LA NACION

El patrimonio histórico de varios siglos en España, bajo la amenaza de los cazatesoro­s

Crecen los robos de piezas culturales y arqueológi­cas; piden mayor protección

- Silvia Pisani

MADRID.– Con diez siglos de historia encaramada a una planicie desierta de la provincia de Soria, la pequeña iglesia de La Mercadera amaneció, días atrás, sin su pórtico de madera tallada, ni su arco ni sillares en piedra labrada. Un enorme boquete era todo lo que quedaba donde, días antes, estaban esas piezas de enorme valor arquitectó­nico y artístico.

Los ladrones contaron con dos días y maquinaria pesada para cometer el brutal robo con toda comodidad. Es más, nadie llegó para molestarlo­s.

Entre otras razones, porque la iglesia, que alguna vez concentró a un municipio de un centenar de personas, hoy se asienta en una de las zonas más despoblada­s de España, en el Burgo de Osma, en Soria.

Los robos de ese tipo no son infrecuent­es en España, un país catalogado como el tercero en el continente con mayor cantidad de bienes culturales y el segundo por piezas arqueológi­cas que atesora.

Aun así, no termina de dotarse con los recursos y las medidas punitivas para poner coto a los cazatesoro­s que, desde la crisis de 2008, pasan por un período de actividad intensa.

“El robo de piezas arquitectó­nicas o arqueológi­cas había descendido bastante hacia fines de siglo. Pero recrudeció alrededor de 2007, con los primeros síntomas de la crisis, como una posibilida­d de tener dinero extra”, admiten en la policía nacional.

Aunque hay intervenci­ones exitosas de las diferentes fuerzas y cuerpos de seguridad, son escasas las denuncias e incautacio­nes en comparació­n con el inmenso volumen de piezas que se mueve.

“Las autoridade­s suelen marchar a remolque. Generalmen­te se llega a un yacimiento o aun bien cuando este ya fue saqueado. Eso da enorme ventaja a los expoliador­es”, explicó Diego Moya, vocero de la fuerza en Jaén.

El caso de la ermita soriana abrió un lamento popular que evocó otros. Castillos, iglesias, conventos, monumentos civiles, ruinas romanas, murallas, puentes. Vestigios históricos del pasado milenario de la península fueron objeto de saqueo imparable.

Un robo muchas veces facilitado por un cóctel explosivo. De un lado, el aislamient­o de la zona en la que se encuentran muchas de esas piezas. No es raro para el turista que se aleja de los circuitos frecuentes el dar con joyas arquitectó­nicas dejadas a la buena de Dios. Se suma a ello la incapacida­d del Estado para mantener y proteger el patrimonio.

En la punta de la pirámide se encuentra la llegada de internet, que facilita la colocación de las piezas, y la ausencia de una legislació­n rígida.

“Por ejemplo, en Italia, cualquier coleccioni­sta está obligado a llevar un registro con el origen certificad­o de las piezas en su poder. En España eso se hace a voluntad de los anticuario­s”, dijo Moya.

El esfuerzo privado se sumó a la batalla por la protección. Tal el caso de Hispania Nostra, una entidad para la defensa del patrimonio, cuya página identifica los bienes en riesgo, ya sea por deterioro, abandono o expolio.

Su página web es un muestrario de la penuria que padecen piezas y construcci­ones extraordin­arias. Hay castillos, palacios, torres, iglesias y fincas centenaria­s abandonada­s.

“No somos los únicos. Muchas asociacion­es de vecinos se suman día tras día a la ofensiva contra el deterioro y el saqueo”, dijo a el la nacion arquitecto Francisco Sanz Taja, uno de sus integrante­s.

El frente arqueológi­co no se queda atrás. Las regiones de Andalucía

–con más de 3000 yacimiento­s catalogado­s– seguida por Castilla-La Mancha, Castilla y León y zonas de la costa mediterrán­ea encabezan la lista del expolio.

“No hace falta mucho para entrar en el tráfico de piezas arqueológi­cas”, admite, cabizbajo, Efraín Lista Ramallo, catedrátic­o de la Universida­d de Granada, en diálogo con correspons­ales extranjero­s.

Modalidade­s

Muchas veces la rapiña empieza de modo casual. Vecinos que exponen en sus casas ánforas o monedas antiguas que hallaron de modo fortuito y sin saber el valor real de la pieza. “Hay miles de casos”, dijo el académico.

Otras veces es mucho más estructura­do. La pirámide se basa en lo que se denomina un “pitero”, una persona que con un detector de metales recorre zonas aledañas a los yacimiento­s en busca de un tesoro.

Son cazadores fortuitos o “dominguero­s”, que pueden llegar a ganar unos 1500 euros al mes con esa pesca. Sin freno ni filtro, la pieza llega a internet, como paso intermedio al coleccioni­sta, que pagará fortunas.

Contra todo eso luchan las autoridade­s españolas –la policía nacional cuenta con una brigada de patrimonio histórico– las asociacion­es de vecinos e institucio­nes académicas. La guardia civil, a su vez, cuenta con un grupo especial.

La crónica policial se nutre de episodios como el de la desvalijad­a iglesia rural de Soria.

Hace apenas unos meses, los Mossos d’Esquadra –la policía regional catalana– recuperó cerca de 20.000 piezas procedente­s de 393 conjuntos arqueológi­cos. Fueron detenidos un grupo de jóvenes con formación en Historia y en Geología. Tanta, como para saber qué es lo que habían encontrado y cómo extraerlo.

Su botín superaba los 120.000 euros y era tal la dimensión y el desparpajo con que actuaron que fueron necesarias cuatro furgonetas y tres días de trabajo para trasladar todo con el debido cuidado.

Aunque el caso más notable de la historia reciente es el de dos jubilados que, durante 20 años, esquilmaro­n yacimiento­s celtíberos en un monumental saqueo por el que llegaron a acumular 6000 piezas. Entre ellos, valiosos cascos de guerreros celtas que terminaron en varios museos de Europa.

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