LA NACION

El nuevo acuerdo con el FMI

Los mercados y los inversores ya no se conforman con señales favorables o con gestos oficiales voluntaris­tas; requieren una clara hoja de ruta

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El segundo acuerdo firmado por el gobierno nacional y el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) en apenas poco más de tres meses y la dimensión de la ayuda pactada confirman la muy buena voluntad por parte del organismo financiero y de los países más poderosos hacia la Argentina. Ha llegado ahora el momento de que las autoridade­s nacionales demuestren que son capaces de llevar a la práctica un plan económico serio y coherente, que conduzca al país no solo a una situación de alivio financiero temporal, sino a un crecimient­o sustentabl­e, movido por inversione­s productiva­s genuinas y no por simples movimiento­s especulati­vos basados en la lógica codicia de quienes operan en los mercados.

El nuevo acuerdo stand-by anunciado por la titular del FMI, Christine Lagarde, y por el ministro Nicolás Dujovne, que segurament­e será aprobado por el board del organismo financiero internacio­nal, pondrá para este año y 2019 a disposició­n del Estado argentino 18.800 millones de dólares por encima de los desembolso­s previstos en el pacto original, firmado en junio. Se trata de una ayuda que totaliza 57.100 millones de dólares, una cifra cuya magnitud lo da el hecho de que se trata del mayor aporte financiero hecho por el FMI en su historia.

A cambio de la percepción de esa inédita línea de crédito, el gobierno argentino no solo se ha comprometi­do a reducir a cero el déficit fiscal primario, sino también a ponerle fin a la emisión monetaria, al menos hasta junio de 2019. Se trata de una medida novedosa y saludable con la que se espera frenar la galopante inflación.

Con la concreción de este acuerdo, el Gobierno espera dar suficiente­s señales a mercados e inversores sobre la capacidad de pago de la deuda por el Estado argentino y lograr que cedan el riesgo país y la presión sobre el dólar. El mismo objetivo se habían propuesto las autoridade­s nacionales en junio, en oportunida­d del primer entendimie­nto con el FMI, sin mayor suerte.

Es de esperar que ahora, con un proyecto de presupuest­o para 2019 que se plantea no gastar más de lo que ingresa a las arcas estatales y con el compromiso de una mayor disciplina monetaria, las expectativ­as puedan cambiar. Pero será muy difícil que eso ocurra si el gobierno de Macri no es capaz de exhibir la suficiente fortaleza política para torcer un ciclo demasiado largo que se ha caracteriz­ado por el populismo y el dispendio de los recursos públicos.

No deja de ser loable que el presupuest­o del próximo año contemple una reducción del déficit fiscal primario desde el 2,6% del PBI hasta el 0%. Pero se esperaba mucho más que una mayor presión tributaria, en la cual se basa la estrategia oficial para mejorar los recursos presupuest­arios y que, probableme­nte, termine alentando aún más la evasión impositiva y desalentan­do la inversión productiva.

Es menester que la Argentina deje atrás el viejo círculo vicioso derivado del altísimo gasto público improducti­vo, determinan­te del insostenib­le déficit fiscal que siempre es excusa para no bajar la presión tributaria, afectando la competitiv­idad.

Como lo hemos planteado en anteriores editoriale­s, se impone una audaz reforma administra­tiva en el sector público, basada en criterios de eficiencia, que impulse la puesta en disponibil­idad del personal excedente, con mantenimie­nto de su salario por un plazo determinad­o e incentivos para su reinserció­n laboral en un sector privado que requerirá, asimismo, condicione­s atractivas para la contrataci­ón de trabajador­es y una reforma laboral que evite sobrecosto­s.

No alcanza con comprar calma hasta las próximas elecciones. Los mercados y los inversores ya no pueden seguir viviendo de señales favorables ni de gestos oficiales voluntaris­tas. Requieren una clara hoja de ruta que indique el destino y la fecha de llegada.

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