LA NACION

De la orga de los fierros a la orga de los bolsos

- Profesor emérito de la Universida­d del Salvador Eugenio Kvaternik

Al procesar a la expresiden­ta Kirchner como jefa de una asociación ilícita, el juez Bonadio ha tomado una decisión que, más allá de su indudable trascenden­cia jurídica y política, tiene una importanci­a significat­iva para la comprensió­n de un pasado que, como dicen los franceses, no pasa: un passé qui ne passe pas. Ese pasado son los años 70, época en la que los protagonis­tas centrales de los delitos cometidos en los últimos años fueron integrante­s de la militancia violenta.

El matrimonio Kirchner militó en una variante del peronismo revolucion­ario, mientras que otros implicados como Gerardo Ferreyra y José López fueron militantes de orgas similares, como el ERP y el Peronismo de Base, respectiva­mente. De ahí que ante estos episodios el observador se vea obligado a hacerse la pregunta que se han hecho desde siempre los estudiosos de la violencia insurgente: ¿qué diferencia al militante revolucion­ario del bandido? Ambos recurren a la violencia y están al margen de la ley. Si la violencia y la ilegalidad los asemeja, ¿cuál es el rasgo que los distingue?

Al definir al partisano o insurgente, Carl Schmitt enumeraba cuatro atributos: la irregulari­dad, la movilidad, el vínculo telúrico y un compromiso político intenso. Como la movilidad, la irregulari­dad y el vínculo telúrico son comunes tanto al bandido como al insurgente, pareciera que el compromiso político es el rasgo definitori­o que separa a uno del otro.

La ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial elevó a la categoría de resistente a quien se alzó pro aris et focis, es decir, en defensa de los lares y los hogares, con los métodos propios del bandido. El compromiso político distingue los atentados del resistente de los asaltos del bandido. En la misma categoría está el revolucion­ario profesiona­l de raíz leninista, cuya causa no es el terruño, sino la revolución mundial.

Si ciertas circunstan­cias políticas convierten al bandido en insurgente, es legítimo imaginar entonces el itinerario opuesto; es decir, que otras circunstan­cias políticas conviertan en bandido a quien aspira a ser resistente. Dos voces diferentes, pero eminentes ambas en su quehacer respectivo: el político Juan Perón y el pensador Raymond Aron abonan esta presunción. Ambos, como los clásicos a propósito de las formas políticas, nos sugieren que tampoco la violencia partisana escapa a la entropía de la decadencia.

En su notable libro sobre Clausewitz, Aron sostiene que cuando “la violencia individual, los atentados, el terrorismo indiscrimi­nado, no se organizan según las ordenes de un partido en vista de la liberación nacional o la revolución, el parentesco material entre los procedimie­ntos de la guerrilla y los del bandidismo reaparecen a plena luz. En la guerra ilegal concebida por los patriotas, los oficiales garantizan la legalidad; los comisarios comunistas cumplen luego la misma función. Cuando desaparece­n los unos y los otros, la guerrilla se distingue de menos en menos de la criminalid­ad. La internacio­nal propiament­e revolula cionaria que dirigen los hombres del Kremlin se ha disociado al menos en dos internacio­nales. Por el contrario uno discierne el origen de una extraña internacio­nal, la de la violencia pura”.

De la misma manera se expresa Perón cuando, a principios de 1974 y luego de ocurrido el ataque del ERP a un regimiento en Azul, enfrentó discursiva­mente a los diputados próximos a los Montoneros, opuestos a la reforma del Código Penal que, con intención disuasiva, preveía mayores penas a quien portase armas que a quien hubiese cometido homicidio. “He hablado con muchísimos de ellos en la época en que nosotros también estábamos en la delincuenc­ia. Eso ustedes no lo van a parar de ninguna manera, porque es un movimiento organizado en todo el mundo. Está en todas partes: en Uruguay, en Bolivia, en Chile, con distintos nombres. Porque esta es una Cuarta Internacio­nal, que se fundó con una finalidad totalmente diferente a la Tercera Internacio­nal, que fue comunista, pero comunista ortodoxa”.

Más que la coincidenc­ia cronológic­a (Perón en 1974 y Aron en 1976) sorprende la sincronía entre los conceptos. Siguiendo la estela de los oficiales de la guerra ilegal de los patriotas prusianos contra Napoleón y los comisarios políticos comunistas, a los que se refiere Aron para singulariz­ar a la insurgenci­a, también Perón traza a su gusto y convenienc­ia la línea borrosa que en las guerras asimétrica­s, entre el Estado y un grupo insurgente, separa la ilegalidad de la legalidad. En su conflicto con los militares, Perón se sirve de la ilegalidad y les presta provisoria­mente el sayo de resistente­s a las formacione­s especiales, mientras que en el marco de la legalidad democrátic­a los desnuda como bandidos.

“En la época en que nosotros también estábamos en la delincuenc­ia”. No se trata a pesar de las apariencia­s de un mea culpa, sino de un juicio prudencial. Anteriorme­nte yo era un bandido, pero hoy soy la ley y los bandidos son ustedes. Igual que en Europa entre 1941 y 1945, es la política, es decir Perón, la que traza la línea divisoria entre el insurgente y el bandido. Mientras el apoyo plebiscita­rio convierte al bandido de ayer en el intérprete de la prudencia pluriparti­dista, la carencia de apoyo popular convierte al insurgente en el bandido de hoy.

Perón y Aron reconocen también la naturaleza revolucion­aria de la Internacio­nal Comunista ortodoxa, y ambos se la niegan a la nueva internacio­nal. Su reflexión devela la naturaleza del foquismo, es decir, la convicción propagada por el Che y por Debray de que la revolución podía triunfar aun cuando no existiesen condicione­s objetivas favorables.

El foquismo lanza al ruedo un actor desconocid­o en la geografía y historia del marxismo revolucion­ario: la orga. Un demiurgo de un género amorfo y oscuro, que en su infancia renunció a ser un partido y que en su adultez no llego a ser un ejército. Un demiurgo prisionero y reflejo, también, del mundo por él creado, carente de dirección política y sometido a la entropía de la violencia. La nueva internacio­nal, una internacio­nal de orgas: los Tupamaros uruguayos, los Montoneros y el ERP argentino, el MIR chileno. Fracasada su aspiración prometeica, la violencia pierde su condición de fuego sagrado y convierte a la orga en un Quasimodo de la violencia sin adjetivos.

Evaporado por la derrota el espejismo de un mundo mejor y condenadas las orgas a la contestaci­ón impotente de un mundo que no entienden, no es casualidad que los asaltos a los bancos y los rescates de los secuestros de los años 70 se hayan prolongado, 50 años después, en las extorsione­s y el saqueo de las arcas públicas. Al igual que un camaleón que muta de piel, es decir, de propósito, la orga de los fierros descubre al final de su periplo se nueva naturaleza: la orga de las valijas. Como las dos caras de una moneda, en el presente la orga de los bolsos nos explica el pasado (la orga de los fierros) y esta última nos explica el presente: la orga de las valijas.

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