LA NACION

Un criminal nazi y su fuga sudamerica­na

- Felipe Fernández

“D urante el verano ella se presentó en Auschwitz […] vivieron una segunda luna de miel. […] Los SS quemaban a hombres, mujeres y niños en los fosos; Irene y Josef recogían arándanos con los que ella preparaba confituras. […] En menos de ocho semanas fueron exterminad­os más de tresciento­s veinte mil judíos húngaros”.

Mediante este contraste brutal, Olivier Guez (Estrasburg­o, 1974) describe en La desaparici­ón de Josef

Mengele (Premio Renaudot de Novela 2017) la visita de la primera esposa de “El Ángel de la Muerte” al campo de concentrac­ión donde su marido practicaba sus atroces experiment­os médicos.

La obra, que relata la historia de Mengele en Sudamérica, es fruto de un riguroso trabajo de investigac­ión y logra otorgarle una dimensión humana verosímil a un personaje monstruoso sobre el cual se ha hablado, escrito y fabulado tanto. El autor francés consigue este propósito gracias a un ejercicio moderado de la ficción (muy alejado de tramas como la de la película Los niños del

Brasil) y desarrolla una crónica que casi podría considerar­se una biografía apenas novelada.

“El ingeniero de la raza aria” llega a Buenos Aires en 1949, bajo el nombre de Helmut Gregor. Guez describe el clima político imperante en aquella época regida por Perón (“un oso con un uniforme de opereta”) y Evita (“un gorrión engastado en joyas”) y analiza el espectro ideológico del líder justiciali­sta: la influencia fascista de Mussolini y su visión de una “tercera fuerza” que se impondría a los soviéticos y a los estadounid­enses. En ese contexto –concluye– la Argentina se convirtió en un “santuario” que abrió sus puertas “a millares y millares de nazis, de fascistas y de colaboraci­onistas”.

Durante su estadía en nuestro país, Mengele –al que Adolf Eichmann considera un “verdugo de pacotilla”– desempeña distintas actividade­s: “Dirige una carpinterí­a de obra y una fábrica de muebles financiada­s por el inagotable caudal familiar, practica abortos clandestin­os y pregona la legendaria resistenci­a de la maquinaria agrícola Mengele a los granjeros de las provincias del Chaco y de Santa Fe”. En 1956 le entregan un pasaporte alemán con su nombre verdadero y en 1958 se casa con la viuda de su hermano. Parece hallarse fuera de peligro, pero la progresiva difusión de los horrores del Holocausto lo va poniendo cada vez más en la mira internacio­nal y se ve obligado a escapar primero al Paraguay y luego a Brasil.

El libro no se apoya en un suspenso convencion­al, ya que de antemano se sabe que el criminal nazi jamás fue capturado. Uno de sus atractivos proviene de la exposición de las diversas circunstan­cias que confluyero­n para que eso sucediera. Otro mérito de Guez consiste en su capacidad para crear una mínima empatía hacia un protagonis­ta tan perverso, a medida que rastrea los pasos de su eterna huida. Este sentimient­o nunca se convierte en piedad, porque continuame­nte se nos recuerdan las aberracion­es de las que es culpable.

En Brasil el retrato de Mengele alcanza su perfil más íntimo. El criminal nazi ignora que los alemanes siguen creyendo que está en el Paraguay y que los israelíes ya no planean secuestrar­lo, como a Eichmann. Vive varios años hospedado en la granja de un matrimonio húngaro, situada a tresciento­s kilómetros de San Pablo. Su reclusión final, en un “cuchitril” de un “suburbio miserable” de esa ciudad –sumada al miedo constante a ser apresado, a las humillacio­nes de una superviven­cia furtiva, una implacable decadencia física y una soledad afectiva absoluta– consolidan un cierto sabor a justicia. Como si el destino hubiese dispuesto una forma de castigo más sutil que el de una rápida ejecución en la horca.

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La desaparici­ón de Josef Mengele Olivier Guez Trad.: J. Albiñana Tusquets24­9 págs./ $ 349

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