Las marcas del cuerpo
El nombre de alberto Cormillot, amado y discutido como todas las figuras públicas, se convirtió en sinónimo de dietas para adelgazar. alberto es su propia propaganda encarnada: a los ochenta, mantiene el porte y la envidiable figura de siempre, se levanta diariamente a las cuatro y media de la mañana, participa en programas radiales y televisivos, se desempeña como profesional de la salud, baila tap, hace “danza aérea” y vive a pleno.
Pero lamentablemente esa no es la realidad de la mayoría de las personas que él y otros médicos tratan por exceso de peso. Víctimas de lo que el propio Cormillot llama el “gordismo”, un cúmulo de prejuicios, estereotipos y discriminación, son personajes de una novela contemporánea que la revista Nature acaba de calificar como la “cruel guerra contra los gordos”. Lo hizo al citar la nota de michael Hobbes “Todo lo que sabés sobre la obesidad está equivocado”, distribuida por el Huffington Post y multiplicada con avidez en las redes sociales.
El artículo de Hobbes indaga en el drama emocional y personal que provoca una imagen socialmente instalada: la de que las personas tamaño XL son débiles de carácter, que carecen de gracia, que no tienen derecho a disfrutar de la vida, andar en la playa sin remera o comprarse ropa a la moda.
La suposición de que descender de peso es simplemente un ejercicio de la voluntad contrasta con lo que indican toneladas de literatura científica. Un estudioso del tema me contaba hace unos días que, en una encuesta entre chicos gordos, muchos confesaban que es tal la angustia que les provoca su situación que preferirían padecer cualquier enfermedad antes que estar crucificados por ese estigma vergonzante.
El propio Hobbes refleja en una línea de su artículo las dimensiones del problema: “Nunca escribí una historia –afirma– en la que tantas de mis fuentes se pusieran a llorar durante las entrevistas o temblaran de furia al describir su interacción con los médicos y hasta con su propia familia”.
Este es el mundo que nos descubre y al mismo tiempo nos invita a desafiar la filósofa Lux moreno en su ensayo Gorda vanidosa (ariel, 2018), un texto lacerante pero que al mismo tiempo desborda de rebeldía y en el que parte de su propia experiencia para desnudar la violencia que todos ejercemos cotidianamente contra las personas gordas, en el mejor de los casos, amparándonos en discursos bienintencionados sobre la salud y el bienestar, pero que terminan por condenar e invisibilizar.
“El territorio de la diversidad corporal está poblado de personas marcadas (por su cuerpo, su género, su edad o lo que fuere) que no son vistas como individuos, sino como ejemplares de su ‘tipo’, como un ‘caso’ de su especie”, escribe en el prólogo moira Pérez. así, continúa, afirmar que una persona es gorda implica la mayoría de las veces que se trata de una persona fea, enferma, con capacidades físicas limitadas e incluso poco razonable.
Lux relata sus vivencias personales más crudas y recorre la seguidilla de episodios cotidianos, muchos de ellos olvidables o poco llamativos, que suman una tras otra las marcas del sufrimiento físico y mental. Una especie de “muerte lenta” que confina a los gordos al lugar de lo poco importante. Paradójicamente, nos interpela, esos cuerpos son hipervisibles e invisibles a la vez, ya que no se ve de ellos más que su talla, su tamaño.
Lo dice moreno y empiezan a reconocerlo los sanitaristas: la solución a este embrollo en el que estamos embarcados no es individual, sino institucional, política y social. Tengamos cuidado de que lo que se hace en nombre de la salud no haga más que perpetuar el sufrimiento. Y recordemos que, como concluye gozosamente Lux moreno: “Todos podemos brillar en nuestras singularidades y sentirnos libres e incandescentes”.
Todos podemos brillar en nuestras singularidades y sentirnos libres e incandescentes