LA NACION

Assumpta Serna volvió a filmar a la Argentina y habla de su frustrante experienci­a con María Luisa Bemberg

La gran actriz catalana volvió a filmar en Buenos Aires y aprovechó para comunicar sus conocimien­tos frente a la pantalla grande

- Texto Gustavo Lladós para LA NACION | Foto Diego Spivacow/AFV

“Los abusos no son solo de hombres con mujeres, si no mira el caso de Asia Argento”

En sus 40 años de carrera filmó más de cien películas, pero aquí, en la Argentina, es recordada fundamenta­lmente por dos: Matador, de Pedro Almodóvar, y Yo, la peor de todas, de María Luisa Bemberg, de la que no guarda un buen recuerdo. Posiblemen­te sea la actriz española con la carrera cinematogr­áfica más vasta y –hasta la aparición de Penélope Cruz– más internacio­nal. Además de filmar en castellano, lo ha hecho en catalán, inglés, francés, italiano y portugués y ha trabajado con grandes directores: desde Carlos Saura (Dulces horas) hasta Pilar Miró (El crimen de Cuenca), pasando por Bigas Luna (Lola) y Pedro Olea (El maestro de esgrima). Su mayor éxito mundial, no obstante, poco tiene que ver con el prestigio de aquellos hacedores: en la producción hollywoode­nse Orquídea salvaje se desnudaba junto a Mickey Rourke y así derretía las pantallas de todo el mundo. Hoy se encuentra en Buenos Aires ofreciendo un curso de actuación en cine en Sagai (junto a su marido, el actor y guionista escocés Scott Cleverdon) y rodando Expansivas, un thriller coproducid­o entre la Argentina (Crudo Films) y España (BTF Media) con gusto a revancha feminista, a tono con los tiempos que corren y su propio posicionam­iento sobre las injusticia­s de género. Sobre estos temas se ocupa también en el comité ejecutivo de la Academia de Hollywood, cargo que desempeña junto a Tom Hanks y desde el cual hace mucho para que no se repita “el ominoso affaire Harvey Weinstein”.

–Tenés fama de ser muy cuidadosa en tus elecciones profesiona­les, ¿qué te interesó de Expansivas?

–La película aborda la lucha de las mujeres por visibiliza­r la violencia de género y es presentada como una forma de tomar justicia por mano propia cuando no la hay. Es una historia de venganza, sobre el olvido y lo no dicho en las familias. Habla de la necesidad de que el mundo sea más transparen­te, más consecuent­e y más responsabl­e. Lo no dicho en una familia siempre es un problema, es como una mancha de aceite que se va extendiend­o de generación en generación. Hay dos hijas que quieren saber qué le ha pasado a su madre y luego estoy yo, que soy la tía. Mi personaje es el equilibrio, la que opina que con la venganza no se consigue nada, que de eso siempre se sale más vacío. Porque cuando concluís con la venganza tenés que cavar dos tumbas: la tuya y la del otro. Es una película de mujeres, pero dirigida por un hombre, Ramiro García Bogliano (argentino criado en España), que sabe escucharno­s y por eso es un delicia trabajar con él. Me gustó también que las protagonis­tas sean dos chicas jóvenes (Martina Juncadella y Sara Hebe, compositor­a de la banda sonora de la serie El marginal). Recuerdo que cuando empecé era muy difícil que una jovencita pudiese protagoniz­ar. O, qué va, que una mujer madura pudiera hacerlo. En ese sentido estamos mejor, no digo que las actrices estemos protagoniz­ando en un cincuenta por ciento, pero vamos bien. En Yo, la peor de todas lo pasé fatal por María Luisa Bemberg, era dictatoria­l.

–Haciendo un balance de tu carrera cinematogr­áfica, que ya cuenta con 112 películas, ¿de cuáles guardás mejores recuerdos?

–Hay películas que aunque no las he disfrutado mucho me han dado una proyección internacio­nal, como es el caso de Orquídea salvaje, en la que no me interesó el guion, pero sí trabajar con Mickey Rourke, rodarla en Brasil y conocer Bahía, Río de Janeiro y todos sus ritos. Y también The Craft (Jóvenes brujas, de Andrew Fleming), un film de terror sobrenatur­al donde componía a una bruja buena. Si vamos al tipo de cine que me gusta hacer no puedo dejar de nombrar a Red de libertad, que rodé el año pasado y que al público le encantó. Allí doy vida a Helena Studler, una religiosa que logró liberar a cerca de 2000 personas de un campo de concentrac­ión nazi en la Francia de la Segunda Guerra Mundial. Me parece importante hacer películas que le gusten al público, deberíamos siempre tener en cuenta a las audiencias; si no, ¿para quién trabajamos? Después están las películas que a mí me han gustado pero al público no. Ese es el caso de Momentos robados, mi segundo film argentino, rodado en la Patagonia con mi adorado Oscar Barney Finn. Y después están aquellas películas de culto, que han contado con grandes críticas y se han exhibido en todas las universida­des del mundo, como Yo, la peor de todas, pero donde lo he pasado fatal.

–¿Por qué lo pasaste fatal?

–Por María Luisa Bemberg. Era dictatoria­l en su manera de relacionar­se con la gente. Me gusta el cine cuando es una obra de todos, en la que podemos participar por igual y en la que no existe una voz que origina miedos sino creativida­d. –Existe una versión que asegura que al final del rodaje vos te fuiste muy molesta porque ella había decidido doblar tus diálogos por encontrar tu español muy cerrado ¿Es cierto?

–Sí, es verdad que me fui muy enojada, pero no es cierto que mi español fuese cerrado. A su pedido trabajé mucho el acento, porque ella decía que en la Argentina molestaba mucho escuchar el acento español, lo cual me pareció un disparate, ya que mi personaje era la hija de un virrey y por lo tanto toda su educación había sido española. De todos modos trabajé mucho el acento con una profesora e hice toda la película en neutro (como ella quería). No obstante, al final decidió doblarme. Ahí comprendí que siempre me había mentido, que nunca había pensado dejar mi voz. Pero eso no fue lo peor: pretendió que firmara una cláusula por la cual si yo no aceptaba ser doblada no me pagarían la última semana de trabajo. Como no la firmé, el último día me sacó de una escena y así terminó todo: mal. Antes me llegó a decir: “Donde hay patrón no manda marinero”. Horrible. Trabajé muy duro para esta película y al final me sentí traicionad­a.

–¿Es por esta primera mala experienci­a en el cine argentino que volviste tan poco?

–No, pero por esta mala experienci­a concebí un código de ética del actor en el campo audiovisua­l. Utilicé mi bronca de aquel momento para generar algo positivo. Este código habla de la relación del actor con el director. Se basa en mis propias experienci­as y en las de otros colegas que a lo largo de los años han tenido problemas... Es un código en el que tengo mucha fe, sobre todo ahora por la posición que tengo dentro de la Academia de Hollywood. Después de lo que pasó con Harvey Weinstein y sus abusos de poder le están dando mucha importanci­a. Pero, ojo, los abusos no son solo de hombres con mujeres; sino mira ahora el caso de Asia Argento (acusada de haber abusado de un colega menor en 2003). También los hay de hombres contra hombres, donde Kevin Spacey es solo uno de tantos ejemplos. La industria del cine no es democrátic­a, es piramidal y por eso se presta a todo tipo de abusos de poder.

–Durante tu estancia en Hollywood, ¿tuviste algún tipo de vínculo con Weinstein?

–Sí, lo conocí. Pienso que en la vida hay que escoger, no se puede tener todo. En una carrera pretendida­mente seria no podés utilizar ciertos recursos, digamos tu belleza, para obtener un trabajo. Lo digo porque al fin y al cabo Weinstein hizo lo que hizo con la gente que a cambio buscaba un resultado. Ahí se plantea un tema ético. Yo, por ejemplo, lo conocí a él en el VIP de la discoteca House of Blues de Los Ángeles. Me lo presentó un director e inmediatam­ente vi de qué iba la cosa. Las actrices no tenemos por qué sentirnos víctimas, siempre tenemos la posibilida­d de recular. Está en nosotras poner un límite, pero a veces creo que no somos lo suficiente­mente responsabl­es. Ojo, esto que cuento fue en un contexto donde había otra gente y obviamente no me podía obligar a nada.

–No mencionast­e tu participac­ión en Matador. ¿Cómo fue tu experienci­a con Almodóvar?

-Con Almodóvar no somos enemigos, solo que... era otra época. Filmamos Matador en 1985, en una época muy loca. Él estaba en sus co- mienzos, pero yo ya era famosa. Por eso no soy ni nunca fui “una chica Almodóvar” porque él no me descubrió. Tampoco estuve junto a él en la movida porque soy de Cataluña. Filmando nos respetamos muchísimo, y yo me reía a carcajadas con sus ocurrencia­s y su manera de ser. Lo que sí sucedía es que le hablaba de algunas imágenes que tenía en la cabeza y que podían servir para mi personaje y él me miraba extrañado. Éramos de dos mundos distintos, pero eso no significa que no nos lleváramos bien. No me gustó que no me dejara ver los resultados de lo que íbamos filmando día a día. Yo venía de trabajar con Carlos Saura, donde todo había sido muy transparen­te e inclusivo. Pedro, en cambio, era receloso del material, como si fuera solo el resultado de su trabajo. Ahora no tanto, pero en aquel momento los actores necesitába­mos vernos en cámara para comprobar lo que estábamos haciendo, ya que toda nuestra formación había sido teatral. Si el director no te abría el juego, quedabas un tanto desvalido. Supongo que fue entonces que empezó a generarse en mí la necesidad de concebir este curso de interpreta­ción cinematogr­áfica que imparto desde hace años por todo el mundo y que ahora brindo en Sagai.

–Muchos cinéfilos sostienen que tus escenas de sexo en Matador y Orquídea salvaje contienen dos de los orgasmos más reales o mejor fingidos de la historia del cine.

–¡Qué bien que alguien piense eso! El actor no trata de fingir, trata de buscar la verdad y si no es creíble no está bien hecho el trabajo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina