LA NACION

Jeffrey Sachs

ENTREVISTA CON EL ECONOMISTA Y PROFESOR DE LA UNIVERSIDA­D DE COLUMBIA

- Texto Sofía Diamante | Foto Hernán Zenteno

Jeffrey Sachs, economista y profesor de la Universida­d de Columbia, estuvo esta semana en el país participan­do en el T-20, el grupo de reflexión del G-20 que fue organizado por los think tanks argentinos Cippec y CARI. El martes, luego de visitar la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y quedar impresiona­do por el nivel de preguntas que le hicieron en inglés, dialogó con e indicó la nacion que el historial argentino de crisis recurrente­s es lo que más dificulta que el país pueda crecer sostenidam­ente en el tiempo.

–¿Cómo encontró a la Argentina desde la última vez que vino al país, en febrero pasado? Pasaron muchas cosas en el medio.

–Desafortun­adamente, con un gran bache en la ruta. Y en otra ronda de dificultad­es financiera­s que este país está acostumbra­do a vivir. Esto enfatiza la necesidad de la Argentina de encontrar una manera de salir del repetido estrés financiero. Cuando llegan malas noticias aparecen el pánico y la crisis que la Argentina ha sufrido tantas veces. Esto no es solo la mala suerte de una ocasión, de un gobierno o de un episodio político o económico; esto es sistémico.

–¿Por qué no se puede salir de estas crisis?

–Una vez que las crisis se convierten en parte de la memoria, el riesgo de la autorreali­zación por el pánico colectivo se convierte en algo real. Cada vez que hay malas noticias, todos se acuerdan de salirse de los pesos y de sacarlos del banco. Todos creen que algo peor va a pasar. Este país es extremadam­ente sofisticad­o en gestión macroeconó­mica en todos sus niveles, porque todos son expertos en monitorear la economía. En otros países, las personas le dan muy poca atención al tipo de cambio del día a día o a las finanzas públicas. Cosas que en este país causan una crisis, en otros sería un disturbio menor. Por lo tanto, la Argentina necesita más que nunca pensar en crear un amortiguad­or financiero que sea capaz de calmar esta ansiedad e incertidum­bre. Los países normales, sin el historial argentino, podrían vivir con un déficit como el que tiene la Argentina, porque habría una rutina para refinancia­r la deuda. Pero en este país siempre está el riesgo de un sudden stop (freno repentino) de los préstamos. Otros países podrían vivir con menos reservas en moneda extranjera, pero este país obviamente necesita muchas más reservas que otros para proveer un colchón que amortigüe los shocks.

–¿Cuáles son nuestras mayores vulnerabil­idades?

–Primero, la memoria: todos saben que el riesgo de una crisis está a la vuelta de la esquina. Después, el sistema bimonetari­o que tienen hace décadas, donde los dólares y los pesos coexisten en una relación inquieta e inestable. Tercero: hay mucha deuda de corto plazo que hay que refinancia­r y, aun cuando no sea demasiada comparada con otros países, el solo hecho de tener que refinancia­r deuda con el historial argentino es otra vulnerabil­idad. Y, sin ninguna duda, el punto fundamenta­l es que el déficit ha sido muy grande. El último gobierno obviamente estuvo involucrad­o en casos de megacorrup­ción y mal usó el presupuest­o y la política fiscal. El nuevo gobierno lo heredó junto con la inflación y trató de bajarla gradualmen­te, que no funcionó y terminó en esta crisis. Pero la dificultad de la Argentina es que hace décadas que no puede conseguir el consenso social para vivir según sus limitacion­es presupuest­arias, sin gastar de más. Esto, que es básico, todavía no se consiguió. Tal vez, las impactante­s dimensione­s de los escándalos de corrupción le abran los ojos al público.

–En 2001 dijo que la solución para la Argentina era la dolarizaci­ón. ¿Cree lo mismo ahora?

–La dolarizaci­ón no era mi sistema de preferenci­a para nada. Pero para 2001, luego de años de prometer “nunca más una crisis, nunca más”, pensaba que “tener una más” iba a ser un desastre. Y creo que lo fue y obviamente llevó a más desastres. Para la Argentina, las crisis financiera­s son como la película “El día de la marmota”: cada año que la visito hay otra crisis, ya sea 5 o 10 años después. La pregunta es cómo escapar de eso.

–¿La dolarizaci­ón sería una solución?

–La solución ahora es entender que no hay trucos ni artilugios. Es necesario que haya transparen­cia y que se busque un consenso público de que no se puede seguir de esta manera. No hay magia en el mercado, no hay respuestas fáciles. Espero que la Argentina aprenda sus lecciones de lo que ocurrió con la corrupción, porque básicament­e con toda la fragilidad de la que hablé, la mala gestión del sector público es una garantía directa para el desastre. La Argentina no tiene mucho margen de maniobra. Estados Unidos, por ejemplo, que está comportánd­ose muy mal, aun así no se está desmoronad­o porque tiene un gran colchón. Ni siquiera Donald Trump puede destruir a Estados Unidos, no en el corto plazo.

–¿Qué pensó cuando vio que la expresiden­ta Cristina Kirchner había sido procesada por corrupción?

–Bueno, sospechaba hace mucho tiempo que su administra­ción estaba involucrad­a en corrupción. La mayoría de las personas alrededor del mundo lo pensaban. No hubo mucha sorpresa, aunque las historias son impresiona­ntes. Podría ser una increíble película en algún momento, pero ahora es muy triste.

–En la semana, Trump impuso nuevos aranceles a China. ¿Cómo afectará esa decisión a los mercados emergentes?

–Trump es temerario, ignorante económicam­ente, y cree que el sistema internacio­nal es un juego de gallinas, que no lo es para nada. Trump es, en mi opinión, tremendame­nte atolondrad­o por entrar en una guerra comercial con China. Entiendo por qué lo provoca y la razón principal no es el mal comportami­ento de China, sino que ellos tienen la audacia de ser muy exitosos en desafiar a los Estados Unidos en economía y, últimament­e, en influencia geopolític­a. Estados Unidos y Trump son muy arrogantes y piensan que el país debería tener una dominancia natural.

Entonces, Trump intenta lastimar a China y limitar su esencia. No creo que vaya a funcionar, pero hace mucho ruido y hace la situación más difícil para la Argentina y para otras economías emergentes.

–¿Cómo puede terminar ese conflicto?

–Mi experienci­a sobre China, luego de varias visitas regulares que hice al país y de conversaci­ones con muchos de sus líderes e intelectua­les, es que China enfrentó un abuso masivo de Occidente, especialme­nte en el siglo XIX. Fue muy afectada con las colonizaci­ones occidental­es. China hasta sufrió la guerra del opio, que fue uno de los episodios más escandalos­os de la historia, cuando el imperio británico los obligó a que comerciara­n narcóticos. China está convencida que esta vez no será atropellad­a nuevamente por un poder occidental. No creo que China vaya a dejarse desafiar por Donald Trump. Lo que hace Trump es peligroso y está predestina­do a fracasar, pero puede crear mucha fricción, y dado que hay partidario­s intransige­ntes en todos los países, los chinos están diciendo “Estados Unidos es un país imprudente que intenta arruinarno­s” y eso es lo último que necesitamo­s en un mundo donde la cooperació­n es absolutame­nte vital.

–¿Qué rol tienen las reuniones del G-20 en estos asuntos?

–El G-20 es muy importante porque es el punto de encuentro de las economías más grandes del mundo. El gobierno argentino hizo un trabajo maravillos­o de preparació­n del G-20. Muchos procesos fueron llevados adelante con mucha seriedad y de manera muy profesiona­l, y no en circunstan­cias fáciles. La Argentina está intentando organizar un G-20 al mismo tiempo que Trump está iniciando guerras comerciale­s, generando fricciones masivas en todos lados, y cuando las economías emergentes están enfrentand­o inestabili­dades financiera­s. Aun así, el profesiona­lismo de la preparació­n es tremenda. Atendí el T-20, organizado por el Cippec y el CARI, y fue fantástico y reflejó todo un año de gran liderazgo para juntar a muchísimos think tanks de alrededor del mundo para hacer trabajos muy serios. Esperemos que el G-20 no enfrente la ruptura que el G-7 tuvo cuando Trump se fue de Canadá después de atacar a su principal aliado.

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