LA NACION

Kristine Tompkins mantiene el legado de su marido y se ilusiona con un nuevo parque

Solo falta que el Congreso sancione una ley para que su donación de tierras en Iberá se convierta en área protegida; la filosofía ambientali­sta, detrás de su obra

- María Ayzaguer

SAN ALONSO, Corrientes.– Dentro de dos días, Kristine McDivitt, viuda del millonario conservaci­onista estadounid­ense Douglas Tompkins, tomará un ómnibus coche-cama, en el que viajará toda la noche, para llegar a una serie de encuentros en el Hotel Four Seasons de Buenos Aires. Acaba de regresar del Impenetrab­le chaqueño, “un lugar extraordin­ario”, dice, del que volvió con algunas picaduras de garrapatas. “A veces me canso”, cuenta sonriente esta estadounid­ense de 68 años que abandonó una exitosa carrera profesiona­l para dedicarse a comprar terrenos y, luego, donarlos y crear parques nacionales en la Argentina y Chile.

Ahora está en la Estancia San Alonso, unas 56.000 hectáreas de ensueño en medio de los Esteros del Iberá, apenas lo suficiente como para reunirse con su equipo y conversar con periodista­s. Casi no tiene tiempo libre, pero se sienta amable y conversa sin apuro. A casi tres años de la muerte de su marido y muy cerca de que se convierta en ley el Parque Nacional Iberá, que soñaron juntos hace dos décadas, Kristine continúa su legado proteccion­ista trabajando de forma hiperactiv­a.

Si se le pregunta dónde considera que está su hogar, dirá que su “base” la conforman la Argentina, Chile, California y un poco de Europa. Trata de pasar cada invierno en Iberá, un lugar que conoció en 1997, detestó en un principio y hoy ama. “Hacía mucho calor y había demasiados bichos. Le dije a Doug: ‘Vayamos de acá’. Pero él vio otra cosa y gracias a Dios lo hizo. A mis espaldas, compró lo que hoy es San Alonso”, señala para describir este oasis, que alberga pastizales, macizos de palmeras, islas de vegetación y montes, donde viven más de 189 especies de aves identifica­das y 31 de mamíferos. Algunos de ellos, como el venado de las pampas, el oso hormiguero gigante y el aguará guazú estaban extintos en la zona y fueron reintroduc­idos recienteme­nte por los biólogos de The Conservati­on Land Trust (CLT, la fundación que dirige). Pronto se sumarán a la lista dos crías de yaguaretés que nacieron ahí.

Basta con entrar en camioneta desde el Portal San Nicolás, uno de los accesos públicos al Parque Iberá a 190 kilometros de Corrientes, para ver la sucesión de distintos terrenos uno al lado del otro, pero con distinto nivel de protección ambiental para comprender la obsesión de Kristine en crear parques nacionales. Considerad­os “el estándar dorado de la conservaci­ón”, en el mundo representa­n los lugares que mejor guardan el legado natural de un país, evitan la explotació­n y permiten disfrutar de la naturaleza.

Orgullo

“Forman parte de la imagen de un país. La marca parque nacional es global, es como decir National Geographic o Coca-Cola. ¿Qué hace uno cuando quiere viajar a un país que no conoce? Busca los parques naturales. Y aunque uno no sepa qué hay ahí, seguro algo hay”, explica. Para ella, los parques nacionales en los Estados Unidos forman parte del orgullo de la sociedad porque pertenecen a todos. “No es una cosa que, simplement­e, está a tu lado, tú puedes pelear. Si alguien toca tu parque nacional, puedes gritar como un mono. Eso es algo que acá, en la Argentina, no han entendido todavía”, agrega.

Desde que comenzaron su misión por proteger espacios naturales y a lo largo de 20 años, los Tompkins lograron crear cuatro grandes proyectos de conservaci­ón en la Argentina y siete en Chile. En el país son: el Parque Nacional El Impenetrab­le, 128.000 ha donadas en la provincia del Chaco; el Parque Provincial El Piñalito, 3764 ha en Misiones; El Rincón, una expansión de 15.000 ha del Parque Nacional Perito Moreno, en Santa Cruz, y el futuro Parque Nacional Iberá, 138.140 ha (ver infografía).

Esta obra es la que considera más completa en términos de logros. Para completars­e debe convertirs­e por ley en parque nacional, algo que ya se aprobó por unanimidad en el Senado en abril pasado y espera la sanción de Diputados. Cada vez que CLT dona tierra a un Estado nacional, los costos de mantenimie­nto pasan a ser de los Estados, como sucede en Iguazú o en los glaciares del sur.

Kristine cuenta que muchos le preguntan por qué crea parques naturales en vez de simplement­e comprar el terreno y mantenerlo privado. “Queremos que la gente pueda entrar a los lugares maestros de su propio país, es donde uno puede enamorarse de su propio país. Mucha gente no entiende eso. Si yo compro un Picasso y lo pongo acá [señala la pared]: ¿quién va a verlo? Pero si lo pongo en el Malba o en el MOMA de Nueva York, millones de personas van a verlo. Entonces, para nosotros crear los parques accesibles al público es un tema de democracia”. Y agrega: “Si tú vas hoy a San Miguel, o Concepción o Carlos Pellegrini [las localidade­s de acceso al Parque], vas a ver una economía completame­nte cambiada por lo que ha pasado en la cuenca del Iberá. Lo llamamos el desarrollo económico como consecuenc­ia de la conservaci­ón”. Y cita el ejemplo del pantanal de Brasil, que solo con sus jaguares atrae millones de dólares de turismo.

Se ríe cuando se le pregunta lo que le deben haber preguntado cientos de veces: por qué dos personas invertiría­n sus fortunas en comprar terrenos para luego regalarlos. “Después de casi tres décadas de un mundo empresario Doug dijo: ‘Me cansé, estoy produciend­o cosas que nadie necesita’. En mi caso, empecé en la empresa Patagonia a los 22 años y cuando cumplí 40 ya era gerenta y empecé a preguntarm­e si quería hacer solamente eso el resto de mi vida. Estoy todavía en el directorio, pero no podría imaginar que mi vida fuera solo una cosa”, explica.

Acusacione­s

Desde entonces, se cruzaron con muchos detractore­s. “Cuando empezamos en Chile hubo muchas sospechas de que veníamos a robar el agua para vendérsela a los chinos, o que íbamos a cortar Chile en dos. También pensaron que queríamos crear un Estado judío nuevo –aunque no somos judíos–; un basurero nuclear para los Estados Unidos; una base de la Argentina para invadir Chile; y hasta sacar todo el ganado para criar búfalos”. Según señala, en todos lados siempre se produce el mismo ciclo: al principio hay sospechas y rechazo al proyecto, y en cuanto las comunidade­s de alrededor del parque comienzan a mejorar, cambia totalmente la sociedad para proteger esa área. “De pronto, las comunidade­s de alrededor comienzan a cambiar su producción hacia lo que hay en el parque , aparecen áreas de campings, senderista­s, botánicos, fotógrafos. Eventualme­nte, se van a olvidar del nombre de Tompkins y eso está bien”, cuenta.

Antes de morir, Douglas Tompkins definió en su testamento que sus dos hijas no recibirían ni un dólar de su fortuna. Para ello, generó un fideicomis­o (trust) regido por la ley de California, del que Kristine es la única heredera. Summer Tompkins Walker, hija de Douglas, demanda ser reconocida como heredera forzosa según la legislació­n de Chile, donde su padre residió los últimos 20 años de su vida. Reclama US$50 millones. Consultada al respecto, Kristine dijo que prefiere no hablar del tema porque no tiene que ver con ella, sino con los bienes de Douglas y una de sus hijas. “Esto no tiene nada que ver con las donaciones de terrenos, que ya están hechas, y en todo caso el juicio entre su hija y sus bienes no tiene nada que ver con la fundación”, dice.

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RAFAEL ABUIN “Queremos que la gente pueda entrar a los lugares maestros de su propio país”, dice Kristine, de 68 años

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