El efecto déjà vu. ¿La crisis de siempre o una distinta?
La Argentina asiste a escenas de incertidumbre económica y social que parece haber vivido otras veces. Sin embargo, algunos datos de la realidad permiten aspirar a un desenlace distinto
La imagen a todo color aparece en las páginas de un diario, con zócalos inquietantes en la TV o en la pantalla del celular. Pero bien podría ser una foto en blanco y negro que, sin la exposición viral de hoy, años atrás generaba la misma tensión y zozobra. Las pizarras de bancos y casas de cambio con la cotización de un dólar que se escapa han reaparecido en las últimas semanas como un mal recuerdo. Envuelta en una nueva crisis, la Argentina ha revivido la angustia que padeció otras veces. Otro viaje a bordo de una montaña rusa a la que el país parece condenado a subirse una y otra vez.
La devaluación brusca del peso, el pedido de auxilio al Fondo Monetario Internacional, el recorte del gasto, la necesidad de achicar el déficit, la recesión, y hasta el fantasma de los saqueos y la efervescencia social. Sin duda, las similitudes con el pasado abundan. Pero, al mismo tiempo, la crisis actual tiene características propias que, según reconocidos analistas, la diferencian de las anteriores. Algunas enseñanzas del pasado parecen haber prendido en parte de la sociedad y de la política.
Hay un “efecto déjà vu” que altera el ánimo, sí, pero está en parte compensado por ciertos rasgos de la actualidad económica, política y social del país. Por ejemplo, variables clave de la economía están en una situación más sólida que en 1989 o 2001; las características de Cambiemos como coalición y la actitud de parte del peronismo podrían aportar una estabilidad política que en otras ocasiones estuvo ausente, y la sociedad se muestra mayormente moderada, poco propensa a un estallido.
Otra vez lo mismo
A la hora de trazar similitudes, el economista Guillermo Rozenwurcel señala que la Argentina transita un camino recurrente. “Hay razones estructurales que llevan a la economía a momentos de expansión que suponen mejoras en el nivel de vida, pero a costa de desequilibrios externos insostenibles. Entonces, sobreviene una crisis y la economía se ajusta con un período recesivo, consecuencia de la devaluación y de medidas contractivas. Esa es una lógica que se viene dando recurrentemente desde hace décadas –sostiene–. Esa lógica se interrumpió durante el kirchnerismo con el boom de las commodities. Pero no fue posible salir del péndulo porque se despilfarró esa bonanza hasta generar otra situación insostenible. El fin del gobierno de Cristina dejó una bomba de efecto diferido. Y el nuevo gobierno, si bien de palabra reconocía la gravedad de la crisis, para generar expectativas favorables transmitió en su discurso la idea de que iba a poder salir de las dificultades de una manera rápida y mayormente indolora”.
En una nota de opinión publicada en este diario, el historiador Jorge Ossona escribió que la incertidumbre que vive el país tiene efectivamente ingredientes de crisis pasadas. “El actual gobierno resume en sus casi tres años casi todos los procesos de las grandes crisis precedentes (1981, 1989 y 2001). Como a la salida del mix cambiario y aperturista comercial y financiero diseñado por José Martínez de Hoz en 1978, el país ostentaba hasta abril una sobrevaluación del peso que perturbaba las exportaciones. Como en 1989, la corrida cambiaria alimenta un proceso inflacionario cuyo techo no deja de elevarse. Y como en 2001, ya no es posible financiar el déficit fiscal mediante generosos aportes internacionales”, sintetiza Ossona.
El frente externo
Consultado para esta nota, Ossona advierte que las crisis argentinas tienen una matriz común: nuestra vulnerabilidad externa a partir de lo que producimos para el mundo. Además, observa que los períodos críticos recientes comparten el ingrediente nuevo de la internaciona- lización financiera del país. “El peso de la deuda externa le añade al déficit fiscal un problema más. Además de las cosas que necesitás comprar, tenés que pagar una deuda externa abultadísima”, dice.
La economía nacional, dicen los expertos, se caracteriza por sus arranques prometedores y por decepciones que remiten a tragos amargos del pasado. “La naturaleza cíclica de la economía argentina sugiere que muchas veces tomamos como permanente una reactivación transitoria y, en consecuencia, no les prestamos debida atención a las restricciones”, afirma el economista Juan Carlos de Pablo.
Pero los denominadores comunes entre esta crisis y las ya vividas no solo se leen en clave económica. “El voluntarismo de los gobiernos es un rasgo bastante recurrente –evalúa Marcos novaro, sociólogo y filósofo–. La idea de que no importa tanto lo que digan los números porque vos podés, con voluntad, torcer la realidad. La idea del voluntarismo de los kirchneristas no quedó del todo de lado en el arranque de este ciclo. Junto con eso, el optimismo recurrente. Y la idea de superar las restricciones, apelando al máximo a las ventajas de las oportunidades. Tenés restricciones fiscales, entonces extremás el uso del financiamiento. Ese es otro tema recurrente de la política argentina”.
Para el historiador Luis Alberto Romero, el análisis debe ir más allá. “Se trata de una configuración de la sociedad: sus estándares de consumo, sus grupos de interés y su relación con un Estado débil y desarticulado. Los emergentes clave en estas crisis son la dimensión de los subsidios, que se conceden ante todo reclamo, y el déficit fiscal”, destaca.
Señales de alivio
Sin embargo, más allá de las similitudes, la crisis actual tiene características propias que habilitan la expectativa de una resolución menos amarga: las señales de alivio aparecen del lado de las diferencias.
“Hoy tenemos un tipo de cambio flotante que permite corregir los problemas de atraso –dice Rosenwurcel–. Eso marca una diferencia muy fuerte respecto de la convertibilidad. Una segunda diferencia, que también vale en relación con el final del gobierno de Raúl Alfonsín, es que, aunque sufrimos problemas de liquidez, la deuda externa no asume proporciones que lleven a cuestionar la solvencia de nuestro país y del sector público. Eso significa que si conseguimos un apoyo suficiente de organismos multilaterales, y eventualmente de gobiernos, para sustituir el parate del financiamiento privado, la solución está en nuestras manos. Y, finalmente, tenemos un sistema bancario que está muy lejos de presentar los desequilibrios que llevaron, en el final del período de Alfonsín, a la hiperinflación y a una fuerte dolarización de la economía. También es muy diferente de la crisis de la convertibilidad, que terminó con el corralito. Estamos en una situación mucho más manejable, a pesar de cierta desorientación. Hay margen para solucionar las cosas de una manera menos traumática.”
Los especialistas ubican primordialmente en la arena política, y en la opinión pública, los puntos que hacen de la crisis en tiempos de Cambiemos un fenómeno menos grave que los de 1989 y 2001. Encuentran en las características de la alianza que encabeza Macri elementos para destacar, pero también identifican señales en el presente que vive el peronismo y en la actitud social.
Aprendizajes
“A diferencia de dos de las crisis más recientes [1989 y 2001], los efectos de la actual están amortiguados, en parte por la experiencia aprendida de esas crisis y en parte porque, debido a esas experiencias, hay más colaboración social y una mayor responsabilidad para evitar que se agrave, a pesar de que esta responsabilidad no sea compartida por algunos”, plantea Romero.
De Pablo coincide. “Aquellas crisis fueron mucho más terminales.
La presente está en curso y no sabemos cómo sigue, pero me parece que ahora, y desde hace cuatro o cinco meses, tenés un Poder Ejecutivo peleando desde bases realistas, lo que es una gran diferencia”, afirma.
La naturaleza de la coalición entre Pro, el radicalismo y la Coalición Cívica de Elisa Carrió que está al frente del país desde 2015 es un dato que los analistas rescatan. “La gran diferencia entre 1989 o 2001 y la actualidad es que hay una coalición gobernante que, si bien supone un gobierno de minorías parlamentarias, también se apoya en lo que uno podría denominar ‘el partido del ballotage’, en una victoria como la de 2015, repetida el año pasado, que está en buena medida definida por el fantasma kirchnerista –explica Ossona–. Hay un sector importante de la sociedad que se siente insatisfecho con los resultados de algunas políticas de este gobierno, pero que mira el espejo retrovisor y no quiere volver al pasado. A eso hay que sumarle que la alianza Cambiemos exhibe, a pesar de todo, una consistencia que no tenían ni el gobierno de Fernando de la Rúa ni el gobierno radical de 1989”.
También Rozenwurcel se detiene en las características propias de Cambiemos: “Con todos los reparos del caso, Cambiemos representa una novedad para la escena política argentina: la aparición de un actor por fuera del bipartidismo radical-peronista. Desde ese punto de vista, la oferta política es un poco más amplia y debería forzar también a revisar las prácticas de esos partidos. Siempre que Pro no crea que encarna una nueva política que viene a barrer la vieja. No hay nueva y vieja política; hay política buena y honesta, en oposición a la mala y deshonesta”.
Mientras la cotización del dólar se mantiene como preocupación y se esperan novedades que dependen de la voluntad del FMI, los índices de inflación que se conocen hacen crecer la incertidumbre. Y eso indefectiblemente remite al pasado. Pero, otra vez del lado político, hay nuevos elementos que contrarrestan esta impresión.
“Los desequilibrios en esta crisis no son tan marcados –dice Novaro–. En 1989 o 2001 no había forma de parar el deterioro hasta que la situación explotara. Pero, en términos políticos, la diferencia más importante es la situación del peronismo. Ni Alfonsín ni De la Rúa tuvieron la ventaja de tener un peronismo completamente debilitado, con un liderazgo que no es aceptado por el grueso del partido pero que tiene la mayoría de los votos. Esa situación es inédita, el peronismo nunca enfrentó una situación tan complicada, ni siquiera en los años 60. Está pagando costos muy altos por doce años de docilidad, o de colaboración muy activa y entusiasta con el kirchnerismo. Esa situación, para Macri, sigue siendo una garantía de gobernabilidad extraordinaria. Lo estamos viendo en este momento: no hay nadie que esté colaborando más con el Gobierno que La Cámpora. Puede tener colaboradores poco sumisos en el frente interno, pero tiene enfrente gente que hace todo el tiempo el trabajo que necesita”.
Rozenwurcel considera que por lo menos una parte del peronismo y de la oposición parecen comportarse como parte consciente del sistema y no actuando desde afuera. Destaca que hay una parte del peronismo que quiere acompañar y sostener la gobernabilidad. “Hay una base diferente de lo que significó el peronismo cuando el gobierno de Alfonsín empezó a sufrir problemas, y también hay una diferencia respecto de la conducta del peronismo cuando el gobierno de De la Rúa empezó a complicarse. En esos dos casos se puede decir, sin exagerar, que el peronismo apostó a la caída de esos gobiernos. Hoy no parece ser así”.
La actitud de la sociedad
Ossona también se detiene en la actualidad del peronismo como rasgo distintivo de esta crisis, pero la conjuga con un cambio en la actitud de la sociedad. Hay ciertas lecciones aprendidas, plantea, en un razonamiento que esgrime buena parte de los especialistas consultados.
“Ya no hay un Carlos Menem, que era una alternativa procedente de un partido de oposición fuerte; no tenés un Eduardo Duhalde ni un Néstor Kirchner a instancias de un Partido Justicialista que logró sobrevivir un poco mejor respecto de los otros partidos políticos. Hoy el peronismo está despedazado. Entonces, ¿quién podría conducir esa transición? Sería una locura. Hay conciencia de eso y es un dato importante”, resalta Ossona. Y completa: “Hay un recuerdo muy nítido que, aunque parezca mentira, es un favor que hace el kirchnerismo. Al estar agitando ese fantasma por razones políticas y judiciales, la gente, por más crítica al Gobierno que sea, no quiere volver a eso, se angustia frente a esa posibilidad, porque sabe que después sobreviene una etapa en la que se la pasa mucho peor que lo que estamos ahora”.
Las experiencias críticas del pasado dejan enseñanzas, aunque las soluciones a aplicar son difíciles de observar en la práctica. Al menos así lo ve Romero: “Hay un conjunto de soluciones específicas, perfectamente conocidas, pero que nadie quiere empezar a aplicar, porque habría que modificar hábitos sociales e intereses establecidos. Por eso, el núcleo de la solución está en el Estado. Necesitamos reconstruir un Estado con una institucionalidad fuerte y a prueba de vaivenes, con una burocracia eficaz y con ética sólida, y con una conducción política que organice y luego instrumente la reflexión social que, más allá de las crisis episódicas, asuma los problemas generales. No hay buen gobierno sin un buen Estado”.
Hay un cambio en la actitud de la opinión pública, observa Novaro. Para graficarlo, señala la repercusión que tuvieron las palabras que hace poco pronunció el actor Alfredo Casero en TV. “Podemos relativizar la idea de que todos quieren flan. Pero hay una amplia mayoría de la gente que tiene un diagnóstico muy realista de la complejidad de los problemas que se enfrentan y, más allá de que esté enojada con el Gobierno por sus errores, entiende que no todo se origina en la maldad o la torpeza de Macri. Para la historia argentina, eso es un dato fundamental. Aquí la sociedad ha planteado demandas inatendibles, pero ahora hay bastante moderación en ellas”.