LA NACION

El Ferrol-Fene.

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(22 kilómetros) Amaneció lluvioso, lamenté no haber llevado una capa. Todo era excitación. Buscamos en el puerto de Curuxeiras el monolito de piedra con la placa de cobre que marca el comienzo del Camino Inglés. Ya había comprado en la Oficina de Turismo mi pasaporte de peregrino (un euro) y le estamparon el primer sello. Seguirían 30 más, pero todavía no lo sabía.

El comienzo es lento y urbano: se recorre Ferrol y la ría de Vigo con sus fantástica­s vistas. Se llega a Neda, apenas cruzar el río Xubia. Paramos en el bar La Flor de Mayo, donde nos dieron unos exquisitos sándwiches, bienvenido­s para el hambre de los primeros 10 kilómetros. Comprendim­os por qué ese municipio es famoso por su pan.

El recorrido hasta Fene revela huellas de los peregrinos ingleses: hay imágenes traídas por ellos, siglos atrás, en la iglesia de Santa María y en el cercano monasterio de San Martín de Xubia.

El paisaje se vuelve más rural. Pasamos por la antigua calle real de Neda, con las casas de piedra y su vereda de recova y las flechas que hacen los vecinos para que no nos perdamos en los trechos más largos.

Esa noche dormimos en Fene, en el hotel A Cepa (20 euros por persona la noche). Al día siguiente, Tino y Maruja, sus simpáticos dueños, nos despidiero­n con un desayuno pantagruél­ico. Algo que se repetirá invariable­mente a lo largo del Camino.

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