Donde antes había un basural, un maestro vio aulas
“A mí me lleva el corazón”, dice el maestro José García (49), mientras mira con orgullo la escuela primaria que vio nacer hace 15 años en el seno de la villa 21-24, de Barracas. Su contextura física –mide casi dos metros– se contrapone con la de los chicos que corren por el patio, lo abrazan y le hacen chistes.
Es docente desde hace 29 años y da clases en 7º grado. Se denomina a sí mismo “un maestro villero de piel y vocación”, alguien que trabaja día a día por la educación “en estos contextos más desfavorables”.
Fue uno de los que ayudaron a convertir un basural en la actual Escuela Nº 12. “Soy uno de los fundadores”, señala. Arrancaron con apenas 60 alumnos, 20 por grado, en 1º, 2º y 3º, usando aulas containers. Hoy, asisten 800 niños y niñas en dos turnos, la institución tiene dos pisos, amplios patios, aulas grandes y hasta una sala de informática.
Cuando José llegó a la esquina de Iriarte y Montesquieu, miró y no había nada, solo un descampado lleno de chatarra. Recuerda que era un viernes. Había tres containers de chapa y le aseguraron que, para el lunes siguiente, iba a tener ahí la escuela. En esas aulas improvisadas empezaron a dar clases y con la primera lluvia se inundó todo. Pero él y las otras dos maestras que lo acompañaban no bajaron los brazos.
“El primer día, los tres nos pusimos el guardapolvo y fuimos a recorrer el barrio. Queríamos que nos conocieran, y contarles que iba a abrir una nueva escuela. La comunidad nos recibió y ayudó en todo”, recuerda.
Tuvo que hacer muchas cosas y no de todas se enorgullece: cortar calles, movilizar a la comunidad, reclamar por la luz, el gas y las instalaciones. Pero esa lucha dio sus frutos. Después de cinco años de dar clases de manera muy precaria, la escuela tuvo su edificio.
Pura vocación
Para José, es imposible que el maestro no se involucre. “Tenemos que abocarnos un 50% a educación y otro 50% a la parte social. Si tenés 30 alumnos, tenés 30 problemas”, enfatiza.
En las aulas, siempre repite que “la educación marca la diferencia, que es la forma que tienen de superarse, que nada se consigue gratis y que tienen que estudiar para cambiar su realidad”.
Y hace hincapié en que los chicos de estos barrios queman etapas muy rápido. “Ya desde pibes, cocinan, lavan, planchan y hasta trabajan”, detalla el maestro. “Por eso, necesitan mucho de maestros comprometidos y que los escuchen. Necesitan mucho de una escuela que esté presente. Yo trabajo para eso”, resume.