LA NACION

Cuidada recreación de una historia “de película”

- Diego Batlle

★★★ (ARGENTINA-ITALIA/2018) DIRECCIÓN: Agustina Macri. guion: Agustina Macri y Paolo Logli, basado en la novela Amor y anarquía, de Martín Caparrós. FotogrAFíA: Daniel Ortega. MúsicA: Cóndor Maki. eDición: Natalie Cristiani. elenco: Vera Spinetta, Giulio Corso, Marco Leonardi, Marco Cocci, Luis Luque, Silvia Kutika. DistribuiD­orA: Buena Vista Internatio­nal. DurAción: 103 minutos. cAliFicAci­ón: Apta para mayores de 13 años con reservas

La historia de María Soledad Rosas conmovió a la sociedad argentina e italiana de fines de la década del 90: cómo una joven de 23 años pertenecie­nte a una familia de clase media de Barrio Norte se convirtió en integrante de un grupo de okupas y activistas radicales en la ciudad de Turín y terminó inmersa en uno de los casos policiales y judiciales más controvert­idos de esa época fue el eje primero de Amor y anarquía, novela escrita en 2003 por Martín Caparrós, y ahora de la ópera prima de Agustina Macri.

La Soledad del título (Vera Spinetta) mantiene una convivenci­a bastante tensa con sus padres Luis y Marta (Luis Luque y Silvia Kutika), se gana la vida paseando perros, vive una relación no demasiado estimulant­e con su novio Pablo (Julián Tello) y, tras finalizar sus estudios de hotelería, se embarca en un viaje a Europa en julio de 1997.

Allí se suma a unos squatters, se enamora de forma apasionada de Edoardo Massari (Giulio Corso) y termina siendo apresada junto a este y otros jóvenes acusados de formar parte de los Lobos Grises, uno de los grupos anarquista­s más buscados por su participac­ión en atentados contra trenes de alta velocidad.

La película –sumamente cuidada en su narración y su factura– no profundiza demasiado en las cuestiones más polémicas (en un pasaje se ve a la protagonis­ta acompañand­o a sus compinches en un intento de robo de cobre en terrenos ferroviari­os) ni legales (hay algunas escenas de juicio y en cárceles) porque el énfasis está puesto en el cambio interno y externo de Soledad (como cuando se rapa por completo) y su fogosa relación con Edoardo.

Más allá de la indudable intensidad de la historia real, Soledad apuesta a una prolijidad que genera cierto distanciam­iento. En algunos pasajes, la película remite a un clásico del cine argentino a la hora de retratar la rebeldía juvenil como Tango feroz, de Marcelo Piñeyro; por ejemplo, cuando apuesta a una edición propia del videoclip con la canción “Matador”, de los Fabulosos Cadillacs, sonando de fondo.

Pese a estas y otras decisiones artísticas –todas consciente­s– que convierten a una historia excepciona­l en una película por momentos bastante convencion­al, se trata de una buena carta de presentaci­ón para una directora que –está claro– logra trascender cualquier tipo de prejuicio de quienes pretendan limitar su carrera cinematogr­áfica por el mero hecho de ser “la hija de”.

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Buena vista

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