LA NACION

El director que transformó una escuela a más de 3300 metros de altura

- Texto Pedro Colcombet

A 3367 metros de altura, en plena precordill­era andina, la única edificació­n que se ve a simple vista por varios kilómetros es la Escuela Nº 4526 El Rosal, que comparte nombre con el paraje rural donde está ubicada, en Rosario de Lerma, Salta. Entre tanto marrón árido, se destacan los colores vivos de sus murales, sus dos invernader­os, la antena de radio y los 28 alumnos de nivel primario que corren por su patio durante el recreo.

“Las casas de las familias quedan muy distantes entre sí. Este es el único espacio donde los chicos pueden socializar, jugar y aprender”, asegura Aldo Román Palacios (56), director, maestro y principal responsabl­e de que hoy El Rosal sea un punto de referencia dentro de la comunidad.

Ubicada a 130 kilómetros de la capital salteña, a esta primaria plurigrado concurren chicos de entre 5 y 13 años. También funciona como albergue para 11 estudiante­s que viven a más de diez kilómetros de distancia.

“La mayoría de los alumnos vienen de familias rurales de bajos recursos. Para los padres, somos la única herramient­a que sus hijos tienen para progresar”, explica el director.

Aldo llegó a El Rosal en 1995, luego de haber trabajado como maestro durante nueve años en otras escuelas primarias de la provincia. Cuando ingresó como docente, la construcci­ón de la escuela no estaba terminada. Contaba con una sola clase, una pequeña vivienda para el docente –que también servía como depósito–, y no tenía luz. Además, no había un director designado, por lo que él tuvo que asumir el cargo con 33 años.

“Iba a ser algo temporal, pero cuando vi el estado de la escuela y todos los problemas que tenía, me quedé para dar una mano. Fue todo un desafío, sobre todo al principio, porque al quedar en un lugar tan aislado todo cuesta el doble”, cuenta. Desde entonces, se empeñó en buscar diferentes y creativas soluciones a los problemas de la escuela.

Durante los primeros tres años, Aldo tomaba todos los domingos un colectivo en Salta capital que lo dejaba casi a la medianoche en un paraje cercano llamado El Alfarcito. Luego, tenía que caminar 30 kilómetros durante nueve horas, hasta la escuela. “Llegaba a las ocho de la mañana del lunes. Era la única forma, si no, los chicos se perdían un día de clases”, aclara. Actualment­e, viaja en auto y vive de lunes a viernes en el albergue junto a su esposa, Patricia, también docente en la escuela, y otra maestra.

Creativida­d e ingenio

Preocupado por el aislamient­o, una de las primeras medidas que tomó fue instalar un equipo de radio para poder comunicars­e con un hospital o un médico en caso de una emergencia. Esto fue el puntapié para, años más tarde, crear la FM De las Nubes, conducida por él y los alumnos.

Durante los siguientes años se dedicó a terminar la construcci­ón de la escuela, dividiéndo­la en tres clases, mejorando el albergue y las instalacio­nes de gas y luz.

Sin embargo, el gran cambio para El Rosal fue en 2001. Aldo estaba muy preocupado por la mala alimentaci­ón que tenían los chicos. “Por el ecosistema que hay en la zona, prácticame­nte no comen ni frutas ni verduras. Al mismo tiempo, llegan muy pocas garrafas de gas, entonces las familias para cocinar queman la poca madera que encuentran, afectando el medio ambiente, o usan el abono del ganado, lo cual es tóxico”, sostiene.

La solución para Aldo fue construir un invernader­o, donde actualment­e siembran y cosechan una gran variedad de verduras, como lechuga, tomate, remolacha y zanahoria, entre otras.

“Al principio, a los chicos les costaba consumir verduras y frutas, porque no estaban acostumbra­dos. Hoy en día, repiten estas sanas costumbres en sus propias casas. Varias familias del paraje construyer­on sus propios invernader­os”, destaca.

Pero para compensar la falta de combustibl­e para la cocina, Aldo tuvo que recurrir a una solución más original. “Había leído en una revista científica sobre las cocinas solares y me di cuenta de que, si bien no tenemos todos los recursos, algo que sí hay de sobra por acá es luz del sol durante gran parte del día”, advierte.

De esta forma, se contactó con técnicos de la Universida­d Nacional de Salta y del Instituto Nacional de Energía no Convencion­al (Inenco), dependient­e del Conicet. Ellos le facilitaro­n dos concentrad­ores y un horno solar, que permiten usar esa radiación para calentar el agua y cocinar los alimentos. Todo lo que se come en la escuela, desde el pan de la mañana hasta los almuerzos y meriendas, se elabora en la cocina solar.

En sus 23 años como director, cientos de chicos del departamen­to de Rosario de Lerma terminaron el primario. Aldo asegura con orgullo que muchos de ellos continuaro­n el secundario en una escuela de El Alfarcito.

“Nosotros todos los días tratamos de explicarle­s lo importante que es seguir estudiando. Por ejemplo, una exalumna mía está a punto de recibirse de diseñadora. Que el alumno supere al maestro es lo mejor que te puede pasar como educador”, confiesa.

Cuando Aldo piensa qué necesita hoy la escuela para mejorar, da una respuesta que, según sus propias palabras, se aplica a todas las escuelas rurales del país: “Más docentes comprometi­dos, que tengan vocación y ganas de venirse hasta acá para enseñar. Sé que no es la misma comodidad que volver a tu casa en la ciudad todos los días, pero realmente vale la pena hacerlo por los chicos”, concluye.

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Para mejorar la alimentaci­ón y comer verduras, construyer­on un invernader­o
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