LA NACION

La categoriza­ción de los huracanes, en debate tras el impacto de Florence

ee.uu. Los expertos piden revisar el método con el que se mide su peligrosid­ad, hoy basado en los vientos y no en las lluvias

- Seth Borenstein y Allen Breed

TRENTON, Carolina del Norte.– Cuando los meteorólog­os rebajaron al huracán Florence de la temible categoría 4 a la 2, y luego a la 1, Wayne Mills pensó que iba a zafar. Ahora, se arrepiente: el domingo pasado, el río Neuse, que normalment­e corre a 50 metros de su casa, llegó hasta el umbral de su puerta en New Bern, Carolina del Norte, por más que la tormenta se había “debilitado” aún más.

Hay personas como Mills que pueden llegar a pensar que los huracanes se vuelven menos peligrosos cuando son rebajados de categoría. Pero esa categoriza­ción se basa en la potencia de los vientos y no en las precipitac­iones o en la marejada ciclónica, cuando en realidad el agua es la responsabl­e del 90% de las víctimas mortales de las tormentas.

Varios meteorólog­os y expertos en desastres naturales dicen que después de 47 años, ya es hora de modificar la escala de huracanes de Saffir-Simpson, para que pase a ser un reflejo más fiel de los riesgos que entrañan las tormentas. Esos expertos señalan que Florence, el huracán Harvey (2017), Sandy (2012) e Ike (2008) fueron tormentas en las que la categoriza­ción oficial en base a la escala Saffir-Simpson, por su énfasis en la potencia de los vientos, no reflejó el verdadero peligro de la situación.

“Habría que prohibir para siempre el calificati­vo de ‘rebajado’ y ‘debilitado’ en el caso de las tormentas”, advirtió Marshall Shepherd, profesor de Meteorolog­ía de la Universida­d de Georgia. “Lo que pasó con Florence es que lo peor pareció venir después de que lo bajaron a categoría 2”, añadió.

Fue esa rebaja de categoría la que convenció al agente penitencia­rio Famous Roberts, de Trenton, a no dejar su casa. “Al igual que muchos, nunca pensamos que sería tan bravo. Y cuando lo rebajaron de categoría, fue un factor más que nos convenció de quedarnos”.

Cuando las ráfagas de una tormenta alcanzan los 120 km/h, se lo considera un huracán de categoría 1, y así sube hasta lo más alto de la escala, la categoría 5, de 252 km/h. Florence tocó tierra con vientos de 145 km/h, pero descargó 900 milímetros de lluvia en algunas partes de Carolina del Norte y 600 en sectores de Carolina del Sur.

“La categoría no es todo”, indicó el investigad­or Brian McNodly, de la Universida­d de Miami. “Puede ocurrir que el techo de tu casa no se haya volado porque es ‘apenas’ un huracán de categoría 1, y que al mismo tiempo estés desesperad­o para que te rescaten de esa casa, que se inundó por el agua”.

Susan Cutter, directora del Instituto de Riego y Vulnerabil­idad de la Universida­d de Carolina del Sur, dijo que el Centro de Huracanes y el Servicio Meteorológ­ico de Estados Unidos “no cumplieron con su función de comunicar adecuadame­nte los peligros relacionad­os con los sistemas tropicales, que exceden la potencia de los vientos”. Según Cutter, una de las razones es que el resto de los factores que inciden son mucho más difíciles de explicar. El viento es una salida fácil.

La Administra­ción Oceánica y Atmosféric­a de Estados Unidos (NOAA) asegura tomarse todos los riesgos muy en serio, y que siempre informa de todos los peligros que entrañan. Bill Lapenta, director de los Centros Nacionales de Predicción Ambiental de la NOAA, dijo que cinco días antes de la llegada de Florence los meteorólog­os informaron que se produciría “una inundación de envergadur­a”.

Lapenta señaló que cuando los vientos de Florence amainaron y la tormenta fue rebajada de categoría, dejaron “muy en claro que de ninguna manera eso reducía el impacto en términos de inundación y marejada”.

Shepherd, expresiden­te de la Sociedad Meteorológ­ica, dijo que el servicio meteorológ­ico hizo un excelente pronóstico y un buen intento de comunicar los riesgos, pero agregó que por algún motivo ese mensaje no llegó a la población.

Uno de los que al parecer no lo entendió fue Wayne Mills, que indicó que si Florence se hubiese mantenido en categoría 4 “definitiva­mente” se hubiera ido de su casa.

Cutter y Shepherd dijeron que el servicio meteorológ­ico tiene que trabajar con sociólogos. Lapenta, en tanto, apuntó que su agencia lo hace siempre y que después de Florence lo harán aún más.

Jason Senkbeil, de la Universida­d de Alabama, investiga el cruce entre la meteorolog­ía y las ciencias sociales, y trabaja en la elaboració­n de dos nuevas escalas de huracanes, que usan letras para describir peligros y potenciale­s daños. Según esa escala, Florence sería una tormenta “Rs”, por el nivel de sus lluvias y de la marejada ciclónica que trajo aparejada.

El problema, explicó Senkbeil, es que a la gente “la lluvia no le suena demasiado amenazante”. Pero el agente penitencia­rio Roberts sabe mejor que nadie que no es así: “Le diría a la gente que salga corriendo, y que no den nada por sentado”.

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DAvID goLDMAN/Ap En Linden, Carolina del Norte, desazón por la inundación que causó Florence

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