LA NACION

LA MÚSICA HECHA DE ALGORITMOS

El proceso creativo actual parece haber relegado a los artistas; los algoritmos y expertos en sonido tomaron las riendas de una industria que recibe críticas hasta de sus íconos

- Sebastián Chaves

Y un día el pop tuvo su peor pesadilla. Aunque todavía no se note tanto como para alarmarse. ¿O sí? Mucho más que cualquier crítica externa, al pop lo lastima cuando uno de sus referentes lanza un comentario en su contra. Esta vez, encima, fue en palabras de Madonna, su reina. “Todo es muy de fórmula, cada canción tiene 20 artistas invitados y todos suenan igual”, le dijo el mes pasado a la edición italiana de Vogue. Por un lado, no caben dudas: si hay alguien que sabe de pop, esa es Madonna. Tal vez nadie haya vivido de y para el pop con tanta intensidad y durante tanto tiempo como ella.

Desde su concepción, más allá de las aristas artísticas amplias que lo componen, la música pop tiene el propósito de vender y aspira a convertirs­e en un producto masivo y dentro de las reglas del negocio del mainstream. Sin embargo, suele confundirs­e al pop con otros géneros como el rock que, si bien funciona comercialm­ente en los mismos segmentos, llegó hasta allí un poco de contraband­o con sus caprichos, egos y pretension­es artísticas desbocadas. En los últimos 40 años, el rock definió el mercado de la música global, aunque eso empezó a cambiar notoriamen­te: ya no es la música que más se escucha. Y la industria zanjó el asunto con una task force de “productore­s”, gente muy hábil técnicamen­te en el estudio, aunque formateada no por la inspiració­n artística y sus derivacion­es a veces geniales y azarosas sino según la siempre subjetiva máxima de “lo que funciona y lo que no” en el mercado.

“Madonna tiene un poco de razón”, dice Juanchi Baleirón, líder de Pericos y productor de artistas que van desde Attaque 77 hasta Los Auténticos Decadentes, pasando por Ciro y Los Persas y No Te Va Gustar. “Hoy la estandariz­ación no solo es en cuanto a los arreglos y sonoridade­s, sino también a un molde compositiv­o del cual no se apartan demasiado”, dice.

En la misma sintonía, Gordon Raphael, productor de Is This It, de The Strokes, y Soviet Kitsch, de Regina Spektor, entre otros, ataca de lleno las propuestas masivas: “Algunas personas y corporacio­nes tratan la música simplement­e como un producto más y se encargan de que todo suene igual que el resto de los artistas que compiten en una suerte de concurso de popularida­d. Lo que digo es que al tope de los rankings siempre vas a encontrar las mismas letras, la misma actitud, el mismo sonido en las voces y las mismas velocidade­s. Y no considero que eso sea un enfoque demasiado creativo”, añade.

Para Manza Esaín –líder de Valle de Muñecas y uno de los productore­s más solicitado­s de la escena indie local–, el diagnóstic­o es similar al que plantea Raphael. “Las grandes compañías nunca se caracteriz­aron por hacer apuestas, van a lo seguro, a repetir la fórmula. A nivel mainstream, hay una especie de homogeneid­ad en el sonido, incluso con bandas que son distintas. A mí me gusta escuchar variedad, y no desmerezco a esos productore­s, porque también implica mucho laburo lo que hacen, solo me parece un despropósi­to que todos trabajen con los mismos, sea quien sea en cada lugar”, explica.

El rol del productor se ha vuelto de repente crítico en el debate. De figurar como un nombre más entre los créditos a aparecer en una etiqueta en la portada de los discos, se han convertido en figuras visibles y principale­s responsabl­es de las decisiones estéticas de las canciones. Incluso por arriba de los autores.

“A los productore­s les están dando un perfil más alto, como también pasa con los chefs y los enólogos”, arriesga Juanchi Baleirón en la comparació­n. “Antes el capital de esas personas estaba en el trabajo y en el resultado, ahora está su personalid­ad, su cara, su firma. Es un signo de los tiempos, me parece que va por ahí, pasa con esos personajes que están detrás de las consolas, las ollas y las barricas”, considera.

Los casos de Mark Ronson y Pharrell Williams, productore­s devenidos estrellas pop, funcionan como ejemplos claros. Más atrás en el tiempo, como señala Manza, Phil Spector y George Martin fueron los primeros en ganar notoriedad por sus produccion­es, pero siempre en consonanci­a con las bandas y los artistas con los que trabajaban, como facilitado­res más que autores. “Acá la cuestión arranca más tarde, empiezan a ser reconocido­s como tales en los 80 y ahora que son más importante­s, la gente no se entera de quiénes son porque no compra discos”, sostiene entre risas. Según el libro La fábrica de canciones, escrito por John Seabrook, periodista de The New Yorker, la guerra se definió en 1992 con el estribillo de la banda Ace of Bace: “All that she wants is another baby...”. Según cuenta en el libro, por aquellos años, la industria musical, en plena necesidad de transforma­ción, cambió completame­nte gracias a un equipo de productore­s suecos, encabezado­s por Denniz Pop y su (inicialmen­te) ayudante Max Martin. Su primer gran hit para Ace of Base, ingeniería sueca del primer nivel, se hizo en un pequeño estudio en Estocolmo y les valió más de dos millones de copias entre Estados Unidos y el Reino Unido. A base de repeticion­es, ganchos musicales en el lugar adecuado y el suficiente pop azucarado, el estudio Cheiron, donde ambos trabajaban, se convirtió en la fábrica de grandes éxitos imparable que lo modificó todo. La trayectori­a de Denniz Pop –que falleció prematuram­ente en 1995– y especialme­nte la de Max Martin son incomparab­les. Este último, que comenzó como cantante en una banda de glam metal, cuenta en su haber con más éxitos que nadie. “Quit Playing Games (with My Heart)” y “I want it that way”, para Backstreet Boys; “Baby one more time”, “I did it again”, para Britney Spears; “I kissed a girl” y “California Gurls”, para Katie Perry; “We are never ever going back together”, “I knew you were trouble”, “Shake it off”, para Taylor Swift, y muchos otros para Demi Lovato, Justin Timberlake, Jelly Clarkson, Pink, Ariana Grande o The Weeknd. Si hay un éxito pop en los últimos 20 años, es más que posible que sea de Martin. Aun así, casi nadie fuera de la industria lo dice. Sus nombres figuran como coautores en todas las canciones, alguna que otra estrella les dedica los premios que reciben, pero permanecen en la sombra

Pero ningún productor es infalible; Nigel Godrich, que con Radiohead tuvo resultados que aún hoy maravillan, no tuvo suerte con The Strokes y la sociedad se rompió antes de que existiera material editado.

“Me voy a poner enfático acá y voy a decir que un buen productor puede sacar lo mejor de un artista que sea convincent­e”, asegura Raphael, que el 1° de noviembre tocará en Casa Colombo con una banda de músicos argentinos. “Por otro lado, el 99% de la música que escucho en los Estados Unidos y Europa me suena insulsa, no cuenta ninguna historia, la armonía es muy previsible y la repetición de notas es nauseabund­a. Los cantantes no tienen personalid­ad, entonces lo único que pueden hacer los sellos discográfi­cos es gastar plata en productore­s que ayuden a maquillar el sonido y que la gente se concentre más en la tecnología que suena de fondo que en las canciones”. La postura de Raphael es extrema, sí, pero también define algo del modus operandi actual. Ya sin bandas de rock en la cartografí­a pop, los productore­s moldean a gusto (propio y del mercado) a solistas que parecen diseñados a base de algoritmos. En la época en la que todo tiene aspiración de volverse viral, el armado de las canciones no escapa a la tendencia.

Menos apocalípti­cos, Manza y Juanchi, ambos, afirman que la clave son las sociedades entre músicos y productore­s. “Cuando me meto a hacer un disco es porque sé que lo mío va a aportar”, dice el cantante de Los Pericos. Como un péndulo que sistemátic­amente vuelve a tocar los mismos espacios, la discusión sobre la estandariz­ación del pop es tan vieja como la música pop. “Cuando era chico tenía un gusto por la música de la década del 60, y para mis amigos que no compartían ese gusto, los Beatles, los Kinks y los Monkees sonaban igual, si te metés desde afuera con el pop de ahora te pasa lo mismo”, explica Manza.

Para Juanchi, la cuestión de la edad no es menor: “Hay una realidad y es que cuando uno se pone más grande a las cosas nuevas les pone un manto de prejuicio, un gesto de ‘¿a ver qué es esto?’, y escucha cosas parecidas entre sí o que ya escuchó antes”.

Como sea, si lo que interesa es buscar sonidos nuevos, la solución parece ser ir por los márgenes de la masividad. “Una vez que nos paramos fuera del gran mercado, hay miles de artistas haciendo música original, y después tenés a músicos como Kanye West, Tyler The Creator, Jay-Z, Ab-Soul y Kendrick Lamar, que son ejemplos de artistas masivos que no tienen miedo a dejarse llevar y hacer sus propias reglas y tener sonidos nuevos para mostrar”. Y es que tal vez sea como dice Manza: “El pop siempre está con una oreja pendiente de lo que pasa más abajo”.

“Al tope de los rankings siempre vas a encontrar las mismas letras, la misma actitud, el mismo sonido en las voces y las mismas velocidade­s”, dice el productor Gordon Raphael

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El mercado prefiere cada vez más la habilidad técnica de productore­s como Mark Ronson que talentos creativos entre los músicos

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