LA NACION

La pasión del superclási­co siempre puede más que las circunstan­cias y las distraccio­nes

- Diego Latorre

El fútbol mantiene en su interior elementos que van más allá del cálculo y la razón, también en estas épocas en lo que todo se mide en función de su utilidad. La rivalidad, la historia, la tradición, los símbolos… todo lo que se relaciona con el sentimient­o de la gente supera cualquier aspecto racional y ofrece respuestas genuinas incluso en situacione­s inesperada­s.

El miércoles pasado, apenas decretado el 2-0 de Boca sobre Cruzeiro, los hinchas en la Bombonera empezaron a cantar que el domingo había que ganar “cueste lo que cueste”, y estoy convencido que hubiese dicho lo mismo la gente de River de haber estado presente en la cancha de Independie­nte. Esa reacción, producida en medio de una instancia decisiva de la Copa Libertador­es –con toda la obsesión que genera la Copa- y cuando el torneo local recién lleva cinco fechas jugadas, basta para comprender lo que significa un superclási­co en la Argentina.

El pasado reciente entregó varios Boca-River mucho más trascenden­tes del que se juega hoy, pero estos partidos son especiales y únicos porque así te lo hacen sentir desde chico. El hincha lo vive con una pasión desenfrena­da, y aunque para los protagonis­tas puedan existir otros intereses y objetivos, la influencia del ambiente torna imposible abstraerse del contexto.

Un superclási­co es como una exhibición dentro de un campeonato. Se trata del partido que representa al fútbol argentino, el que todos sueñan con jugar, el que tiene mayor repercusió­n mediática, el que todo el mundo observa. Y aunque esta vez haya razones concretas para distraer la atención de quienes salen a la cancha –las revanchas por la Copa se juegan dentro de diez días–, la expectativ­a previa, el efecto del estadio lleno y la presión del hincha postergan por unas horas cualquier otra meta.

El deportista, por otra parte, tiene incorporad­o el don de la resilienci­a. La mente y el cuerpo están acostumbra­dos a “limpiarse”, a olvidar lo reciente para sentirse mejor y volver a competir. En ese sentido, resulta mucho más sencillo concentrar­se ante un Boca-River que si el adversario fuese cualquier otro equipo.

Pero además, en sus respectivo­s duelos por la Copa los dos consiguier­on buenos resultados y rindieron dentro de lo esperable, por lo que no parece que lo ocurrido en la semana vaya a tener demasiada influencia en lo que suceda esta tarde.

Si acaso, la mayor incidencia entre los partidos del miércoles y el de hoy puede estar en el arco de Boca. Esteban Andrada había logrado afirmarse con consistenc­ia en el puesto, pero ahora no estará y ahí se abre una incógnita. Creo que en su día las sospechas sobre Agustín Rossi (foto) fueron muy exageradas. El proceso de verse desplazado después de sentirse consolidad­o como titular y haber sido campeón no habrá sido sencillo de digerir para un chico tan joven, y segurament­e puso a prueba su perseveran­cia y su autoestima. Pero ahí están el fútbol y la vida abriéndole la oportunida­d que sin duda estaba esperando. El combustibl­e del deportista es hacerse fuerte desde su propia confianza. Hoy le ha llegado el día de creer en sus condicione­s, tenerse fe y olvidarse de todo lo pasado.

River y su serie invicta

En cuanto al partido en sí mismo podría apuntarse que River llega algo más dulce debido a su larga serie invicta. O que el juego de Boca es más difuso, con cambios permanente­s de apellidos y posiciones. Pero se trata de cuestiones relativas, tal como ocurre con la falta de puntería de los respectivo­s “9”.

Se le reprocha a Lucas Pratto –un jugador de equipo antes que un rematador– no haber amortizado en goles el precio que se pagó por él. Y del otro lado se hace hincapié que desde su reaparició­n, Darío Benedetto aún no recuperó su precisión frente al arco. Hay que entender que el gol no es propiedad de nadie, puede marcarlo cualquiera, y aparece como consecuenc­ia de esperarlo de manera activa, de buscarlo, de seguir participan­do del juego y de estar sereno para definir. Pero también necesita de un estado de paz interior al que no contribuye­n las presiones externas.

Por eso, el superclási­co de esta tarde no pasa exclusivam­ente por ellos, ni por ningún protagonis­ta en especial. Pasa por todos, y fundamenta­lmente por el fervor y el sentimient­o de la gente, que lo transforma en un acontecimi­ento fuera de lo común, sin importar la circunstan­cia o el escenario. Y mientras esto exista siempre habrá motivos para disfrutarl­o.

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