LA NACION

Oro para la historia (y con historia)

Hija de remeros, se convirtió en la primera atleta en ganar la máxima medalla en los Juegos Olímpicos de la Juventud; le gustaba el hockey, pero a los 12 se decidió por el deporte que practicaro­n sus padres; sintió más presión en las semifinale­s

- Matías Baldo PARA LA NACiON

El oro de María Sol Ordás ayer en el remo de los Juegos Olímpicos de la Juventud es un hito en el deporte: no solo fue el primero en la competenci­a, que se extenderá hasta el 18 de este mes, sino el primer oro olímpico de un argentino en suelo argentino. Hija de un triple medallista panamerica­no en remo y de una remera que participó en los Juegos de Atlanta 96, Ordás compitió a pura emoción, llorando antes y después de la carrera.

El nombre de María Sol Ordás quedará para siempre en la historia del deporte argentino: se adueñó del primer oro en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires y fue la primera atleta nacional en conquistar una medalla de oro en una cita olímpica celebrada en territorio vernáculo.

María Sol creció en permanente contacto con el remo: sus padres fueron olímpicos. Damián Ordás, su papá, fue triple medallista en los Juegos Panamerica­nos de Winnipeg 1999 y parte de la delegación que viajó a Sydney 2000. Dolores Amaya, su mamá, participó de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 con 16 años y se había clasificad­o a la cita olímpica de Sydney, pero no pudo competir porque estaba embarazada de María Sol, quien nació el 24 de septiembre de 2000, durante los Juegos de Sydney.

Sin embargo, aunque la flamante campeona parecía predestina­da a una vida náutica, María Sol prefería el hockey. Recién a los 12 años se subió a un bote y desde el primer día se enamoró de la disciplina. “Empezó a practicar de forma recreativa y a los 14 años se sumó a nuestro equipo”, explicó Martín Cambarelli, el entrenador de la selección argentina de remo en estos Juegos Olímpicos y el hombre de confianza de la familia Ordás desde hace cuatro años.

“Mis papás dejan todo en manos de mi entrenador. En la previa no hablé mucho con mis papás, no me gusta hablar antes de las regatas. No lo hago a propósito pero soy bastante antipática antes de competir, mi concentrac­ión es así. En mi casa se habla poco de remo, no me gusta que mis papás me den consejos; para eso está mi entrenador”, dijo María Sol.

El día de su consagraci­ón empezó antes de tiempo: “Estaba nerviosa. Me desperté antes de que sonar ala alarma ”, confesó a La NacioN, con la medalla colgando de su cuello.

Sus últimos días estuvieron cargados de emociones, nervios y sonrisas hasta que llegó el desahogo final: cuando cruzó medio segundo por delante de la sueca Elin Lindroth, Ordás levantó sus brazos y empezó a llorar: “¡No lo podía creer! Lo primero que me pasó cuando crucé la meta fue ponerme a llorar. Ayer lloré, hoy entrando en calor y mientras mi entrenador daba la charla, yo no podía parar de llorar”, precisó después de conmoverse durante el himno en la ceremonia de premiación.

Ansiosa, Ordás llegó temprano al Parque Urbano en Puerto Madero, remó duran- te un rato, salió del dique para concentrar­se y realizó una última entrada en calor en el agua antes de competir por las semifinale­s a las puntuales 11.26 de la mañana. Como a lo largo de todas las fases clasificat­orias, Ordás fue inalcanzab­le, trazó el mejor tiempo de la prueba y se clasificó a la final.

“La semifinal fue la que más me costó porque tenía rivales fuertes. En la final estaba más relajada que en las semifinale­s, donde tenía la mochila de la clasificac­ión y me jugaba el pase a la final”, rememoró.

En la final, 34 minutos después de conseguir la clasificac­ión, compitió durante los 500 metros cabeza a cabeza contra su colega sueca. Ordás venía por detrás cuando cruzó el puente de la mujer, pero en la última mitad de la prueba logró remontar la desventaja, alentada por un público argentino que sostenidam­ente le ofreció su apoyo.

Si bien no es determinan­te para el resultado final, el público puede influir en el atleta, más cuando chicos de entre 14 y 18 años compiten frente a miles de personas. Para afrontar tal situación, el equipo de trabajo que encabeza Cambarelli cuenta con Raúl Barrios, un psicólogo deportivo. “Sabíamos que la localía podía ser una presión pero que, si estaba bien manejada, iba a ser un plus”, reflexionó Cambarelli.

Ya campeona y fuera del agua, una marea de periodista­s esperaba a Ordás mientras de fondo sonaba una batucada compuesta por sus amigos. Entre ellos se encontraba­n Tomás Herrera y Felipe Modarelli, bronce el día anterior en la final de dos sin timonel. Ambos fueron a recibirla con un abrazo tras la consagraci­ón. Los tres trabajaron juntos durante los últimos años y demostraro­n el éxito del proyecto: “No lo puedo creer. El trabajo de cuatro años terminó y qué mejor que colgarnos las medallas. Vinimos con un buen entrenamie­nto y entrenador­es excelentes, de los mejores”, se sinceró Ordás.

Tras ser subcampeon­a en el Campeonato Mundial Junior de Racice, República Checa, Ordás saldó su deuda pendiente con el oro olímpico y cumplió el primer sueño de una incipiente carrera cuyo futuro parece no tener techo. “Sueñen con lo que quieran hacer, todo se puede lograr. Uno puede llegar adonde quiera, siempre haciendo esfuerzos y entrenando bien. No importa lo que digan los demás, hagan oídos sordos”, cerró Ordás antes de reencontra­rse con su familia para celebrar su éxito de camino al control antidoping, una hora y media después de haber ganado la primera medalla olímpica de su carrera.

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Mauro alfieri maría sol ordás celebra el triunfo en puerto madero, en pleno centro de la ciudad
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Ricardo pristupluk Los brazos en alto de Ordás, la campeona olímpica en el single scull de remo

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