.

Cientos, quizá miles, de luchadores de las FARC se han resistido al acuerdo. Insight Crime, organizaci­ón que estudia grupos de delincuenc­ia organizada, estima que hay unos 2800 guerriller­os disidentes de las FARC; esa cifra representa casi el 40% de todos los milicianos que tenía el grupo antes de los acuerdos.

Línea narrativa

Hay una línea narrativa común entre quienes estaban en la base sobre su disidencia: el gobierno les prometió una nueva vida civil con los acuerdos, pero pronto terminaron sintiéndos­e acorralado­s por grupos paramilita­res que intentaron hacerse del control que habían abandonado los rebeldes. Los disidentes pidieron no revelar la ubicación de su base por temor a que el gobierno o los paramilita­res los ataquen.

“Vi que estaban fusilando a muchos compañeros, entonces decidí otra vez meterme al monte”, dijo Maicol. Han muerto por lo menos 75 exguerrill­eros desde 2016, según los dirigentes del partido político que surgió de la desmoviliz­ación (su acrónimo también es FARC).

Mientras los líderes de la guerrilla aseguraron que habían entregado todas las armas a la misión de Naciones Unidas, en la base dicen que no fue así. “Todavía quedaban unas, las viejas”, dijo el Poeta, que usa un alias, como muchos de los rebeldes, e indicó que es para mantener a su familia a salvo.

Quizás algo que es tan preocupant­e como el rearme de esos grupos es las alianzas que han empezado a formar en las montañas. Algunos de los rebeldes ahora portan la insignia del Frente Virgilio Peralta Arenas, banda criminal a la que las autoridade­s acusan de masacrar a civiles y de narcotráfi­co.

Ese grupo alguna vez peleó contra las FARC, pero los rebeldes dicen que ahora trabajan juntos para fines de protección mutua. Eso podría significar que en un futuro no tan lejano, los exguerrill­eros se asemejen más a un grupo de delincuenc­ia organizada que al ejército de marxismo revolucion­ario que establecie­ron en los años 60.

“Es parte de la historia trágica de Colombia: un modo de violencia que se transforma en otro ante la ausencia de un Estado legítimo”, dijo Cynthia Arnson, directora para América Latina del Centro Woodrow Wilson. “Los acuerdos de paz son una oportunida­d que puede o no ser aprovechad­a, y aquí eso se va perdiendo día por día”.

Iván Márquez, el segundo de las FARC, es uno de los exguerrill­eros de alto mando cuyo paradero se desconoce; no ha sido visto en un mes y muchos temen que regresó a las armas.

“Si Iván Márquez deja el proceso de paz y se une a los disidentes, entonces todo el proceso podría fracasar”, dijo Jeremy McDermott, codirector de Insight Crime. Calcula que hasta otros diez comandante­s tomarían de nuevo las armas, una cantidad suficiente para crear “el núcleo de un nuevo ejército guerriller­o”.

Los antiguos líderes rebeldes urgieron a sus compañeros a que no den ese paso al monte. Pero otros, como Julián Gallo Cubillos, excomandan­te antes conocido como Carlos Antonio Lozada, indican que sí comprenden por qué algunos querrían regresar dado los peligros que enfrentan como civiles.

“Respetamos esa decisión”, dijo el excomandan­te. “Aunque no la compartimo­s; ya estuvimos medio siglo intentando ese camino y no logramos lo que estábamos buscando”.

El gobierno colombiano no respondió a solicitude­s de entrevista para este artículo. Sin embargo, cuando el nuevo ministro de Defensa colombiano, Guillermo Botero, asumió el cargo en agosto, dijo que “las disidencia­s de las FARC están más extendidas de lo que se decía y en proceso de crecimient­o”.

También lanzó una amenaza a esos disidentes: “Nuestras fuerzas armadas van a recobrar su carácter combativo”, dijo.

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Una práctica de tiro en un campo guerriller­o al norte de Medellín

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