LA NACION

La era de los arrepentid­os marca una nueva redistribu­ción del poder

La delación premiada expande la autoridad de los jueces, pero como la Justicia también está sujeta a excesos, es importante no perder el sentido crítico

- Aníbal Pérez-Liñán

El procesamie­nto de Cristina Kirchner como presunta jefa de una asociación ilícita marca el fin del relato épico de la era K y despeja el camino para un peronismo poskirchne­rista. Pero, quizás más importante en el largo plazo, marca una rearticula­ción del poder institucio­nal en la Argentina.

La investigac­ión de los casos de corrupción se ha visto transforma­da por la institució­n de la delación premiada, que permite a la fiscalía negociar acuerdos con acusados que revelan la cadena de mandos en el esquema ilegal. Esta figura combina la amenaza de prisión con el incentivo de reducción en la pena y socava los pactos de silencio forjados entre políticos y empresario­s.

Nuestro país adoptó la figura del imputado colaborado­r en 2016, y los cuadernos de Oscar Centeno mostraron tempraname­nte la fuerza ciclónica de este instrument­o legal. Pero la Argentina no está sola. Los vientos del arrepentim­iento tienen verdadero alcance regional y se han difundido con consecuenc­ias inesperada­s a lo largo de América Latina.

El acuerdo de reducción de pena (plea bargain) es tradiciona­l en el derecho penal estadounid­ense, pero su difusión en América Latina es reciente. Si bien Brasil reconocía formas de delación premiada desde los años 90, el procedimie­nto se codificó detalladam­ente en 2013. No es casual entonces que la investigac­ión de Lava Jato haya despegado furiosamen­te en 2014. En Perú, la figura de la colaboraci­ón eficaz existe desde comienzos de este siglo, pero fue reforzada por leyes contra el crimen organizado en los últimos cinco años.

Las experienci­as recientes de delación premiada sugieren dos importante­s lecciones. En primer lugar, este instrument­o produce una redistribu­ción de poder en beneficio de jueces y fiscales, en detrimento de políticos, empresario­s y mandos militares. Robert Mueller, quien lidera la investigac­ión sobre interferen­cia rusa en las elecciones norteameri­canas de 2016, está utilizando este recurso para escalar lentamente en su camino hacia Donald Trump.

Como toda redistribu­ción de poder, esta expansión del Poder Judicial no debe ser celebrada sin juicio crítico. En Estados Unidos, el 97% de los casos penales federales terminan con un acuerdo de reducción de pena, es decir, sin juicio. Dado que Estados Unidos tiene tasas de encarcelam­iento per cápita superiores a las de Cuba y Rusia, esta realidad obliga a reflexiona­r sobre el posible uso arbitrario de este instrument­o.

En Brasil, los académicos Leonardo Avritzer y Marjorie Marona alertan sobre el peligro de que jueces y fiscales, arrogándos­e la representa­ción del interés público, utilicen su poder de manera selectiva. El proceso Lava Jato operó de manera implacable contra el expresiden­te Lula da Silva, pero también ofreció grandes “descuentos” a otros acusados. Los acuerdos con doce empresario­s y funcionari­os redujeron en conjunto penas que, sumadas, representa­ban 283 años de reclusión a menos de siete años en total.

La segunda lección que emerge de las experienci­as de delación premiada es que los contratos del Estado son una inagotable fuente de corrupción. No se trata de un problema exclusivam­ente argentino ni tampoco latinoamer­icano. La política de los contratos presenta un desafío para el Estado democrátic­o.

La autoridad para asignar contratos concede a quienes la ejercen enorme poder sobre sus beneficiar­ios. A pesar de los controles administra­tivos, la discreción para contratar genera tres prácticas que, en los hechos, privatizan el poder estatal. En primer lugar, los contratos representa­n una potencial fuente de extorsión. Las declaracio­nes de Carlos Wagner mostraron que las empresas contratist­as debían tributar entre 10 y 20% del valor de las obras. Si no ofrecían este retorno, no recibían pagos y eran excluidas del “club de la obra pública”. De forma similar, los gobiernos pueden amenazar con retirar publicidad estatal a los medios de comunicaci­ón críticos.

Los contratos son también una fuente de recompensa­s para los aliados. Una serie de estudios recientes muestra que las empresas estadounid­enses que donan a las campañas políticas reciben más contratos federales que sus competidor­as. La ley prohíbe que las empresas financien candidatur­as, pero estas realizan donaciones a través de sus gerentes o de comités que recaudan fondos. El politólogo Daniel Bromberg, de la Universida­d de New Hampshire, estimó que cada dólar invertido en campañas políticas reporta en promedio unos 2,50 dólares en contratos federales. Christophe­r Witko, de la Universida­d de Saint Louis, calcula que una contribuci­ón de 200.000 dólares reditúa algo más de cien contratos. Según Matthew Zarit, de la Universida­d Duquesne, este sesgo se produce en los escalones más altos de la burocracia, los más sujetos a la influencia de la Casa Blanca y los que asignan contratos más jugosos. Tras la invasión a Irak en 2003, Halliburto­n, la empresa que previament­e había sido liderada por el entonces vicepresid­ente Dick Cheney, recibió un contrato de siete mil millones de dólares para construir infraestru­ctura petrolera en el país ocupado. A pesar de su valor astronómic­o, el contrato fue asignado sin licitación.

Finalmente, los contratos se utilizan para comprar lealtades. Venezuela ha empleado esta estrategia ampliament­e en la esfera internacio­nal. El gobierno de Hugo Chávez asignó contratos para la construcci­ón de viviendas a empresas de China y Rusia, para construir refinerías petroleras a Brasil, para comprar pollos a Uruguay. Aun hoy, cuando Venezuela enfrenta una crisis fiscal sin precedente, Bolivia persigue nuevos contratos para venderle palmitos.

La empresa uruguaya Aire Fresco, que gestionó los contratos con Venezuela durante el gobierno de Pepe Mujica, fue investigad­a por realizar donaciones a las campañas del Frente Amplio. La Justicia uruguaya concluyó que no hubo allí delito, pero las lealtades entre los vecinos son claras. Pepe Mujica y Lula da Silva, dos políticos de izquierda con claras credencial­es democrátic­as, mostraron sin embargo silencio y ambigüedad moral frente a las violacione­s de derechos humanos en Venezuela.

La delación premiada expande el poder de jueces y fiscales para investigar estos abusos. Pero como cualquier forma de poder, la autoridad judicial está sujeta a excesos. Al mismo tiempo, aunque las delaciones permiten exponer fácilmente el uso de contratos con fines extorsivos, el uso de fondos públicos para recompensa­r aliados y para ganar amigos resulta mucho más difícil de probar.

En última instancia, la principal defensa frente al desafío impuesto por los contratos públicos radica en la transparen­cia y en la calidad de la informació­n sobre las cuentas del Estado. Los esfuerzos por ocultar informació­n y por descalific­ar a quienes piden publicidad de los actos de gobierno constituye­n, inevitable­mente, una señal de alerta sobre el uso indebido de los recursos oficiales.

Muchoantes­dequeDonal­dTrump tuiteara furiosamen­te contra las “noticias falsas”, Guillermo Moreno –con un toque más dulce–repartía cotillón denunciand­o que “Clarín miente”. Los contratos para adquirir este cotillón, concluyó la Justicia argentina el año pasado, también fueron pagados con fondos públicos.

Profesor de Ciencia Política, Universida­d de Notre Dame, EE.UU.

La principal defensa frente al desafío de los contratos públicos es la transparen­cia y la calidad de la informació­n sobre las cuentas del Estado

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