El hijo de inmigrantes que supo vivir cien vidas
Sus raíces armenias lo templaron para sobrevivir a éxodos y desconsuelos. Charles Aznavour vivió cien vidas, pero, sobre todo, se transformó en el símbolo de una Francia otrora capaz de recibir en su seno a millones de víctimas de los cataclismos del siglo XX. “Nunca olvidé de dónde vengo. Vi a mi padre subir la colina de Montmartre tirando una carreta. Yo no soy un nuevo rico, soy un antiguo pobre”, le dijo a
LA NACiON en París hace diez años. Ese padre se llamaba Mischa Aznavourian. Había nacido en Georgia, hijo de un cocinero del zar Nicolás ii. Su madre, Knar, era hija de comerciantes turcos. Ambos huyeron del genocidio perpetrado por Turquía contra los armenios y, al término de un largo periplo, terminaron instalándose en París.
Allí nació Charles, un 22 de mayo de 1924. Fue el símbolo de un romanticismo realista. Sus canciones hablan de personajes de todos los días, situaciones mil veces vividas, sentimientos complejos y dolorosos. Gracias a la magia de las palabras, elevó esa poesía popular a un nivel jamás alcanzado. Antes de él, nadie se había atrevido a cantar la soledad desesperada de un homosexual (“Comme ils disent”), describir de esa forma la muerte del deseo (“Tu t’laisses aller”) o contar la triste trayectoria de un artista fracasado (“Je m’vois déjà”).
Aznavour forma parte de ese exclusivo círculo de creadores que conmovieron el siglo XX sin verse obligados a cambiar o modificar su trayectoria ni a transigir con las ideologías de moda. Toda su vida luchó por la causa armenia y el reconocimiento del genocidio de 1915. En los últimos años se declaró a favor de la acogida de los inmigrantes en Francia, defendiendo la idea de repoblar con ellos las pequeñas ciudades del interior, víctimas por el éxodo rural. “Me da una tristeza enorme ver esa gente, con sus niños pequeños, que no tienen adónde ir. Es algo que no conocí, pero pienso que mis padres lo vivieron”, declaró.