Irlanda, convertida en una batalla crucial
LMADRID a cumbre de Salzburgo lo escenificó con rotundidad extrema. La cuestión irlandesa es la madre de todas las batallas del Brexit. ¿Por qué?
Gran Bretaña quiere desgajarse del mercado interior (inicialmente mercado común) y de la unión aduanera (arancel exterior común), dos pilares fundadores del espacio comunitario (y del propio éxito económico británico). Pero ambos objetivos prefiguran una línea de separación hacia afuera. o mejor, trasladan esa divisoria al interior de la Unión Europea (UE): a la isla de irlanda, entre la República de Eire y el Ulster norteño que aún forma parte del Reino Unido.
Londres relocaliza ahí, en el corazón de la isla verde, esa frontera. Más propiamente: la crea ex novo, pues había sido suprimida a todos los efectos prácticos desde la adhesión de ambos países a las comunidades (1973) y el Acuerdo de Viernes Santo (1998) que pacificó al norte, escindido por las pugnas violentas de católicos-republicanos y protestantes-unionistas.
La crea de nuevo porque un mercado interior se rige por unas reglas comerciales distintas a las del exterior. Es un mercado necesariamente unido hacia el interior, que iguala también a las personas (primero, porque son quienes producen y mueven las mercancías); a los servicios, en un 40% asociados a las manufacturas (posventa, marketing, mantenimiento, apoyo tecnológico), y a los capitales (que financian el invento). Y porque el conglomerado se une por una tarifa exterior común armonizada.
como sintetiza el periodista irlandés, Tony connelly, Gran Bretaña “abandona el mercado interior, abandona la unión aduanera. Eso crea una frontera. crea una frontera en el sentido legal. Un mercado interior tiene una frontera. Una unión aduanera tiene una frontera, porque hay distintas normas a cada lado de esa frontera”.
El preacuerdo para el divorcio entre la UE y Londres del 8 de diciembre consagró la intención de minimizar –para las mercancías– esa nueva frontera, hacerla lo más blanda posible, incluso invisible: pero para la UE se trataba de un “objetivo” (según las directrices negociadas en abril de 2017), mientras que para Londres, un verdadero “compromiso para evitar una frontera dura, incluida cualquier infraestructura física o chequeos y controles relacionados”.
El propósito era evitar la disrupción comercial; la ruptura de las cadenas de valor; la reinstalación de los pasos fronterizos; los pesados formularios fiscales internacionales y las colas y otras pérdidas de tiempo.
En este contexto, el rechazo británico del mercado interior y de la unión aduanera replantea la efectividad del Acuerdo de paz de Viernes Santo, pues “solo se sostiene si irlanda y el Ulster son completamente iguales en comercio y aduanas”. Poner en riesgo la paz es ya cuestión de mucha mayor cuantía que la del mero comercio.
El artículo primero, y principal, reconoce la “legitimidad de cualquier opción” de los ciudadanos del norte “respecto a su estatus, tanto si prefieren continuar apoyando la Unión con Gran Bretaña como si [optan por] una irlanda unida soberana”. Y consagra un singular derecho de autodeterminación a los habitantes de ambos lados en conjunto al reconocer que “corresponde al pueblo de la isla de irlanda en solitario y sin impedimento exterior” tomar una decisión sobre “el establecimiento de una irlanda unida”, mediante referéndum.
Pues bien, el Brexit podría constituir ese “impedimento exterior” a la libre y mayoritaria voluntad de los irlandeses. Que fue expresamente reconocida por el consejo Europeo del 29 de abril de 2017 y ampliada en sus contundentes efectos políticos para Londres.
Si, de acuerdo con el resultado del eventual referéndum, se alumbrase “una irlanda unida”, el “territorio entero de dicha irlanda unida sería en consecuencia parte de la Unión Europea”. © El País, SL