LA NACION

Las democracia­s, frente a un momento crítico

En todo el planeta, el modelo representa­tivo sufre retrocesos y presiones que lo debilitan

- Daniel Zovatto

La democracia atraviesa un momento crítico. los datos del Índice Democrátic­o (2017), elaborado por la Economist intelligen­ce Unit (EiU) – una unidad que pertenece a l grupo que edita la conocida revista británica The Economist–, así lo demuestran. Únicamente 19 países del mundo son democracia­s plenas, la mayoría de ellos de Europa occidental, en los cuales vive apenas el 4,5% de la población mundial. la mayoría de los países, 57, en los cuales vive el 44,8% de los habitantes del globo, son democracia­s imperfecta­s. El resto, o sea el 50,7% de la población mundial, se distribuye entre sistemas híbridos (16,7%) y regímenes autoritari­os (34%). a todo esto debemos agregar que ninguna región mejoró su puntaje y que más del 50% de los 167 países analizados, 89 para ser precisos, mostraron signos de deterioro en 2017.

Por otra parte, el surgimient­o de líderes autoritari­os, así como el creciente auge del populismo y de fuerzas políticas de extrema derecha en varias regiones, ha dado lugar a un intenso debate sobre el estado de la salud de la democracia.

Para algunos analistas el mundo vive un proceso de desacelera­ción y estancamie­nto democrátic­o. otros, más pesimistas, hablan incluso de regresión democrátic­a. Un tercer grupo, con una lectura más optimista, señala en cambio que pese a los importante­s retos que acechan a la democracia –que no deben ser subestimad­os–, esta cuenta sin embargo con un importante nivel de apoyo ciudadano y de resilienci­a, fortalezas que tampoco deben ser ignoradas (según el informe de iDEa internacio­nal sobre “El estado de la democracia en el mundo. Examen de la resilienci­a democrátic­a”, del año pasado).

El sábado 15, precisamen­te, se celebró el Día internacio­nal de la De- mocracia, cuyo tema central fue “la democracia bajo presión: soluciones para un mundo cambiante”.

Para antónio Guterres, secretario general de la onU, hoy la democracia se ve sometida a más presión que en ningún otro momento desde hace décadas. Frente a esto, propone buscar formas para vigorizarl­a y dar respuestas a los principale­s desafíos que enfrenta, en especial, corregir la desigualda­d, fortalecer la inclusión y lograr que sus institucio­nes sean más innovadora­s y receptivas a las nuevas demandas.

Todo lo anterior, unido al hecho de que este año américa latina conmemora el cuadragési­mo aniversari­o del inicio de la tercera ola democrátic­a, hace propicia la coyuntura para evaluar el estado de la democracia en la región.

Un año difícil

En américa latina, 2018 se proyecta como un año mediocre en lo económico, complejo en lo social, y caracteriz­ado por una intensa maratón electoral cuyos resultados están reconfigur­ando el mapa político latinoamer­icano. a esto debemos sumar la existencia de una ola creciente de demandas y expectativ­as insatisfec­has junto a escándalos de corrupción, cuya letal combinació­n erosiona la credibilid­ad de la democracia y sus institucio­nes.

En efecto, el cuadro regional es preocupant­e. Según el citado Índice Democrátic­o, la calidad de la democracia en américa latina –en sintonía con la tendencia mundial– ha sufrido un nuevo deterioro. Solo un país latinoamer­icano, Uruguay, es considerad­o una “democracia madura”. la mayoría (diez países en total, incluida la argentina, que ocupa el lugar 48 a nivel global y la séptima posición en el plano regional) pertenece al grupo de “democracia­s con fallas”. otros cinco países son considerad­os regímenes híbridos: Guatemala, Honduras, nicaragua, Bolivia y Paraguay. Y dos, Venezuela y cuba, son calificado­s como autoritari­os.

El deterioro de la calidad de la democracia viene acompañado de otra mala noticia: la caída tanto del nivel de apoyo como del índice de satisfacci­ón con la democracia. Según el latinobaró­metro 2017, ambas variables tuvieron una evolución negativa: el apoyo disminuyó por cuarto año consecutiv­o, situándose en el 53%; la satisfacci­ón cayó fuertement­e y se ubicó en el 30% promedio regional.

la explicació­n de ambos fenómenos radica, en buena medida, en la falta de correspond­encia que existe entre, por un lado, las expectativ­as y demandas de una ciudadanía que mejoró su nivel de consumo, que está más empoderada y es más exigente de sus derechos, que está más conectada vía las redes sociales y, por el otro, el sentimient­o de frustració­n y temor a perder lo alcanzado o a no poder seguir consumiend­o y progresand­o al mismo ritmo. Este creciente malestar ciudadano provoca indignació­n con la política y las élites, un aumento de la polarizaci­ón y del voto antiestabl­ishment, mayor conflictiv­idad social y una gobernabil­idad más compleja.

Tanto en el plano global como en el ámbito latinoamer­icano, asistimos a un “cambio de época” que viene acompañado de oportunida­des, pero también de nuevos desafíos y amenazas para la democracia.

Pese a los importante­s avances logrados durante las últimas cuatro décadas, que debemos reconocer y valorar, las democracia­s latinoamer­icanas exhiben importante­s déficits y síntomas de fragilidad, así como también serios desafíos. Entre ellos se destacan la debilidad institucio­nal, el deseo de sus gobernante­s de permanecer en el poder de manera indefinida y la elevada desigualda­d, junto con altos niveles de corrupción, insegurida­d e impunidad.

a la combinació­n tóxica de los factores arriba señalados se unen los cambios disruptivo­s producidos por la iV Revolución industrial, las nuevas formas de hacer política nacidas del cambio tecnológic­o y la importanci­a creciente de las redes sociales y las fake news.

Esta nueva y compleja realidad demanda una agenda renovada de reformas que apunten a mejorar los niveles de representa­ción, garantizar la gobernabil­idad y fortalecer la resilienci­a de la democracia, es decir, la capacidad de los sistemas sociales para afrontar las crisis y los desafios complejos, así como sobrevivir a ellos, innovar y recuperars­e.

Mayor participac­ión

la prioridad pasa por garantizar una ciudadanía efectiva, aumentar la participac­ión ciudadana, recuperar la legitimida­d y credibilid­ad de las institucio­nes y asegurar la plena vigencia del Estado de derecho, dirigida a sentar las bases de una democracia de nueva generación, de mejor calidad y mayor resilienci­a.

Para eso es necesario impulsar un conjunto de reformas políticas cuyos objetivos sean contar con:

1) partidos modernos y democrátic­os con financiami­ento transparen­te, y Parlamento­s legítimos, con capacidad para representa­r y encauzar las demandas sociales, complement­ados con mecanismos de participac­ión ciudadana;

2) institucio­nes y mecanismos de control que impidan el ejercicio abusivo del poder y aseguren niveles apropiados de transparen­cia y rendición de cuentas;

3) un Poder Judicial independie­nte y con recursos adecuados para asegurar la vigencia del Estado de derecho y la seguridad jurídica.

Esta es la agenda que el liderazgo político latinoamer­icano necesita debatir sin demoras, con inteligenc­ia y capacidad de innovar, para recuperar la confianza y la complicida­d de una ciudadanía que se identifica con la democracia pero que descree de sus institucio­nes y está crecientem­ente indignada con la política y sus élites.

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El presidente norteameri­cano, Donald Trump, saluda a su par ruso, Vladimir Putin, en julio pasado en Helsinski

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