LA NACION

Historias del crimen

En dos períodos, entre 1991 y 1999 y entre 2002 y 2004, atacó a casi un centenar de mujeres jóvenes, siempre de la misma forma. Tenía una doble vida: en su casa, “un padre ejemplar”; en las calles, por la noche, un depredador sexual impiadoso. Cercado por

- Texto Gabriela Origlia

Mario Sajen, el violador serial que horrorizó a Córdoba.

Hasta el último momento, Zulma Villalón creyó en la inocencia del hombre del que se había enamorado 22 años antes. Tan convencida estaba que, cuando ya se había desatado la cacería para dar con él, ella se presentó en los Tribunales de Córdoba con uno de sus hijos y ofreció que le sacaran sangre para un examen genético que, pensaba, sepultaría todas las sospechas que a esa hora habían convertido a su esposo en el enemigo público número 1 de la provincia.

La ciencia criminalís­tica le daría una bofetada: con la sangre del chico y el ADN obtenido de un pelo en un peine y de un cepillo de dientes se confirmó que el semen hallado en algunas de las víctimas del violador serial que hacía años asolaba la zona de Nueva Córdoba era de Marcelo Mario Sajen, la bestia, el sátiro del identikit que el entonces gobernador, el recienteme­nte fallecido José Manuel de la Sota, blandía mientras afirmaba que el sospechoso había sido identifica­do y estaba cercado. Que él era quien había violado, en dos períodos, entre 1991 y 1999 y entre 2002 y 2004, a casi un centenar de mujeres.

Pero Sajen se reservó para sí definir el final de la historia: “Marcelo Mario Sajen, de 39 años, se disparó en la sien con una pistola calibre 11.25 en el jardín de una vivienda ubicada en Tío Pujio al 1800 del barrio Santa Isabel”, rezaban las crónicas periodísti­cas del dramático desenlace de aquel 28 de diciembre de 2004. Se supo cercado y tenía claro que no iba a volver a la cárcel. Murió la mañana del 30, solo unas pocas horas antes de que se desencaden­ara una de las peores tragedias de la Argentina: el incendio de República Cromañón.

Por estos días comenzó a filmarse La noche más larga, una película sobre el caso, basada en el libro La

marca de la bestia, escrito en 2006 por los periodista­s Dante Leguizamón y Claudio Gleser. El cordobés Daniel Aráoz le pondrá cuerpo y voz a ese depredador sexual que durante años no tuvo nombre. Un hombre de doble vida: en su casa, “un excelente padre”, como lo calificó la madre de sus seis hijos; en las calles oscuras, un monstruo corpulento que aparecía, violaba y se esfumaba.

Desde 2002, las chicas jóvenes se cuidaban de caminar por la zona del Parque Sarmiento para llegar a la Ciudad Universita­ria porque ese era el coto de caza del violador. Entre 1991 y 1997 se habían registrado ataques similares en el barrio San Vicente y alrededore­s y la incógnita era si se trataba del mismo hombre.

Horas antes de que, rodeado por la policía, se disparara en la sien, la Justicia reveló que Sajen había violado a 93 mujeres en 80 ataques callejeros (llegó a abusar de hasta de tres jóvenes en un mismo hecho) entre 1991 y 2004. El lunes 27, un día antes, había violado a otra mujer.

Sajen medía 1,70 metros y pesaba 80 kilos. Formó dos familias; las mujeres de él se conocían entre sí y tenía ocho hijos: cinco varones y tres mujeres. Vivían todos a pocas cuadras. El Turco, como le decían sus amigos y conocidos, solía decir: “Antes de ir preso otra vez, me meto un tiro”. A mediados de los 80 estuvo detenido por una violación, y en el 99, por un robo.

“Ya estoy jugado, solo quiero que no mezclen a mi hermano, que no tiene nada que ver”, pidió a los dos agentes que entraron a la casa donde estaba escondido.

El jueves 23 de diciembre la policía allanó una de sus viviendas del barrio Villa Urquiza. Justo antes (gracias a un “soplón”), Sajen se escapó. Nunca pensó que una de sus mujeres accedería a que le hicieran el ADN a su hijo de 17 años. Esa prueba –junto a la de los cabellos recogidos en la casa– confirmó que él era el violador serial. Dejaba de ser un fantasma, un conjunto de rasgos volcados en un identikit sobre la base de los testimonio­s de las víctimas, que en la mayoría de los casos apenas lo habían podido ver.

Años de terror

Su manera de atacar y el perfil de sus víctimas no cambiaron en la década en que Sajen sembró el terror en las calles cordobesas. Elegía mujeres de menos de 30 años, no más altas que él y de contextura pequeña, a las que podía dominar físicament­e. Con la mano derecha las agarraba; en la izquierda tenía una pistola o un cuchillo. Actuaba de noche y les prometía a sus víctimas que no les pasaría “nada”. Caminaban juntos muchas cuadras –no importaba si había gente– hasta un baldío, donde las violaba. Y las abandonaba luego de robarles lo que tuvieran.

“Abrazame como si fueras mi novia. No me mires si no querés que te mate. Portate bien que no te va a pasar nada malo”. Así cuentan Leguizamón y Gleser en su libro La marca de la bestia la estrategia de ataque de Sajen.

¿Por qué el caso del violador serial tardó tanto en trascender? Porque en los primeros años las denuncias eran pocas, estaban en distintos juzgados y nadie las vinculaba entre sí. Recién en 2003 se empezó a tejer un hilo conductor. Un año después, una víctima –que se presentó con el nombre ficticio de Ana– viralizó el caso por medio de un correo electrónic­o.

La chica, de 20 años, estudiante, contó que un hombre (Sajen) la abordó en una transitada avenida de Nueva Córdoba y, amenazándo­la con que la “cortaría toda”, la llevó hasta un baldío y la violó. “Hace tres años decidí venir a estudiar a Córdoba... con todo lo que eso implica... dejar mi familia, mi lugar, mi casa, para hacer realidad mi sueño de independiz­arme, de empezar a armar mi vida...”. Así se presentaba Ana, para después contar el horror.

“A vos te atacó el violador serial... no sos la primera chica a la que lleva a ese lugar”, dijo Ana que le señalaron en la comisaría. “No anden solas, no se descuiden, no confíen en la policía... tenemos que estar preparadas y mentalizad­as de que si alguien nos llama de atrás, nos pone una mano en el hombro o nos agarra, la única forma de zafar es gritando, tirándote al piso, abrazando a alguien que ande por ahí, metiéndote en un negocio o, simplement­e, corriendo...”. El mail de Ana fue reenviado miles de veces.

¿Quién era, cómo actuaba con tanta impunidad, cómo resultaba imposible cercarlo? Las investigac­iones eran caóticas y los identikits confeccion­ados –se supo después– estaban lejos de señalar un parecido con Sajen.

Ante la sospecha de que el violador fuese un policía, el gobierno ordenó “ADN para todos”.

La psicosis no tenía freno. Gustavo Camargo, un verdulero, estuvo 41 días preso. Una víctima lo vio parecido y lo denunció. Lo salvó su ADN. Fue el que más tiempo detenido estuvo de los varios que vivieron situacione­s similares.

El 9 de septiembre de 1985, Sajen violó por primera vez; fue en Pilar, una localidad a media hora de la ciudad de Córdoba. Cayó preso y fue condenado a seis años de prisión. El secretario del juzgado que llevó ese caso era Juan Manuel Ugarte, que en 2004 fue el fiscal de la causa del violador serial.

Sajen salió libre a los cuatro años y retomó los ataques en 1991, con la misma modalidad que usó en Pilar. La serie se cortó en 1999, cuando fue preso por asaltar una pizzería. Antes de entrar armado al local había violado a una chica. Salió en 2002. Volvieron los ataques.

En septiembre de 2004, Ugarte (hoy es juez) se hizo cargo de la causa. Tomó en cuenta la “ventana de tiempo” en que no hubo ataques y dedujo que el violador había estado preso. Ahí, Sajen apareció entre varios sospechoso­s. El 28 de diciembre un excompañer­o de cárcel llamó y lo delató, movido por la recompensa de 50.000 pesos que estaba vigente. Fue el final.

“Pido disculpas en nombre de mis hijos y mío. Por favor no sientan odio ni rencor contra mí y contra mis hijos”, clamó Zulma. Ella también se quiso suicidar: desconocía que había convivido con un monstruo.

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Final: el cuerpo de Sajen es trasladado del hospital a la morgue
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