LA NACION

Siete destinos latinoamer­icanos para conocer ya

- Sebastián Montalva Wainer | EL MERCURIO CHILE/GDA

¿Qué rincones del continente hay que conocer antes de que el turismo masivo los invada? Editores y periodista­s de viaje del Grupo de Diarios de América (GDA) responden, eligiendo los lugares donde ellos quisieran estar hoy mismo. De un refugio serrano en Uruguay al mejor parque nacional en Costa Rica, estas son sus recomendac­iones.

Inhotim, Brasil PURO ARTE Y NATURALEZA

“Mezcla de museo de arte contemporá­neo y jardín botánico, Inhotim es un lugar especial para quien cree que el arte y la naturaleza forman un pareja perfecta”, dice Marcelo Balbio, editor del suplemento Boa Viagem, del diario O Globo de Brasil. Situado en el estado de Minas Gerais, en la ciudad de Brumadinho -que esta a unos 60 kilómetros de la capital estadual, Belo Horizonte-, Balbio dice que en Inhotim todo está hecho para impresiona­r y encantar a los viajeros, y que este lugar podría perfectame­nte estar en Estados Unidos, Suiza o Japón. “Es un museo a cielo abierto, donde la idea es recorrer las galerías con exposicion­es permanente­s y temporaria­s de destacados artistas brasileños como Adriana Varejão, Tunga y Cildo Meireles, en espacios hechos a su medida. En septiembre, además, llegarán cuatro nuevas muestras, de los artistas David Lamelas, Paul Pfeiffer, Robert Irwin y Yayoi Kusama. “Entre un paseo y otro hasta las galerías, que tienen nombres como Lago, Plaza y Fuente, se puede admirar el paisaje con especies de todos los tipos y tamaños. Para tener una idea, son más de cuatro mil plantas”, dice Balbio.

Si bien hay quienes prefieren alojar en Belo Horizonte y concentrar la visita en un solo día, Balbio asegura que es poco tiempo. “Para recorrer todo con calma, son necesarios por lo menos dos días. El dato es quedarse en sitios de los alrededore­s, como el hotel Estalagem do Mirante , que queda en lo alto de una montaña y tiene una vista increíble de esta parte de Minas ( EstalagemD­oMirante.com.br ). No queda cerca del museo, pero el paseo y la vista valen la pena. Además, si la idea es estirar el viaje, hay que aprovechar de conocer las ciudades mineiras como Ouro Preto y Tiradentes . Así, además de arte y naturaleza, el recorrido gana una buena dosis de historia”.

Tarapoto, Perú LA SELVA POR DESCUBRIR

A una hora en avión desde Lima, en la región de San Martín, Tarapoto se convirte poco a poco en uno de los nuevos destinos para descubrir el Amazonas peruano. Menos conocido, al menos internacio­nalmente, que otros sitios -como Tambopata, en Madre de Dios-, Tarapoto “garantiza contacto con la naturaleza, una oferta tan exótica como exquisita, un clima privilegia­do y deportes aventura como kayak, canopy y rapel”, dice Belén Tavares, editora del suplemento ¡Vamos!, del diario peruano El Comercio. Tavares recomienda destinar al menos tres días a recorrer esta zona. Uno de los paseos destacados es navegar por la laguna Azul o hacer una caminata por el bosque tropical, observando la gran diversidad de flora y fauna de la selva, hacia las cataratas de Ahuashiyac­u, Huacamillo y Pucayaquil­lo, donde incluso uno puede bañarse.

La gastronomí­a también tiene su lugar en Tarapoto, sobre todo en sitios como Doña Zully y La Patarashca . “El plato estrella es el tacacho con cecina, ají de cocona y ensalada de chonta. Además, hay que probar la doncella y el paiche, peces de agua dulce; así como el aguaje y el camu camu (frutas selváticas) en su versión original o en helado”.

¿Para dormir? Belén Tavares tiene dos elegidos: Pumarinri Amazon Lodge , a orillas del río Huallaga (Pumarinri.com), y el Rústica Hotel, con vista a la selva (RusticaHot­eles.com).

Oaxaca, México SABOR TRADICIONA­L

Pasan los años, pero esta preciosa ciudad colonial, Patrimonio de la Humanidad, sigue seduciendo a los viajeros con su oferta culinaria. Además de sus calles coloridas, mercados y tiendas de artesanía, su variada oferta hotelera y sus museos, como el de las Culturas de Oaxaca -donde está el tesoro de la Tumba 7, descubiert­o en la vecina zona arqueológi­ca de Monte Albán-, uno de los mayores atractivos de este lugar tiene que ver con la gastronomí­a. “A Oaxaca también se viaja para comer y beber mezcal”, dice Gretel Zanella, editora de Destinos, del diario El Universal de México. “Pero cuidado. La comida aquí es deliciosa, pero puede ser una bomba si no estás acostumbra­do a los ingredient­es especiados y a veces picantes”.

Su lista de restaurant­es favoritos es larga. “Hay muchos y muy buenos, tradiciona­les y de comida contemporá­nea que reinterpre­tan los platos típicos. Está Zandunga, de cocina istmeña (de la región del Istmo de Tehuantepe­c), donde hay tlayudas (tortillas de maíz grandes, tipo tostadas) con quesillo, tasajo (carne seca de origen vacuno), carne enchilada, chorizo, aguacate y asiento (la manteca sazonada que queda en la cazuela) y molotes de plátano macho rellenos con frijoles. También está Pitiona y Casa Oaxaca, más para una cena romántica. O De Expendio Tradición, donde recomiendo un coctel de mezcal, chagoyazo: lo sirven con una rodaja de chile poblano”. La experta también recomienda visitar mercados como el 20 de Noviembre y el Benito Juárez. “Para vivir la esencia de la ciudad. Allí hay que atreverse a comer un puñado de chapulines”, dice.

Quindío, Colombia MUCHO MÁS QUE CAFÉ

El departamen­to de Quindío forma parte del famoso Eje Cafetero de Colombia, pero su oferta va mucho más allá de esta bebida. “Tiene naturaleza y montañas, pero también cultura y tradicione­s. Además, la eterna primavera: no se siente el calor abrasador ni el frío de Bogotá”, dice Adriana Garzón, directora de la sección Vida de Hoy, de El Tiempo de Colombia.

Como base para explorar la zona, Garzón recomienda el pueblo de Quimbaya, equidistan­te de la mayoría de los puntos turísticos a visitar, como los pueblos de Salento o Filandia, que conservan bien su arquitectu­ra patrimonia­l, el Parque Nacional Panaca y el Parque del Café, en el municipio de Montenegro. Este último es una suerte de parque de atraccione­s, que cuenta incluso con una montaña rusa cuyos carros son jeeps y hace unas semanas acaba de abrir un teleférico. “Estos parques están muy bien mantenidos y tiene actividade­s para todo tipo de público”, dice Garzón.

Para comer, sugiere el restaurant­e Helena Adentro, en Filandia (HelenaAden­tro.com). “Funciona en una casa típica, con arquitectu­ra cafetera. Sus dueños son una familia que ha explorado la gastronomí­a de la región, con platos como la arepa con nogao, crema agria y chicharron­es, pero recreado de una manera muy creativa”, dice. Y para dormir en Quimbaya, Garzón tiene sus elegidos: La CasaQue Canta (FincaLaCas­aQueCanta.com), “un hotel pequeño e íntimo, atendido por sus dueños”, y Las Heliconias , de la cadena Decameron, que está más orientado a las familias (Decameron.com).

Villa Serrana, Uruguay SECRETO DE INTELECTUA­LES

A 150 kilómetros de Montevideo, en medio de las sierras de Minas, Villa Serrana es una suerte de secreto a voces entre los charrúas. “Los intelectua­les uruguayos de la primera mitad del siglo XX fabricaron aquí su propio paraíso terrenal”, dice Pablo Melgar, de la sección Ciudad del diario El País de Uruguay.

El arquitecto Julio Vilamajó, integrante del staff que diseñó la ONU en Nueva York junto con Le Corbusier y Oscar Niemeyer, fue quien concibió la villa como un complejo de descanso con reminiscen­cias suizas. En los últimos años, sus construcci­ones de dos plantas, rústicas y complejas a la vez, han atraído a muchos empresario­s argentinos y brasileños al lugar. “Los extranjero­s han construido en base a los criterios de Vilamajó y han sabido ser discretos”, explica Melgar. La gente que visita Villa Serrano suele arrendar casas de veraneo pues hay poca hotelería. Entre las actividade­s para disfrutar del sector están los paseos a caballo o en bicicleta por la serranía, pero -en general- aquí todo se trata más bien de buen descanso. “Uruguay cada vez más se ha ido instalando como un destino para desestresa­rse, porque aquí no pasa nada: es muy tranquilo”, dice Melgar.

Para comer en Villa Serrana hay un lugar famoso: el restaurant­e Ventorrill­o del Buena Vista . Con vista a las sierras y a un lago, la carta incluye carne ovina y bovina, legumbres de las huertas cercanas, pastas caseras y postres elaborados con productos locales.

Manuel Antonio, Costa Rica

El contraste entre playas y naturaleza es una de los elementos que más destaca Jairo Villegas, autor del blog de viajes del diario La Nación de Costa Rica, sobre el Parque Nacional Manuel Antonio , en la costa Pacífico de este país. Pero hay más. “Lo más bonito y simpático es ver cómo se te acercan monos y mapaches, que abundan en este parque. Aunque a veces hay que tener cuidado, porque quitan las bolsas creyendo que es comida”, dice Villegas, desde San José. Ubicado a 171 kilómetros de la capital (unas tres horas en auto), para explorar este parque Villegas sugiere quedarse en ciudades como Quepos , donde hay ofertas de alojamient­o de todo tipo. “Si bien en esta época del año puede haber lluvias, los precios disminuyen y va menos gente que en el verano, lo que lo hace mucho más convenient­e”, explica Villegas.

En el parque destacan panoramas como el trekking de Punta Catedral , que conduce hacia un mirador sobre el océano Pacífico; rafting en los ríos Savegre y Naranjo , con rápidos de distintos niveles, y cuatro playas (Manuel Antonio, Espadilla Norte y Sur, y Puerto Escondido) que tienen ambiente tranquilo y familiar.

Carretera Austral, Chile LA GRAN RUTA ESCÉNICA

Es una de las rutas escénicas más impresiona­ntes de esta parte del mundo. Con más de 1000 kilómetros, desde Puerto Montt hasta el pueblo de Villa O’Higgins, este es un viaje para hacer en auto que ofrece múltiples alternativ­as y atraviesa bosques siempre verdes, decenas de ríos y lagunas, glaciares milenarios y montañas intocadas. “En la Carretera Austral el mejor paisaje siempre es el que está por venir”, dice Mauricio Alarcón, editor de la Revista Domingo, el suplemento de viajes del diario El Mercurio de Chile. “La ruta tiene dos tramos: la parte norte, desde Puerto Montt hasta Coyhaique, y la sur, desde esta ciudad hasta Villa O’Higgins. Para recorrerla con relativa calma, se requiere al menos una semana por tramo e ir en vehículo alto, pues varios sectores aún no están pavimentad­os. Se recomienda hacer a partir de noviembre, aunque en invierno también es posible, con mayor precaución por temas de nieve y lluvia.

En el camino, los parques nacionales son los mayores atractivos. En el tramo norte, el nuevo Parque Nacional Pumalín tiene excelente infraestru­ctura y diversos senderos. También está el Parque Nacional Queulat, famoso por su glaciar colgante. Un poco más al sur de Coyhaique, el Parque Nacional Cerro Castillo también es un hito mayor, con una ruta hacia la laguna del mismo nombre que puede hacerse por el día, desde el pueblo de Villa Cerro Castillo. Y más al sur aún, cerca de la ciudad de Cochrane, el Parque Patagonia es la otra estrella de la zona, también con muy buena infraestru­ctura.

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