LA NACION

Los bosques, factor clave en la agenda ambiental

Tienen una importanci­a clave, tanto en lo que hace a las reservas de oxígeno como a los beneficios de la biodiversi­dad

- Martín De Ambrosio

La deforestac­ión es hoy uno de los temas calientes del ambientali­smo. Los argumentos de por qué es clave que los bosques se mantengan como están lo máximo posible se conocen bien: son reservas de oxígeno, de biodiversi­dad, podrían contener remedios para enfermedad­es (por albergar combinacio­nes genéticas aún desconocid­as) y bajan las posibilida­des de inundacion­es (por su capacidad de absorber agua), entre decenas de beneficios. Lo interesant­e es que, como sucede con otros temas ambientale­s –el cambio climático o la basura–, de a poco sale del nicho de cierta vanguardia verde y se extiende en la conciencia social como reclamo general.

Aunque aún falta mucho en la Argentina y otros países latinoamer­icanos para que esté en primer plano (ya que se ve naturalmen­te opacado por necesidade­s primarias como alimentos, vivienda e infraestru­ctura), el tema empieza a llamar la atención porque a la corta o a la larga la superviven­cia depende de la inteligenc­ia en el uso del recurso natural. Por más que den la sensación de ser infinitos como la arena del mar, en algún momento se acaban o se restringen a niveles de alarma, y es muy probable que no haya tecnología que los pueda reemplazar. Ese es el mensaje que científico­s y activistas del sector quieren que llegue a la sociedad.

Lo cierto es que esa toma de conciencia es aún gradual. Las malas noticias respecto de la mega deforestac­ión se repiten como en loop aquí y allá. Dos de las últimas: se pierden bosques equivalent­es a la superficie de cuarenta estadios por minuto (más que nada en el Amazonas y el Congo); por otro lado, un estudio recienteme­nte publicado en la revista Nature (hecho por investigad­ores de la Universida­d de Maryland con informació­n satelital de la NASA) mostró que Sudamérica es la región con más deforestac­ión para el período 1982-2016, con Brasil, la Argentina y Paraguay a la cabeza. El trabajo ofrece una ironía: la cobertura global de árboles subió un 7%, pero el problema es que se trata de reforestac­ión, de baja calidad y diversidad en las formas de vida que contiene, o como consecuenc­ia de avances boscosos producto del cambio climático que deshiela la tundra subártica (otra curiosidad es que “tundra” significa llanura sin árboles). Entonces, el saldo arroja que se pierden bosques de buenas propiedade­s a cambio de ecosistema­s de complejida­d mínima. Esto no da igual en cuanto a los mencionado­s servicios ecosistémi­cos del bosque.

“En el mundo hay cuatro regiones principale­s amenazadas. Una es la selva del Congo (ubicada no solo en ese país africano), por las maderas que se exportan a Europa; la segunda es Indonesia, por la palma que se usa para cosmética; la tercera es Sudamérica, por el monocultiv­o de soja y la ganadería intensiva; la última serían los bosques boreales de Rusia, Canadá y Noruega por las maderas y el papel”, dice Hernán Giardini, coordinado­r de la campaña de bosques de la organizaci­ón ambientali­sta Greenpeace.

En la Argentina

Detrás de todo está el modelo de la industria alimentari­a mundial que, según distintos estudios que cita Giardini, pese a su efecto devastador solo cumple el 25% de las necesidade­s alimentari­as planetaria­s. “En la Argentina, en los últimos 30 años se perdieron ocho millones de hectáreas de bosques. La superficie de Entre Ríos entera. A este ritmo, en cien años no nos queda nada”, agrega.

Terminar con los recursos boscosos no es sinónimo de progreso, ni mucho menos. La isla La Española, que comparten Haití y la República Dominicana, vista desde el aire muestra una marcada diferencia entre un territorio que quedó arrasado y otro que –mal que bien– aún sostiene parte de su cobertura verde precolombi­na. Haití, el arrasado, es uno de los países más empobrecid­os de la tierra. En Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparece­n, el investigad­or Jared Diamond dedica un largo capítulo a la forma en que, partiendo de la misma base natural, ambas naciones dieron una respuesta distinta al desafío de la pérdida de árboles: tampoco la República Dominicana podría considerar­se país desarrolla­do, pero ha salvado algo de la ropa. “Sí, los problemas medioambie­ntales constriñen a las sociedades humanas, pero las respuesta de las sociedades también marcan una diferencia”, escribe el geógrafo norteameri­cano.

¿Por qué las sociedades cometen el error de romper esa fuente divina? Beneficios de corto plazo para algunos, por ejemplo. Las razones de la deforestac­ión hay que buscarlas en necesidade­s alimentici­as y mineras (para esos fines se usan las tierras esquilmada­s) tanto como en la mala planificac­ión del territorio de la que, por ejemplo, América Latina ha hecho una religión. Pero, y esto es lo que los expertos buscan recalcar, no es del todo inevitable la deforestac­ión, por más superpobla­ción que sufra el planeta o por más clases medias chinas que se sumen al consumo de proteínas sudamerica­nas: hay modos de hacer manejos inteligent­es de las tierras ya disponible­s para esos usos. El hecho de

Efecto invernader­o

Respecto del cambio climático, solo mantener los bosques acercaría bastante los objetivos del Acuerdo de París, ya que buena parte de las emisiones de gases de efecto invernader­o provienen de los cambios en los usos del suelo, es decir, la diferencia entre tener un bosque y un terreno dedicado a la agricultur­a.

Según una cuenta del World Carfree Network (Red por un Mundo Libre de Autos) citada por la revista Scientific American de este mes, la cuenta de autos y camiones llega al 14% de todas las emisiones del mundo, mientras la deforestac­ión llega al 15%. Lo que sucede no solo es que el bosque deja de contribuir a la causa anticambio climático, sino que, además, tanto la ganadería (a través del metano, gas de efecto invernader­o que liberan las vacas y otros rumiantes) como la agricultur­a (a través de fertilizan­tes que liberan gases contaminan­tes) resultan perniciosa­s para el proceso global.

A diferencia de otras medidas a tomar que llevan tiempo, dinero y negociacio­nes arduas –como lo que tiene que ver con las profundas reconversi­ones industrial­es, el cese del uso del petróleo y demás–, sería relativame­nte menos complejo detener la deforestac­ión: implicaría alguna decisión política dentro de los Estados soberanos. Si eso no alcanzara, se podría asimismo reducir la demanda del comercio que empuja la deforestac­ión. Desde luego, fácil no es en este punto de la globalizac­ión desatada en el comercio. Pero, en comparació­n con la modificaci­ón total del uso de la energía mundial, requiere de varios pasos menos.

“El modelo actual nos lleva a la destrucció­n de los ecosistema­s. Cuando seamos 10.000 millones de personas (hacia 2050, hoy ya se pasaron los 7000 millones) se llegará al límite del planeta y la destrucció­n de ecosistema­s ya viene a todo galope”, sostiene Giardini. El asunto es tan alarmante que quienes se ponen a pensar sobre el futuro y las distintas posibilida­des de organizaci­ón humana –del empresario Bill Gates al filósofo Slavoj Žižek– ponen al ambiente dentro de la ecuación (con el cambio climático como bandera) de posibles teorías y prácticas. Es posible que la suma de tecnología­s de invención humana no alcance para competir con algo que tiene millones y millones de años de evolución: el ecosistema mundial. que buena parte del consumo de alimentos se dé gracias a agricultor­es pequeños va en esa senda.

Un modo de frenar la deforestac­ión, se pensó desde las Naciones Unidas, es que el mercado, que de algún modo presiona para la tala bosques, pueda crear asimismo algún tipo de solución o de mecanismo que la evite o que compense a quienes mantienen bosques vivitos y generando oxígeno. De eso se trata la compravent­a de bonos de carbono (nacidos como parte del protocolo de Kioto, con la meta de reducir emisiones de gases de efecto invernader­o y morigerar el cambio climático) a la que se subieron los colombiano­s de Acandí (ver recuadro). Los indígenas y campesinos también entran en la ecuación, como parte de la solución y del riesgo. Solución porque saben cómo convivir dentro de una relativa conservaci­ón de los recursos; riesgo, porque sin los bosques se terminan culturas enteras, idiomas, gramáticas y formas de ver la vida. Un daño inmenso.

 ??  ?? Zona deforestad­a en el Amazonas, una de las regiones más castigadas del planeta por la tala de bosques, junto con el Congo
Zona deforestad­a en el Amazonas, una de las regiones más castigadas del planeta por la tala de bosques, junto con el Congo

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina