Conservar en lugar de destruir
No es para nadie un secreto que la llegada de Cambiemos al gobierno produjo crujidos en el campo de la derecha. “Crujido” es en realidad una palabra más bien suave para referirse al desencanto. Si no estuviera tan ocupado en la defensa acrítica y la celebración nostálgica del kirchnerismo, el arco antimacrista habría tomado nota de que el de Cambiemos no es un gobierno ni liberal ni conservador. De hecho, defraudó a unos y a otros. Limitémonos a la posición conservadora. En este punto, bastaría como prueba cercana la cerrada defensa de la ideología de género que el asesor Jaime Durán Barba publicó hace una semana en el diario Perfil. Es significativa la coincidencia con la agenda de la izquierda y el progresismo en general. También de un sector liberal, decepcionado sin embargo por la gestión económica.
Pero volvamos a los conservadores. Una formulación bastante reciente de esa posición difusa y, aunque parezca paradójico, móvil, se puede leer How to be a Conservative, el libro de 2014 del filósofo Roger Scruton, aunque en realidad ya en la década de 1980 había escrito un ensayo no menos contundente, si bien más didáctico: The Meaning
of Conservatism. Scruton descubrió su filiación política conservadora ya muy joven. En 1968, estudiaba en París y vivía en el Barrio Latino. Allí mismo lo sorprendió la revuelta de mayo. Scruton vio a los estudiantes –algunos serían probablemente compañeros suyos– arrancar adoquines, romper vidrieras, dar vuelta autos y prenderlos fuego. “Entendí de pronto que yo estaba del otro lado –contó Scruton en una entrevista que publicó hace pocos años The
Guardian–. Lo que tenía adelante era una masa desbocada de barrabravas de clase media. Fue así como me convertí en conservador. Me di cuenta de que quería conservar las cosas en lugar de destruirlas.”
Para Scruton, el conservadurismo es una posición que puede definirse sin una identificación necesaria con las políticas de ningún partido. Dado que las investigaciones de Scruton estuvieron siempre orientadas por la literatura y el arte (uno de sus libros de este año es Music as
an Art) es previsible que encontrara en la estética una torsión política. Constata así que los principios conservadores fueron reafirmados una y otra vez en el arte contemporáneo, porque los artistas (T. S. Eliot o Arnold Schönberg resultan ejemplares) se atarearon en insertar lo moderno en una tradición. Este sentido histórico consistía, en palabras de Eliot, en la percepción no solo en la condición pasada (pastness, dice él) del pasado sino de su presencia. No se escribe con la liviandad temporal de una generación (la propia): está también el sentimiento de la literatura (o el arte) entera. Solo así quedan justificados el cambio y lo nuevo.
Semejante constatación admite generalizarse a la política. Sin un punto fijo, no hay más que deriva. Es muy pronto para saber si parte de los votantes de Cambiemos le pasará al gobierno la factura por el desencanto. También es pronto para saber si la Argentina admite una opción conservadora, con qué agenda y qué canal electoral encontraría.