LA NACION

Miño-Betanzos-PresedoAbe­gondo (20 km)

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Hay que tener cuidado. Con tramos muy solitarios, no abundan los bares en la ruta. Conviene llevar alimento y agua –mucha– en la mochila. Las rodillas se ponen a prueba en varias subidas. Por momentos, la ruta se adentra en campo profundo. Se verán campesinas con azadas trabajando la tierra.

Hacia Betanzos, bordeando la ría, el camino pasa por una vieja hacienda con muro de piedra. Protegido por una cerca, está uno de los árboles más grandes y añosos de todo el Camino Inglés. Un monumento. Su tronco es de tal volumen que las cinco amigas que hicimos ese tramo, juntas y tomadas de la mano, no llegamos a darle la vuelta.

En el texto no se escucha el ruido de los pájaros, ni del viento, ni de las hojas. Ni el silencio sobrecoged­or en la vieja y pequeña iglesia romá- nica de San Martin de Tiobre, ya en Betanzos. La misma que ven los peregrinos desde el siglo XII. Su cura es el mismo que encontramo­s kilómetros más adelante, en la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, o nuestra Señora del Camino, del siglo XVI. Una construcci­ón curiosa: el piso está tan en pendiente como el cerro sobre el que está encaramada. Un desafío para el equilibrio.

El casco antiguo de Betanzos, cruzando el río Mondeo, vale una visita. De allí hasta Abegondo la ruta se pone más pesada. Hay tramos en los que se avanza por puro pavimento, al costado de rutas muy angostas y a veces sin banquina.

Repusimos fuerzas en el Mesón Museo Camino de Santiago, que está –literalmen­te– en el medio de la nada. Un sitio que sorprende con pinturas y dibujos sobre la imagen de los gallegos de la Edad Media. La noche fue en la Casa Grande Do Soxal, en Cesuras. 30 euros la noche en una auténtica y reciclada casa de piedra. Inolvidabl­e.

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