LA NACION

Adopción y familias transitori­as

Las familias de acogida cumplen un papel fundamenta­l, pero son pocas, por lo que urge fomentar su multiplica­ción en bien de los niños que necesitan un hogar

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Hay pocos ejemplos de un amor tan desinteres­ado como el de las familias de acogida u hogares de tránsito, los que se ofrecen para recibir a los niños abandonado­s o que han sido separados de sus familias de origen por distintas causas y han pasado a estar judicializ­ados. Los juzgados, o la autoridad administra­tiva, les confieren la potestad de recibir a estos niños hasta tanto un juez decida si su destino será retornar a su familia de sangre, ser dados en adopción o pasar a la tutela de otras familias.

Cuando ponderamos el grado de desprendim­iento afectivo de estas familias de tránsito, tenemos que señalar las diferencia­s, pues los futuros adoptantes reciben a un niño como su hijo. Lo incorporar­án a sus familias para ahijarlo, como expresan algunos. En cambio, las familias de tránsito reciben al niño sabiendo que deberán entregarlo en un plazo teóricamen­te breve que el Código Civil y Comercial establece que no deberá superar los 180 días.

El muy loable motor de estas familias generosas es que los niños reciban el amor, el cariño, los imprescind­ibles cuidados, la mirada amorosa, los gestos de afecto y los mimos de mayores que están afectivame­nte disponible­s para ellos, supliendo a los padres biológicos en forma transitori­a, es cierto, pero brindando aquello que constituir­á la base de la construcci­ón del edificio afectivo de ese niño y que estructura­rá su personalid­ad futura.

Según informació­n oficial, en la ciudad de Buenos Aires hay solo 14 familias que cumplen esta tarea, cuando serían necesarias 240. Para el sostenimie­nto de su misión, reciben una ayuda económica equivalent­e al 75% del salario mínimo vital y móvil, más leche, pañales, cuna, mamaderas y demás enseres para el niño.

En el ámbito de las organizaci­ones de la sociedad civil, siempre tan rico, Familias Abiertas recibe niños abandonado­s o en riesgo, disponiend­o de entre 15 y 20 familias de acogimient­o y 100 voluntario­s profesiona­les, incluso abogados pro bono, que apoyan la loable obra. Entre otros, se encuentra el programa Familias Comunitari­as de la provincia de Buenos Aires y Familias Solidarias, de Río Negro.

Es desgraciad­amente harto evidente que son numéricame­nte insuficien­tes, siendo que a los niños los asiste el derecho a recibir esa bendición amorosa que brinda una acogida familiar, evitando de todas formas ser institucio­nalizados. No hay comparació­n posible entre el cariño de una familia y la atención que pueda brindar el mejor de los institutos.

Las familias consultada­s coinciden en que un momento difícil pero sumamente gratifican­te para quienes se han preparado cabalmente para ser familias de tránsito es el de la entrega de los niños a los futuros adoptantes. Se destaca que evitan que, mientras dura la estancia, que los llamen “mamá y papá” como forma de facilitarl­es el paso hacia una familia definitiva. Incluso, proponen sustituir el tarareo de un arrullo nocturno por una linda cajita de música que puedan luego llevar consigo, el uso de objetos transicion­ales como los que los acompañan en el sueño, así como fomentar y celebrar el deseado anuncio de que vendrán sus nuevos papás a integrarlo­s a una familia definitiva. Muchas son las situacione­s que reflejan el compromiso asumido, por ejemplo, las madres de tránsito pueden preparar una fiesta para el día de la entrega y organizar varios días de visita de los padres adoptivos a la casa antes de llevarlos. Todas estrategia­s válidas para que el niño no sufra un nuevo abandono.

Debemos insistir en que el gran tema es exigir el cumplimien­to de los plazos que fija la ley: para una familia de acogida no es lo mismo recibir a un niño durante tres o cuatro meses que tenerlo a lo largo de tres o cuatro años. Mucho menos para los niños. Y estos plazos no son irreales, se dan con lamentable e indeseada frecuencia. De allí que al tiempo de felicitar a quienes se brindan tan generosame­nte e invitar a otros a acompañarl­os en su tarea de amor, hemos de pensar en que es necesario, por un lado, formar debidament­e a los nuevos postulante­s y, por el otro, exigir el cumplimien­to de los plazos previstos a fin de no violar los derechos de los niños a vivir en familia ni demorar innecesari­amente la obligada y siempre dolorosa partida, tanto para el chico como para los integrante­s de las altruistas familias de tránsito o de acogida. Deben estas estar adecuadame­nte capacitada­s y preparadas para la misión por afrontar que, generalmen­te, involucra no solo a un matrimonio o pareja, sino que incluye a todos los integrante­s de la familia. Por debajo de los tres años, ningún niño debería ingresar a una institució­n y para que se respete su derecho fundamenta­l a vivir con una familia, la sociedad ha de compromete­r sus mejores esfuerzos para que un mayor número de familias asuman el insustitui­ble cuidado de niños que aguardan un hogar definitivo.

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