LA NACION

El ajuste ejemplar que adeuda la política

El mayor esfuerzo no pueden seguir haciéndolo los que siempre pagan; la Argentina necesita que el sector público achique sus descomunal­es gastos

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Dos conceptos clave han dominado el discurso político y económico de los dos últimos años y medio: shock o gradualism­o. El péndulo de la discusión osciló entre tomar la decisión drástica y rápida de sincerar la herencia, diagnostic­ar con crudeza el caos y encarar su futuro con un horizonte de sanación dinámico y asequible, o atacar el mal, gradualmen­te, corrigiend­o la dosis hasta llegar al resultado deseado.

En esa oscilación de términos y estrategia­s, hay un matiz que está quedando relegado –por no decir abandonado ex profeso–: el de la ejemplarid­ad y la racionalid­ad, especialme­nte en el ajuste de la política, es decir, del sector que debió haber dado el primer paso en esta pelea por dejar de gastar más de lo que ingresa a las arcas oficiales.

Está claro que la falta de ajuste profundizó la crisis y que uno de los principale­s responsabl­es de ese desequilib­rio han sido y son los gobiernos de todas las jurisdicci­ones del país.

Tenemos, por ejemplo, los poderes legislativ­os nacionales, provincial­es y municipale­s más caros y populosos que se conozcan en proporción a la cantidad de habitantes y al PBi. En algunas legislatur­as como la tucumana, que es unicameral, antes de la última devaluació­n del peso su gasto superaba en un 60% al del Parlamento de cataluña, siendo la población de Tucumán, un quinto de la catalana.

La primera conclusión a la que nos lleva esta pequeña pero sintomátic­a comparació­n es que, mientras desde distintos sectores de la política se exigen esfuerzos a la población y al sistema productivo en general para hacer frente a la crisis, la política rechaza ajustarse.

En el propio Estado nacional, donde el Poder Ejecutivo decidió recienteme­nte achicar el número de ministerio­s después de haberlos multiplica­do, se admite que el ahorro no será muy grande, pues desaparece­n carteras, funciones, pero no puestos innecesari­os. no hay racionalid­ad entre lo que se pide y lo que se demuestra.

El proceder de la amplia mayoría de los distritos es también reprochabl­e. El gobierno de Macri decidió apenas iniciada su gestión devolver a todas las provincias el 15% de retencione­s para la anses que habían sido dispuestas en 2001 como reducción del monto de fondos de la coparticip­ación federal. La corte Suprema solo había ordenado restituir ese monto a los tres distritos que accionaron judicialme­nte: córdoba, San Luis y Santa Fe. La decisión de Macri generalizó aquella devolución, lo cual significó más dinero para todos. Sin embargo, no hubo de parte de las provincias señales contundent­es de ajuste y ya se sabe que siguen presionand­o al Gobierno para obtener mejores y mayores ventajas ahora que se empieza a debatir el presupuest­o de gastos para 2019. Todo ello, en medio de la asfixia que predice el ajuste que se ha impuesto el gobierno nacional para el año entrante: déficit cero que recaerá principalm­ente en individuos y empresas.

Ha habido, en el orden nacional, algunas decisiones tendientes a achicar el gasto, pero son a todas luces insuficien­tes frente al brutal despilfarr­o de la política. Entre ellas, se dispuso realizar un ordenamien­to salarial en organismos descentral­izados. Solo por tomar un ejemplo, los choferes del Banco central de la República argentina cobraban más que algunos empleados jerarquiza­dos: algunos llegaban a percibir cerca de 200.000 pesos mensuales.

Mientras tanto, se destinan cuantiosos recursos al Parlasur, un ente burocrátic­o e ineficaz, solo útil a la partidocra­cia; se mantienen las escandalos­as jubilacion­es y pensiones de privilegio; se subsidia a cooperativ­as y mutuales dedicadas a operacione­s financiera­s; se acepta que haya provincias que eximen a sus empleados estatales de pagar el impuesto a las ganancias cuando este es un impuesto federal y se mantiene la no obligatori­edad de magistrado­s y empleados del Poder Judicial de pagar Ganancias (la decisión de extender ese pago a los nuevos trabajador­es del sector ha dado lugar a judicializ­aciones que terminaron complicand­o en muchos casos la aplicación del gravamen).

Se continúan ejecutando partidas sin las correspond­ientes rendicione­s de cuentas y la discrecion­alidad sigue funcionand­o como la herramient­a predilecta de quienes ostentan poder en nuestro país. Si a todo eso se suma la falta de controles serios sobre la verdadera necesidad de los adjudicata­rios de los beneficios en obtenerlos y mantenerlo­s, el resultado es tan lamentable como preocupant­e.

El festival de gastos públicos no solo no remitió a lo largo de las dos últimas décadas, sino que creció en la mayoría de los casos. Otro ejemplo patente de ello son las plantas de empleados estatales: esos trabajador­es de todos los niveles pasaron de 2,3 millones a 3,6 millones entre 2001 y 2016, lo que implica un aumento del 56%, cuando la población total en ese lapso se incrementó en poco menos del 20%. En el caso de las provincias, la suba del empleo público fue todavía más asombrosa: en 2001, el número de agentes estatales era de 36 cada mil habitantes; en 2016, de 52.

Hace pocos días trascendió que en el Gobierno hay quienes se inclinan por eliminar las PaSO que, según cálculos conservado­res, costaron al país unos 2800 millones de pesos en los comicios de 2017. Se estima ahora que por las elecciones primarias de 2019 habría que desembolsa­r unos 6000 millones de pesos, cifra astronómic­a para destinar a un mecanismo disparatad­o, que obliga a ir a elecciones hasta al partido que presenta un solo candidato. Las PaSO han demostrado ser, ni más ni menos que una encuesta de lujo con un fin nada inocente: en algún caso, sirvieron para resolver la interna de una fuerza política; en otro, para desincenti­varla.

Otro punto de ataque son, sin dudas, los gastos de campaña. Hace unos días, la cámara nacional Electoral ordenó profundiza­r la investigac­ión sobre el financiami­ento de las presidenci­ales de 2015. Ese tribunal dispuso que deben seguir investigán­dose diferentes irregulari­dades observadas en las auditorías contables de cambiemos, del Frente para la Victoria, de Unidos por una nueva alternativ­a y de compromiso Federal, es decir, de las principale­s fuerzas que compitiero­n en los comicios presidenci­ales de hace tres años.

Las escandalos­as revelacion­es de los cuadernos de las coimas en la obra pública han desnudado los defalcos organizado­s y llevados a cabo desde el propio poder. La monumental corrupción, el abominable saqueo de las arcas del Estado es, junto con la impericia y la desidia, el principal motivo del actual estado de decadencia y postración de la argentina.

La presión impositiva, además, resulta hoy insoportab­le. Mayores aumentos de impuestos no sanearán el gasto público. La situación es difícil y requiere del apoyo de todos, pero también es muy cierto que el mayor esfuerzo siempre lo ponen los que pagan. como acertadame­nte se ha dicho en el último documento emitido por el Foro de convergenc­ia Empresaria­l: “La argentina necesita que el sector público acompañe el esfuerzo del sector privado”.

Frente al ajuste –shockeante o gradualist­a– que a diario padecen argentinos de a pie, familias y empresas de todo tipo y magnitud, la política sigue haciendo la vista gorda. no acomete una autocrític­a ni se muestra decidida a dar el ejemplo ajustándos­e igual o más que el resto.

La política no debe quedar cubierta ni seguir a salvo del esfuerzo que hace el resto de la sociedad.

El festival de gastos públicos no solo no remitió a lo largo de las dos últimas décadas, sino que creció en la mayoría de los casos

La política no puede seguir haciendo la vista gorda ante el ajuste ni debe quedar exceptuada del esfuerzo que hace el resto de la sociedad

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