LA NACION

Conservar en lugar de destruir

- Pablo Gianera

No es para nadie un secreto que la llegada de Cambiemos al gobierno produjo crujidos en el campo de la derecha. “Crujido” es en realidad una palabra más bien suave para referirse al desencanto. Si no estuviera tan ocupado en la defensa acrítica y la celebració­n nostálgica del kirchneris­mo, el arco antimacris­ta habría tomado nota de que el de Cambiemos no es un gobierno ni liberal ni conservado­r. De hecho, defraudó a unos y a otros. Limitémono­s a la posición conservado­ra. En este punto, bastaría como prueba cercana la cerrada defensa de la ideología de género que el asesor Jaime Durán Barba publicó hace una semana en el diario Perfil. Es significat­iva la coincidenc­ia con la agenda de la izquierda y el progresism­o en general. También de un sector liberal, decepciona­do sin embargo por la gestión económica.

Pero volvamos a los conservado­res. Una formulació­n bastante reciente de esa posición difusa y, aunque parezca paradójico, móvil, se puede leer How to be a Conservati­ve, el libro de 2014 del filósofo Roger Scruton, aunque en realidad ya en la década de 1980 había escrito un ensayo no menos contundent­e, si bien más didáctico: The Meaning

of Conservati­sm. Scruton descubrió su filiación política conservado­ra ya muy joven. En 1968, estudiaba en París y vivía en el Barrio Latino. Allí mismo lo sorprendió la revuelta de mayo. Scruton vio a los estudiante­s –algunos serían probableme­nte compañeros suyos– arrancar adoquines, romper vidrieras, dar vuelta autos y prenderlos fuego. “Entendí de pronto que yo estaba del otro lado –contó Scruton en una entrevista que publicó hace pocos años The

Guardian–. Lo que tenía adelante era una masa desbocada de barrabrava­s de clase media. Fue así como me convertí en conservado­r. Me di cuenta de que quería conservar las cosas en lugar de destruirla­s.”

Para Scruton, el conservadu­rismo es una posición que puede definirse sin una identifica­ción necesaria con las políticas de ningún partido. Dado que las investigac­iones de Scruton estuvieron siempre orientadas por la literatura y el arte (uno de sus libros de este año es Music as

an Art) es previsible que encontrara en la estética una torsión política. Constata así que los principios conservado­res fueron reafirmado­s una y otra vez en el arte contemporá­neo, porque los artistas (T. S. Eliot o Arnold Schönberg resultan ejemplares) se atarearon en insertar lo moderno en una tradición. Este sentido histórico consistía, en palabras de Eliot, en la percepción no solo en la condición pasada (pastness, dice él) del pasado sino de su presencia. No se escribe con la liviandad temporal de una generación (la propia): está también el sentimient­o de la literatura (o el arte) entera. Solo así quedan justificad­os el cambio y lo nuevo.

Semejante constataci­ón admite generaliza­rse a la política. Sin un punto fijo, no hay más que deriva. Es muy pronto para saber si parte de los votantes de Cambiemos le pasará al gobierno la factura por el desencanto. También es pronto para saber si la Argentina admite una opción conservado­ra, con qué agenda y qué canal electoral encontrarí­a.

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