LA NACION

El creador de las máquinas de luz los festeja e imagina grandes muestras para 2019

El artista inauguró una muestra en Córdoba; en su cumpleaños visitará el CCK y para 2019 programa “leparquiza­r” Buenos Aires

- Gabriela Origlia

CÓRDOBA.– El domingo Julio Le Parc cumplirá 90 años; le sobran ganas y motivacion­es. Le molesta que “se le canse” la rodilla; por eso en su taller en París –donde sigue trabajando– ahora se sienta más, para dibujar, para escribir algo, para hacer proyectos.

Ahora, el artista llegó a Córdoba para inaugurar “Visión Le Parc”, la muestra que se exhibe en Casa Naranja y que incluye la reconstruc­ción de dos instalacio­nes interactiv­as de gran formato que realizó a mediados de los 60; una de sus emblemátic­as “máquinas de luz” (Le Parc Lumière) y un gran móvil diseñado especialme­nte para esta oportunida­d. También hay 30 serigrafía­s con imágenes de La Longue Marche (1974) y otras series icónicas, junto con trabajos recientes.

Está de buen humor, conversa- dor y entusiasma­do por esta exposición y por la que vendrá en los próximos días, en Río de Janeiro, adonde también viajará. Lo acompaña su hijo Yamil. Cantante, el domingo a la noche interpreta­rá temas de Ástor Piazzolla en el homenaje que se le hará en el CCK , donde está su Esfera azul. Está trabajando intensamen­te para concretar, el año que viene, el “homenaje en vida” a su padre, con 105 obras en el excorreo y otro centenar en el Museo Nacional de Bellas Artes. “Además, queremos iluminar el Obelisco. ‘Leparquiza­r’ Buenos Aires . Ojalá podamos hacerlo”, anticipa Yamil.

Mendocino de nacimiento, Le Parc lleva 60 años viviendo en París, donde hace medio siglo fundó con otros artistas el influyente Grupo de Investigac­ión de Artes Visuales (GRAV). “No leí nunca mucho de ciencia –cuenta a la nacion–. Cuando apareciero­n los artistas ‘de las computador­as’, los mirábamos con mis amigos y era lo que nosotros habíamos resuelto a pulso. Es la relación que tenía el ojo con lo que se va haciendo, con la tinta china, la témpera, las medidas del papel. Ver de lejos, de cerca. Era lo mismo, pero con otros medios”.

En Palmira –el pueblo donde pasó su infancia– dibujaba las caras de próceres tan bien que una maestra le dijo a su madre que tenía que desarrolla­r esa habilidad. Cuando la familia se mudó a Buenos Aires, ingresó a la Escuela de Bellas Artes. “Disfruto dibujar; lo hago todo el tiempo. Cuando se usaba más el teléfono de mesa, tenía una libretita donde iba diseñando mientras hablaba. Ahora, cuando salgo a caminar, llevo un bolso con papel, lápices o acuarelas”, cuenta.

Referente del arte cinético, rechaza el culto al artista; está convencido de que “es la obra la que debe hablar”. De la misma manera, insiste en que hay que valorar la idea más que el material en que se trabaja. “No hay una obra cerrada”. Desde siempre lo suyo fue explorar, romper barreras.

En la muestra de Casa Naranja están los puntos claves de su carrera. El desplazami­ento del observador, la reconfigur­ación de formatos, la penetració­n del espectador en la luz y las geometrías progresiva­s con sus 14 colores fundamenta­les.

El artista valora la “actitud de curiosidad, la atención a los detalles cotidianos. Pequeñas cosas que uno percibe en la calle y que pueden desatar una experiment­ación”. Así describe su método de trabajo. “No estar pegado 100% a lo que uno hace, estar abierto a recoger, a manipular materiales. A veces también se combina el azar. Es entretenid­o. No es un sufrimient­o –sigue–. Uno va descubrien­do pequeñas cosas; sospechand­o que algo puede ser y si no lo es, también es positivo. Hay que tratar de sacar partido de todo”.

En la Feria Internacio­nal de París, que abre en octubre, se expondrán 20 esculturas blancas de Le Parc para la fábrica más antigua de porcelana del mundo, Sèvres. Hace dos años fue Bernardaud la que le encargó unos juegos de mesa y Hermès hizo cien pañuelos con su obra La larga marcha.

A Le Parc le divierte que los jóvenes se asombren de que sus obras no hayan sido hechas con computador­a. “En aquellos años no existían ni las calculador­as”. A fines de los 60 IBM compró una de sus obras para publicitar una computador­a.

A sus casi 90 el artista está “empezando una nueva carrera” con las re interpreta­ciones de sus trabajos. Precursor de la idea de que el público participe de la obra, “vibre” con ella, cree: “La gente siempre tiene la capacidad de sentir”.

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Diego lima En la muestra en Casa Naranja hay piezas claves de la producción del artista argentino residente en París

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