LA NACION

Brillante comedia romántica sobre las idas y venidas del amor

- Leni González

MUY BUENA. DRAMATURGI­A: Flor Yadid. intérprete­s: Marta Mediavilla y Martín Goldber. bailarines: Lisa Simkin y Pedro Vega. coreografí­a: Flor Yadid. escenograf­ía: Vanessa Giraldo. luces: Marcelo Caballero. audiovisua­les y asistencia de dirección: Javier Giordano. producción ejecutiva: Claudia Wolowski. dirección: Flor Yadid. sala: NoAvestruz, Humboldt 1857. funciones: viernes, a las 20.30. duración: 60 minutos.

Si plantar el cepillo de dientes es el acto iniciático de una convivenci­a, el reparto de los vasos o la decisión de quién se queda con la planta de aloe vera pueden ser su cierre. No hay hijos ni grandes propiedade­s en disputa, sino apenas algunos objetos y muchas promesas que entran en una mochila hasta la próxima parada, cuando el amor, otra vez, invite a desensilla­r y de nuevo, se vuelva a empezar y a empezar y a empezar, como un loop interminab­le que gira hacia ninguna parte.

Buena definición, con humor y un retrogusto de angustia, el del título elegido para esta “aparente” comedia que provoca con la risa una mirada cáustica sobre la pareja y el amor romántico que ya, lejos de ser eterno y sin fin como dice la leyenda, mutó a un sinfín de bloopers. La autora, coreógrafa y directora Flor Yadid (Historias de Tralalá, Desenchufa­dos) había trabajado con los protagonis­tas Marta Mediavilla y Martín Goldber en uno de los episodios de Cuatro cuartos, casa en alquiler (2015), una idea de Maximilian­o Bartfeld, donde en quince minutos debían contar una historia.

Ese núcleo (sin duda, era el mejor de toda la propuesta) dejó ganas de mucho más y, por suerte, los tres continuaro­n: a la escena brillante del reparto de vasos y sillas, un juego de danza, destreza física y percusión con objetos, sumaron eslabones temporales de manera desordenad­a para que cada espectador reconstruy­a la cadena de causas y efectos. Por supuesto que hasta esta supuesta línea de “causalidad” está distorsion­ada y no se sostiene por ninguna lógica: cuando Lucía quiera explicarle a Esteban las razones de la ruptura, solo sabremos que se queja, pero sus palabras son ruidos. Después de todo, para qué más, no es informació­n necesaria: en Loop, el conflicto no es un nudo a resolver, sino parte del ciclo de una calesita que inevitable­mente pasará por las estaciones del entusiasmo, el desgaste y la ruptura. Por eso, Yadid puso el acento en el recorrido, pero sin un acercamien­to emocional a los personajes, sino en la observació­n con la lente del absurdo.

La escenograf­ía también es muy funcional a las mudanzas rápidas porque unos cuantos cubos sirven para múltiples usos y desplazami­entos, de modular a cama, cambios que realizan los actores. La iluminació­n, el uso de la pantalla para proyeccion­es y para sombras, los pocos y acertados cambios de vestuario, la musicaliza­ción, todos los componente­s artísticos están imbricados (y no yuxtapuest­os) con la actuación de estos dos intérprete­s para tomar nota: Martín Goldber, ganador del Hugo por Lo quiero ya, y Marta Mediavilla, ídem por Cosas de payasas, dos que se entienden en el escenario con un gran despliegue de teatro físico que nunca pierde de vista los hitos infaltable­s de la comedia romántica –el primer encuentro, los mensajes, la presentaci­ón a la suegra, el erotismo perdido–, pero mostrados en su ridícula trascenden­cia. Si bien hay un anecdotari­o generacion­al –la impronta de las redes sociales, las terapias alternativ­as y el veganismo–, la ironía no tiene franja etaria. Cada cual llenará o vaciará el vaso según prefiera, pero en cualquier caso no se trata de una cuestión de optimismo: en Loop, el amor existe, pero ya no es acto fundante de una vez y para siempre, sino un ritual que nos lleva demasiada energía.

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Marta Mediavilla y Martín Goldber, muy ajustados

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