LA NACION

Cristina y los revolucion­arios del robo

- Texto Sergio Suppo

Ser corrupto no es fácil. Hay que encontrar un motivo, creérselo y convertirl­o en justificac­ión. Más difícil es ser aceptado por los demás. Redactada como una obra comentada de los ocho cuadernos del remisero Oscar Centeno, las 500 y tantas páginas que publicó el lunes Claudio Bonadio alcanzan para comprender en parte los dilemas filosófico­s que enfrentan los que, con sacrificio, logran quedarse con fondos públicos en nombre de causas nobles, las propias.

Está casi todo en el compendio que el juez presentó como un auto de procesamie­nto, pero es necesario consultar otras fuentes. Por suerte, al mismo tiempo se están publicando textos memorables, escritos desde la furia creativa del encierro. Estamos frente a una generación extraordin­aria de políticos y empresario­s que, unida y saltando sobre prejuicios y viejas desconfian­zas, logró hazañas millonaria­s. Y para mejor, ahora también se decidió a fundar las razones que las explican.

Años reclamando la unidad para sacar adelante al país, décadas de individual­ismo y resulta que un trabajo en equipo entrega un éxito que puede contarse en miles de bolsos entregados en tiempo y forma. Centenares de discursos en elegantes tribunas reclamando seguridad jurídica al mismo tiempo que se la edificaba con la gratificad­a colaboraci­ón de jueces y fiscales. Estos, lejos de poner reparos a los emprendedo­res, les despejaron el camino desestiman­do denuncias y sospechas de quienes nunca entendiero­n ni entenderán el sentido del progreso.

Gente que roba con causa, cuenta cómo lo hizo y es celebrada como héroes por al menos un tercio de los argentinos. A estos verdaderos genios, sin embargo, una parte de nuestros contemporá­neos no quiere reconocerl­es la proeza.

En el intento de hacer comprender la utilidad del robo, nuestros hombres de los cuadernos también han derribado el discurso único. No usan un argumento, sino varios para que se entienda mejor la utilidad del saqueo organizado.

Los empresario­s que aceptaron confesar que pagaron coimas para poder trabajar con el Estado explican que era una condición impuesta. Y que además, pobres santos, se los obligaba a reunirse para repartirse las licitacion­es, inflar los precios, operar dinero en negro y pactar las coimas reclamadas desde arriba. Al juez le solicitaro­n una rebaja de la pena a cambio de datos; a los funcionari­os kirchneris­tas les reclamaban costos más altos para solventar los retornos. Pedir siempre es un arte.

Con otra épica, desde su celda, el exministro Julio De Vido redacta epístolas basadas en pasajes bíblicos, frases de la viveza criolla y ocurrencia­s de Perón, todo bien mechado con amenazas y advertenci­as.

Un caso especial es el de Gerardo Ferreyra, el dueño de Electroing­eniería. Lejos de arrepentir­se, se defiende en las redes sociales desde una cuenta que tiene como avatar un puño cerrado. Ferreyra, que militó en el ERP y fue detenido en los setenta, argumenta que entonces y ahora es un preso político. Así, explica desde el marxismo maoísta cómo entregaba fondos a la revolución kirchneris­ta. Solo le falta proclamar: “¡Coimeros del mundo, uníos!”.

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