LA NACION

El irónico caso colombiano

El territorio que fue liberado por el retiro de las FARC está siendo deforestad­o en forma brutal ante un Estado impotente

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Los procesos sociales son tan caóticos –en el sentido de difíciles de predecir– que un hecho saludado mundialmen­te como la progresiva des militariza­ción de la guerrilla colombiana tuvo una consecuenc­ia negativa para los bosques del país del norte de Sudamérica (cuya cobertura boscosa es de más de la mitad de su superficie continenta­l).

Las FARC, como parte del control territoria­l que ejercían, se ocupaban del mantenimie­nto del ecosistema boscoso. Y esto no por tener una vocación de oNG ambientali­sta, sino porque eran soberanos en la zona bajo su dominio e impedían otro tipo de actividade­s, productiva­s o no. Ahora, con terrenos liberados por la guerrilla y un Estado nacional incapaz de ocuparlos (o de saber simplement­e a quiénes pertenecen), se registra en el país un brutal aumento de la deforestac­ión.

A diferencia de la Argentina y Brasil, donde se deforesta a favor del monocultiv­o, en Colombia se tala para la ganadería y para minería. Según Global Forest Watch, específica­mente en Colombia la deforestac­ión creció 46% entre 2016 y 2017 por la liberación de zonas en poder rebelde, y constituyó el mayor aumento de su tipo para bosques tropicales. El acuerdo con la guerrilla de las FARC se firmó hacia fines de 2016. “Los que deforestan son mafias, son criminales, pero los estamos persiguien­do y ya hay gente en la cárcel por eso”, dijo el presidente Juan Manuel Santos en el documental Especies, antes de dejar el poder el mes pasado, y reconoció que el freno a la deforestac­ión fue la principal deuda ambiental de su gestión de gobierno.

Durante un taller reciente organizado por la división Reducción de Emisiones de la Deforestac­ión y la Degradació­n de los bosques de la oNU (oNU-REDD) y la organizaci­ón Latinclima, un periodista, ante un PowerPoint con el mapa del país, preguntó qué sector exactament­e era el que dominaba la guerrilla de las FARC. Los locales rieron primero y respondier­on después: “Todo el país”. Tal era el nivel de convivenci­a de un Estado ilegal dentro del Estado oficial colombiano.

“Tenemos el desafío del proceso de sustitució­n de cultivos ilícitos y cómo aprovechar ese territorio con la salida de la guerrilla”, dice José Julián González, del local Instituto de Hidrología, Meteorolog­ía y Estudios Ambientale­s (Ideam), que monitorea las cifras de deforestac­ión y analiza las causas del fenómeno, a la vez que busca tomar medidas para revertirlo.

“Hasta ahora se han sumado nuevas ilegalidad­es, como el cultivo de la coca y la minería. Ambas actividade­s compiten con el Estado, que debe desplazarl­as. Es tal el vacío institucio­nal que a esos territorio­s se los ha llamado baldíos de la nación. Las comunidade­s piden vacas, es como si todos aspiraran a ser ganaderos, pero hay que hacer entender que la riqueza es mantener el bosque. Estamos en un momento de transición y reordenami­ento integral del país”, señala González.

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