Algo fue mal
Decía Orwell que ver lo que tenemos delante exige una lucha continua. Quizás por eso la crisis económica no mostró su verdadera cara de huracán enfurecido hasta la caída de Lehman Brothers, en septiembre de 2008. La política salvó entonces a un sistema económico depredador que había agudizado hasta el límite sus contradicciones. Es una de las conclusiones que conviene recordar ahora que se cumplen diez años de aquel terremoto que sacudió al mundo: si hay voluntad, poder y política pueden ir de la mano.
Esto que habíamos olvidado con la premisa del fin de la historia, la virtuosa alianza entre mercado y democracia, estalló por los aires cuando reconocimos que el capital campaba a sus anchas dentro de un sistema financiero descontrolado. La lógica del bienestar para todos, impuesta tras la caída del muro de Berlín, escondía un locuaz espejismo: el conflicto social había desaparecido de la agenda política. La crisis financiera iluminó una desigualdad creciente respecto de los más necesitados y de las pauperizadas clases medias. La polarización de rentas no tardó mucho en trasladarse a los fenómenos de polarización política que estamos padeciendo hoy.
El triste balance de estos diez años puede convertirlos en una década perdida, pues resulta evidente que el conflicto social que estalló con Lehman Brothers no ha hecho que revisemos las condiciones económicas que lo hicieron posible. antes bien, se ha sublimado en una guerra identitaria que evidencia el débil papel de Occidente y, como predijo Tony Judt, nuestra profunda incapacidad para imaginar alternativas políticas.