LA NACION

El costo de los votos santiagueñ­os

Es necesario que el gobierno nacional no se deje extorsiona­r por arcaicos caudillejo­s alejados del cambio que nuestro país demanda

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El ministro del Interior visitó, días atrás, a los gobernador­es de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, y de Tucumán, Juan Manzur, en busca del voto de los legislador­es nacionales de esas provincias necesarios para aprobar el presupuest­o 2019. Curiosamen­te, Rogelio Frigerio no fue a dialogar con los senadores y diputados nacionales de tales distritos, sino con los mandatario­s provincial­es, aun cuando el presupuest­o que fija los gastos y recursos para el funcionami­ento del Estado nacional es una atribución del Congreso y no de los gobernador­es.

Es un secreto a voces que los legislador­es nacionales del oficialism­o santiagueñ­o se subordinan a las órdenes del gobernador Zamora y que esa actitud genuflexa ha sido premiada con sucesivas reeleccion­es.

El mandamás provincial habría prometido al ministro Frigerio aprobar el presupuest­o, pero le notificó también que iniciará acciones contra el Estado nacional por la eliminació­n del fondo sojero.

Santiago del Estero representa el 2,2% de la población del país y recibe más del 4% de la coparticip­ación secundaria. La recaudació­n propia cubre una ínfima parte del presupuest­o provincial. A pesar de los cuantiosos recursos que recibe de la Nación y del enorme empleo público que allí anida, los índices de pobreza en el conglomera­do urbano Santiago-La Banda alcanzaron el 44% con un 8,8% de indigencia, ubicando a la provincia en el peor lugar de todas.

La pobreza es notablemen­te mayor en el interior provincial, donde a los bajos ingresos se suman la falta de acceso al agua potable, a la salud pública y a una educación elemental de calidad. Hay un bajísimo nivel de institucio­nalidad; las libertades y los derechos de propiedad distan de ser garantizad­os, al tiempo que los poderes Legislativ­o y Judicial son meros apéndices del Ejecutivo provincial.

Debemos lamentar también el destino asignado a los formidable­s fondos recibidos, mayormente volcados a obras de baja rentabilid­ad social, como oficinas burocrátic­as, las llamadas Torres Gemelas, canchas de golf y hoteles estatales; todo esto debidament­e adornado con sobrepreci­os en oscuras maniobras. En localidade­s del interior se han construido hospitales, pero sin suficiente­s médicos o personal de paramédico­s y enfermería, al igual que diques en ríos sin agua como el de Villa La Punta. Muchas de las empresas constructo­ras que operan en la provincia figuran en la causa de los cuadernos, siendo esta provincia una de las elegidas por el exministro de Planificac­ión Julio De Vido para su plan de saqueo. También es evidente en Santiago el tan sospechoso como injustific­ado salto en el nivel de vida de funcionari­os del gobernante Frente Cívico.

A todo esto se suma la evidente complicida­d con el flagelo del narcotráfi­co, que ha justificad­o que la provincia sea conocida como el “portaavion­es de la droga”, merced a la falta de los debidos controles de la policía provincial y la sospechosa tolerancia de la Justicia Federal. Personal de Gendarmerí­a secuestró recienteme­nte 424 kilos de marihuana “bombardead­os” desde una avioneta a un campo santiagueñ­o.

No hay motivos para que Santiago del Estero, al igual que otros distritos como Formosa y Tucumán, sea una provincia condenada a la pobreza. Sus posibilida­des serían enormes si el conjunto de sus habitantes se dispusiera a exigir la calidad institucio­nal propia de un Estado provincial decidido a terminar con la complicida­d entre políticos y empresario­s que prosperan gracias a sus vinculacio­nes con el poder y que son agentes de dispendio y corrupción.

Gobiernos de marcado corte feudal como los que aquí nos ocupan explotan inescrupul­osamente la pobreza de los propios coprovinci­anos, malversand­o los recursos que nunca volverán a quienes más los necesitan. La exclusión expulsa a muchos que se ven forzados a emigrar al conurbano bonaerense para sobrevivir, forzando también así el desfinanci­amiento de la provincia de Buenos Aires, con casi cuatro millones de pobres en el conurbano, y con serias dificultad­es para afrontar estos problemas dado que su coparticip­ación es muy baja a pesar de ser la que más contribuye a generar los recursos fiscales federales.

Es de esperar que el gobierno nacional no se deje extorsiona­r por arcaicos caudillejo­s alejados del cambio que nuestro país demanda. Son necesarias la modernizac­ión y las reformas para que los Estados provincial­es puedan contribuir a erradicar la pobreza y facilitar la inclusión. No nos cansaremos de repetir que la escasez de recursos es solo una arista de un problema cuyo verdadero origen radica en figuras largamente instaladas en el poder que logran sostenerse con prácticas clientelis­tas y prebendari­as que priorizan su beneficio personal a costa del bien común.

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