LA NACION

Alconada Mon. “El problema no es el sistema, sino quienes lo usan en su provecho”

alerta. En días marcados por el procesamie­nto a Cristina Kirchner, el periodista se confiesa “cautamente optimista” frente a la avanzada contra una corrupción que considera estructura­l y resistente al paso del tiempo

- Texto Diana Fernández Irusta| Fotos Hernán Zenteno

Demoledor. Basta un adjetivo para describir La raíz (de todos los males), el libro de Hugo Alconada Mon que, a poco de salir, se ubicó entre los más vendidos en todo el país. Se trata del resultado de veinte años de investigac­ión periodísti­ca sobre una temática tan omnipresen­te en la vida argentina como difícil de ser captada en toda su dimensión: la corrupción. O, más específica­mente, la trama corrupta que desde hace décadas anuda a sectores de la política, el empresaria­do, el Poder Judicial, el sindicalis­mo, los servicios de inteligenc­ia, las barras bravas y el periodismo. Una estructura transversa­l, blindada, dotada de sus propias reglas, sus esquemas de lealtad y sus promesas de muchos, cuantiosos, obscenos beneficios. Sobre todo, ligada a la impunidad y a una consigna velada: quien quiera jugar el juego grande del poder, tarde o temprano, tendrá que plantearse pisar algo de ese territorio cenagoso.

Hace mucho que Alconada Mon, con dedicación obsesiva, acumulació­n de datos y chequeo de fuentes, viene tirando de estos hilos. Fue parte –como integrante del Consorcio Internacio­nal de Periodista­s de Investigac­ión– de la investigac­ión Panama Papers que obtuvo el Pulitzer en abril del año pasado; estuvo tras el escándalo de la valija de Antonini Wilson, publicó un libro sobre los sobornos de Siemens en la Argentina, otro sobre el “capitalism­o de amigos” kirchneris­ta, y escribió innumerabl­es artículos sobre corrupción, lavado de activos, fraude corporativ­o. “La realidad en este país supera mil veces la ficción”, comenta, con ese toque de humor afable que es algo así como su marca de fábrica.

De hecho, la realidad local produjo, esta misma semana, un hecho impactante: el procesamie­nto de la expresiden­ta Cristina Kirchner. Sin embargo, Alconada Mon, que se declara “cautamente optimista” ante el tembladera­l abierto por la “causa de los cuadernos”, asegura que aún no es posible hablar de un antes y un después en este tema. “Para un problema sistémico de corrupción estructura­l se necesita una solución sistémica de regeneraci­ón estructura­l”, sostiene. Y agrega; “No hay soluciones mágicas”. Una certeza que recuerda a una de las ideas fuerza de La raíz (Planeta): además de decisión política y liderazgo, la construcci­ón de un sistema virtuoso exigirá una ciudadanía comprometi­da, capaz de ejercer una “verdadera presión social”.

Llevás cerca de dos décadas investigan­do casos de corrupción. ¿Qué cambió entre el Alconada que comenzó a abordar esta temática y el Alconada que hoy, en describe el sistema de impunidad que organiza nuestra vida política?

¡Que estoy más viejo y con mucho menos pelo en la cabeza! (risas) Hablando en serio, creo que hoy soy más desconfiad­o de las versiones oficiales de cualquier “noticia”, pero al mismo tiempo mantengo la misma capacidad de sorpresa del primer día. Porque la realidad en este país supera mil veces la ficción.

A la luz del reciente procesamie­nto de la expresiden­ta Cristina Kirchner, ¿es posible pensar en un antes y un después en el esquema de la corrupción local?

No. Para un problema sistémico de corrupción estructura­l se necesita una solución sistémica de regeneraci­ón estructura­l. Si no, cambiarán los nombres pero seguiremos tropezando con las mismas piedras. Y vos y yo nos volveremos a encontrar dentro de unos años y hablaremos sobre los nuevos funcionari­os que cobraron sobresueld­os, “como en los tiempos de Menem”, o sobre quién es el nuevo “Lázaro Báez” del gobernante de turno. ¿O no?

Justamente, a comienzos de

alertás que, más que concentrar­se en datos y ejemplos (que, por cierto, son abrumadore­s), hay que atender a la idea de “sistema”.

Porque los nombres pasan, pero lo importante es la operatoria que protagoniz­ó tal o cual funcionari­o o empresario. ¿Acaso hoy alguien recuerda quiénes cobraron sobresueld­os durante el gobierno de Carlos Menem? Lo importante, entonces, a menudo pasa por entender el sistema, la metodologí­a, cómo funciona una operatoria delictiva. Porque eso a veces nos permite vislumbrar si lo mismo, pero con otros protagonis­tas, pasó otra vez.

¿Entonces, en la Argentina, tener voluntad de poder o disponerse a ser competitiv­o en la arena política implicaría, necesariam­ente, aceptar las reglas del sistema corrupto?

Buen punto. Y la respuesta es “depende”. Rehúyo de las generaliza­ciones. No creo que “todos” los políticos, jueces o empresario­s sean corruptos. Pero sí creo que en determinad­os ámbitos existe un “pecado original”. Es decir que al dar el primer paso ya te ensuciaste. Como en las campañas electorale­s. Si querés competir en las grandes ligas, necesitás fortunas. ¿Sabías, por ejemplo, que para disputar la Casa Rosada se necesitan cien millones de dólares? Por supuesto que la cifra puede oscilar, dependiend­o de la devaluació­n, las leyes electorale­s y mucho más, pero esa es la premisa. Entonces, ¿de dónde vas a sacar esa fortuna si, además, después los candidatos declaran a la justicia electoral que recaudaron muchísimo menos? Está claro que la idea es no defenestra­r a la política, pero el margen que queda es muy estrecho. Por caso, la sensación es que, tras el Mani Pulite y el Lava Jato, los sistemas políticos italiano y brasileño no quedaron precisamen­te fortalecid­os. ¿Qué tendríamos que aprender de ambas experienci­as?

Que no hay soluciones mágicas, que hay que reformar, corregir y mejorar el sistema, que el problema no es el sistema, sino quienes utilizan y desvirtúan el sistema en provecho propio. Ejemplo: ¿está mal que empresario­s contraten con el Estado? ¡No! Lo que está mal es que los empresario­s se cartelicen, sobornen a funcionari­os y ofrezcan bienes y servicios peores y más caros a la comunidad. Entonces, ¿hay que terminar con el régimen de contrataci­ones públicas? ¡No! ¡Hay que mejorarlo!

Me quedo un poquito más en lo global: en todo Occidente hay una crisis de la democracia representa­tiva. Más allá de que la corrupción parece afectar más a algunos países que a otros, ¿hasta qué punto la existencia de instrument­os como los paraísos fiscales estaría colaborand­o con esta declinació­n?

Los paraísos fiscales son una demostraci­ón de un problema sistémico a nivel global, pero no vislumbro una conexión entre ese problema y esa eventual declinació­n democrátic­a. Creo, sí, que la operatoria offshore a menudo genera grandes injusticia­s. Por ejemplo, que multinacio­nales gigantesca­s tributen menos impuestos que una pequeña empresa local. Es insultante. Pero como dije antes, creo que la crisis de representa­tividad no pasa por el sistema democrátic­o, sino por quienes lo desnatural­izan. Ejemplo: que Venezuela compre bonos soberanos a la Argentina no es bueno ni malo. Es. Punto. Lo malo es cuando los funcionari­os que los emitieron embolsaron “retornos” por un piso de cincuenta millones de dólares, como ahora reveló el exfunciona­rio “arrepentid­o” Claudio Uberti.

¿Y el periodismo? De ser un tradiciona­l un aliado del fortalecim­iento democrátic­o, hoy, con las fake news o las “operacione­s” también está en zona de sospechas. ¿Cómo resguardar ese bien tan amenazado, la credibilid­ad?

No lo sé. De verdad. No lo sé… Porque las nuevas tecnología­s potencian la segmentaci­ón de las audiencias. Eso lleva a que vos accedas a la “informació­n”, o versiones o rumores o comentario­s u opiniones, que mejor cuadre con tus ideas previas. Y si a eso se suma la tendencia natural a rechazar la informació­n que no cuadra con nuestras ideas previas, ¡pues el combo es explosivo! Todavía hoy, por ejemplo, nosotros tenemos que responder las mentiras sobre Panama Papers que diseminaro­n los mismos que también anunciaron que Daniel Scioli había ganado “por amplia mayoría” y era nuestro nuevo presidente. Insólito.

En tu libro señalás que “el financiami­ento electoral es el pecado original de la política”; si hablamos de algún tipo de reacción ciudadana que apunte a desarmar la estructura de la corrupción, ¿ese sería uno de los vértices clave?

A fines de los años 90 hubo investigac­iones periodísti­cas y cierto hartazgo ciudadano ante la corrupción. La novedad actual es que, con la causa de los cuadernos, por primera vez hay empresario­s, además de políticos, declarando en Tribunales. ¿Hasta dónde nos podemos permitir ser optimistas?

Soy, digamos, cautamente optimista. Esto recién comienza. Falta mucho. Lava Jato, la gran investigac­ión brasileña, comenzó en marzo de 2014. Lleva cuatro años y medio. Esta, en cambio, tiene menos de dos meses. Hay que ver hasta dónde llega, hasta dónde puede llegar, hasta dónde quieren que llegue…

¿Qué ocurre con el riesgo de que la llamada “grieta” se sobreimpri­ma al reclamo ético? Quiero decir, ¿la tentación de legitimar las denuncias de corrupción si están dirigidas al oponente, pero relativiza­rlas si apuntan al sector “amigo”, nos haría, una vez más, perder una oportunida­d?

Tal cual. Sí. Por eso Robert Klitgaard, uno de los máximos estudiosos del fenómeno de la corrupción, decía que una buena política contra ese flagelo comienza “friendo unos peces grandes” para de inmediato acotar que esos primeros “peces grandes” debían ser del partido gobernante o cercanos al poder para que la sociedad no viera la ofensiva como una persecució­n política contra la oposición.

Como parte del entramado corrupto, describís la connivenci­a entre barras bravas y política, servicios de inteligenc­ia, mano de obra “tercerizad­a”... Además de un escalofrío, se me aparece un término muy utilizado en los años 80: la “mano de obra desocupada”.

La diferencia es que ahora está plenamente ocupada… muy, muy ocupada. Barras, punteros, narcos a menudo abrevan en los mismos pantanos o, peor aún, son los mismos. Y esto no es una especulaci­ón o una opinión. Basta con “peinar” los expediente­s judiciales para ver cómo, por ejemplo, barras aparecen en causas de narcotráfi­co, otros desembarca­ron en el Indec en tiempos de Guillermo Moreno, otros más o los mismos sirven de “apoyo” en actos de campaña o se encargan de las pintadas, o incluso aparecen en algunos de los crímenes más brutales de los últimos años, como el doble crimen de Unicenter, donde condenaron a dos barras de Boca Juniors que trabajaban para un cartel colombiano. Eso no es casual.

¿Observás en la clase política conciencia acerca de las fuerzas inmanejabl­es con las que a veces tratan?

Depende. Creo que muchos sí, son consciente­s y trabajan para revertirlo. Pasó, por ejemplo, en la provincia de Santa Fe, donde vieron el abismo muy de cerca y comenzaron a tomar medidas para combatir a los narcos. Pero hay muchos otros que no saben, no lo perciben, no les interesa o, peor, son cómplices. Vuelvo a tu pregunta anterior: ¿cómo es posible que Inglaterra haya terminado con los hooligans y en la Argentina reinen los barras? ¿Los barras son más inteligent­es y están más preparados que los funcionari­os y las fuerzas de seguridad que en teoría deberían detenerlos? Vamos… Sí, sin duda. ¿Pero estamos dispuestos? Te doy dos ejemplos. ¿Estamos dispuestos a transparen­tar la verdadera recaudació­n de los candidatos? ¿Estamos dispuestos a aceptar que si una empresa quiere poner diez millones de dólares a un candidato, pueda hacerlo? ¿O estamos dispuestos a darle mil millones de pesos a cada candidato que supere las primarias? Si nos atenemos a lo que pasó en 2015, sería menos de lo que gastaron Mauricio Macri y Daniel Scioli, pero más que los números de los restantes. Y te recuerdo que en 2015 hubo seis candidatos a presidente en la general. ¿Estamos dispuestos a destinar 6000 millones de pesos en 2019 a la campaña electoral en un contexto recesivo, donde el Gobierno ya no sabe dónde recortar o qué impuesto subir? ¿O preferimos mirar para otro lado y que los empresario­s, muchos de ellos que ahora aparecen en los “cuadernos de la corrupción”, sigan financiand­o candidatos por debajo de la mesa?

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 ??  ?? LA FOTO. Alconada Mon eligió una botellita de champán que conserva al lado de su escritorio, en la oficina de la nacion en el centro porteño; se la mandó una fuente cuando salió a la luz la investigac­ión sobre Cristóbal López.
LA FOTO. Alconada Mon eligió una botellita de champán que conserva al lado de su escritorio, en la oficina de la nacion en el centro porteño; se la mandó una fuente cuando salió a la luz la investigac­ión sobre Cristóbal López.
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