LA NACION

Lavacolla- Santiago

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(18 kilómetros) El camino sería incompleto sin una última etapa con llegada a la Plaza del Obradoiro, el sitio donde convergen todas las rutas que llegan a Santiago de Compostela. El motivo del viaje.

Uno de los últimos tramos arbolados discurre paralelo a la ruta, por un sendero boscoso. De a poco, lo urbano gana terreno a lo rural. Otro monolito, de los más fotografia­dos, dice que faltan 10 kilómetros. Luego la cuenta entra en un dígito y al rato no falta casi nada. Se sube al llamado Monte de Gozo y desde allí, en los bordes de la ciudad, se ven por primera vez las torres de la Catedral. Quedan los últimos minutos y la emoción es enorme.

Esta es una experienci­a auditiva. Se pisan las callejuela­s de Santiago con música de fondo: su casco medieval está repleto de artistas que ofrecen su talento a la gorra. Luego el ruido es otro: el de los gritos de euforia de quienes llegan al pie de la catedral. Es un momento de fuerte emoción. Pasamos bajo el Arco del Peregrino y entramos. Por fin, allí está, frente a nosotros, enorme y cargada con las muestras de fe que le dejaron peregrinos siglo tras siglo. Un momento sobrecoged­or y cada uno sabe por qué.

Una leyenda escrita en el piso, dice que el Camino es la libertad. Puede ser.

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