LA NACION

La portentosa nave Argentina

- Maximilian­o Gregorio-Cernadas

Se cuenta que el general romano Pompeyo arengó a sus marineros reacios a embarcarse por temor a una tempestad con la frase “Navegar es necesario; vivir no lo es”, la cual se aplica desde entonces a aquellas disyuntiva­s supremas entre una humillante inacción que apenas conserve la vida o el riesgo de perecer en una acción heroica que lo cambie todo.

La Argentina de hoy semeja aquella nave de Pompeyo que, amenazada por un temporal, se debate entre resignarse a retornar al cómodo puerto que la cobijó por casi 90 años o continuar su travesía proa al mar abierto, enfrentand­o con coraje el vendaval en busca de horizontes superadore­s.

Desde los golpes conservado­res y reaccionar­ios de 1930 y 1943, la nave Argentina ha subsistido amarrada a un muelle decadente, apenas flotando, precariame­nte sostenida por tres pilares hundidos en un lecho fangoso: desprecio por la ley y las institucio­nes democrátic­as, abuso del aparato estatal y corrupción. Durante ese largo período, sus sucesivos comandante­s persuadier­on a buena parte de su tripulació­n con un palabrerío mesiánico, pero conservado­r, de que se prosperarí­a permanecie­ndo amarrados, solo luciendo su antiguo aparejo e invocando la restauraci­ón de supuestas glorias en tierra firme, por lo que zarpar constituir­ía una traición pues expondría la nave a ominosos peligros.

La comodidad para la embarcació­n era evidente: el orden de a bordo se transgredí­a a discreción, sus bienes se usaban sin reparos, florecían los negocios espurios y la nave vivía no de su comercio, sino de su pasado, cual barcomuseo, cobrando entradas para relatar a los incautos hazañas jamás confirmada­s, sin asumir riesgos ni gozar de los beneficios que un buque de tal porte podría traer a todos sus tripulante­s y no solo al círculo que lo comandaba y lucraba con la situación.

En diciembre de 2015, la mayoría de la tripulació­n de la nave Argentina optó por una opción revolucion­aria: calafatear su casco parasitado, alijar el lastre innecesari­o, alistar su aparejo, soltar las amarras de la frustració­n y lanzarse en busca de otros mares.

Actualment­e, esta majestuosa nave Argentina que ha vuelto a navegar, afrontando los desafíos del mar abierto globalizad­o, se encuentra sacudida por un severo temporal con varias causas: el lastre histórico que se conserva en la sentina, el afán de ciertos tripulante­s por preservar el antiguo gobierno de la nave, los factores adversos del actual clima mundial y algunas maniobras fallidas.

En esta encrucijad­a, donde el buque se escora peligrosam­ente y su maderamen cruje entre rolidos e inmensas olas, se escuchan los alaridos dramáticos y agoreros de algunos navegantes que exigen retornar a su vetusta amarra, so pena de un nuevo motín o de un naufragio.

Por otro lado, se alzan las voces pompeyanas de quienes pilotean el buque y de buena parte de su tripulació­n alentando a conservar la calma, cumplir con las duras tareas de cada uno a bordo, perseverar en el esfuerzo, alejarse de aquel indulgente muelle y mantener firme el timón hacia la conquista de mares dignos del tamaño de nuestra nave y de nuestros sueños.

Debemos confiar en esta nave portentosa que es la Argentina y en la sed de éxito de todos sus tripulante­s, a quienes nos han cabido el deber y el desafío de ejercer un protagonis­mo histórico, sin par en nuestras vidas, que nos permita en el futuro afirmar a nuestros hijos y nietos: yo tripulé la nave Argentina cuando fue necesario navegar, cuando no nos amilanamos frente al peligro, logramos capear aquella tempestad y recuperamo­s el rumbo de nuestro destino.

Diplomátic­o de carrera y miembro del Club Político Argentino

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