LA NACION

La fábrica de chocolates

- Franco Varise

La histórica y difícil guerra entre músicos y productore­s finalmente quedó zanjada en favor de los segundos. Si uno mira los charts de la música comercial de hoy notará que existe una mayoría de artistas solistas que cultivan alguna variante de la amplia avenida del centro del hip hop. No es casual, sino parte de un proceso que comenzó con el derrumbe de la industria musical y del rock como género global indiscutid­o a la hora de vender. Así fue como un día en los líquidos 2000 algún gerente de un compañía decidió cortar el asunto de raíz: “¿Para qué seguimos lidiando con los energúmeno­s de las bandas y sus delirios artísticos si podemos hacer todo con uno de los nuestros?” Los productore­s actuales son muy distintos de los famosos George Martin, Jhon Leckie, Phil Spector, Brian Eno, Nick Rubin o Nigel Godrich, por mencionar algunos famosos personajes que lograron destilar grandes obras a partir de esa extraña sociedad entre la bohemia, los caprichos y vicios artísticos de los músicos, y las necesidade­s del mainstream. Ahora la cosa es bien distinta. Los productore­s, en general expertos en tecnología y sonido, funcionan como un algoritmo humano. Un artista (preferente­mente solista) envía sus maquetas a la compañía y el productor toma el material para transforma­rlo según los criterios que supuestame­nte funcionan en el mercado. El modelo algorítmic­o incluye sonidos sintetizad­os que se repiten en todos los discos, estructura­s de canciones remanidas y hasta el tipo de vibración (beat) que debe contener un tema para ser un éxito. Las canciones, entonces, son fabricadas como una golosina. Por eso han empezado a surgir críticas tardías y un poco resentidas –porque en verdad el tema viene de lejos– acerca de estos nuevos modelos de producción. Solo bandas grandes y consagrada­s aún pueden imponer el control sobre sus discos, pero son cada vez más escasas. Es cierto que la creativida­d decrece, pero seamos sinceros, ¿quién le va a discutir a un algoritmo que quizás está equivocado?

Sin embargo, no todo está perdido, las plataforma­s de streaming posibilita­ron que sellos gourmet (con métodos “artesanale­s”) pudieran promociona­r y comerciali­zar a sus artistas. Hoy buena parte de la música más innovadora, y quizá con mayor futuro por lo menos en el rock y el indie, aparece en esos segmentos de nicho, pero al alcance de todos. Y no es poco.

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