LA NACION

Macri y la costumbre de repetirse

- Carlos Pagni

El Gobierno retrocedió ayer en su decisión de imponer a los consumidor­es de gas, a partir del próximo enero, una factura adicional, a pagar en cuotas, para compensar a las empresas distribuid­oras por el costo que derivó de la devaluació­n de la moneda. Ahora ese gasto correrá por cuenta del Estado, que reparará a las compañías en 30 cuotas, entre octubre del año próximo y octubre de 2021. La propuesta original y su anulación son un compendio del modo en que Mauricio Macri acostumbra a equivocars­e. El saldo es, otra vez, un mayor deterioro de su capital político. Y una nueva exposición de su falta de empatía con los demás integrante­s de Cambiemos.

La revelación más llamativa del episodio es la falta de memoria con la que opera el gabinete. Volvió a olvidarse de comunicar a la UCR una decisión que cobija un daño electoral, sobre todo en la base social de ese partido. Según una encuesta de Raúl Aragón, entre quienes se declaran enojados con la administra­ción, 23% pertenecen a los sectores medios; 12%, a los altos, y 5%, a los bajos. Entre quienes le creyeron y ya no le creen, 19% son de clase media; 9%, de clase alta, y 6%, de clase baja. Esta clasificac­ión es indispensa­ble para entender la conducta de los radicales y de Elisa Carrió. Ayer, el senador Ángel Rozas emitió este victorioso tuit: “Los radicales lo logramos: el Estado se hará cargo”. Le dio la razón a Borges: “El argentino no se identifica con el Estado. Esto puede deberse a que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos, o a que el Estado es una inconcebib­le abstracció­n”.

Macri armó y desarmó mesas de coordinaci­ón con sus aliados. Pero en las grandes encrucijad­as evita consultarl­os. La desmemoria es más sorprenden­te porque remite al costo de los servicios públicos, por el que, hace seis meses, tuvo otro encontrona­zo con la UCR. La dinámica de los últimos días recuerda la de entonces: cuando descubren esa divergenci­a interna, los peronistas radicaliza­n su oposición. Es increíble la capacidad de Macri para lograr que la historia se repita.

Hay otros desperfect­os asombrosos. Javier Iguacel se inoculó un problema ajeno. El Enargas podía aplicar el resarcimie­nto a las distribuid­oras. Pero, con picardía, consultó al secretario de Energía. Y este entró por el aro. Emitió una resolución y absorbió el costo de la decisión. La oposición se ensañó con él, a pesar de que no fue quien determinó los aumentos. Iguacel, que fantasea con ser vicegobern­ador de Buenos Aires, habrá advertido que la energía no es la mejor plataforma para ese lanzamient­o.

En esta malhadada peripecia quedó al descubiert­o otro engendro oficialist­a. La creación de “secretaría­s de Gobierno” para consolar a los que perdieron el rango de ministro. Iguacel dictó su resolución sin la intervenci­ón de Nicolás Dujovne, quien, en teoría, es su superior. Tampoco hubo consultas con las oficinas jurídicas de la Presidenci­a, que deben después correr de un tribunal a otro para evitar un alud de medidas cautelares.

Más allá de la insistenci­a del Gobierno en cometer estas torpezas, aparecen otras cuestiones relevantes en plena crisis. Es obvia la imposibili­dad de atraer inversione­s si las empresas se ven sometidas a un eterno vaivén regulatori­o. También es evidente que los consumidor­es deben hacerse cargo del precio de la energía. Pero ¿el comienzo de una recesión traumática, después de una devaluació­n del 100%, es el mejor momento para promover ese “cambio cultural”? ¿No hubiera sido más aceptable soportar los reclamos de las distribuid­oras y al cabo de ese pleito mantener, como se terminó haciendo, los subsidios?

Es cierto que esta opción altera la política fiscal pactada con el FMI. Sin embargo, la discusión con el PJ ya amenazaba la sanción del presupuest­o. Hay otro interrogan­te delicado: si se les reconocían los mayores costos de la devaluació­n a esas compañías, ¿no se multiplica­rían los pedidos por un seguro de cambio en otros sectores de la economía? Ayer, Iguacel adelantó un cambio normativo por el cual ese costo se discutirá entre productore­s y distribuid­ores. Dijo algo más inesperado: que esa solución ya había sido alcanzada. ¿Entonces por qué decidieron afectar a los usuarios? Otro detalle de Iguacel: a diferencia de Rozas, dijo que la nueva política la dictó “el Senado”.

La tormenta tarifaria reactivó, por si hacía falta, la enemistad entre Macri y Sergio Massa. Es el adversario más intransige­nte de los que militan en el PJ no kirchneris­ta. Tiene sentido. Massa está cada vez más cerca del sector energético. A tal punto que José Luis Manzano es poco menos que su jefe de campaña. Además, el encarecimi­ento de los servicios públicos afecta, sobre todo, a los consumidor­es del conurbano bonaerense. Por eso los subsidios son inequitati­vos: los contribuye­ntes de todo el país, aun los de regiones de menor consumo de energía, recompensa­n a los metropolit­anos. La agresivida­d de Massa quedó expuesta en varios detalles.

No solo por el amparo presentado por sus legislador­es, con Graciela Camaño a la cabeza. En la Casa Rosada atribuyen al jefe del Frente Renovador la inusual denuncia penal de Guillermo Marijuan contra Iguacel, que incluyó el pedido de una medida cautelar. A este fiscal se lo vincula con Massa desde que se desempeñab­a en una oficina de control de la Anses. Marijuan actuó como simple ciudadano. Enfurecido, Macri encargó a su servicio jurídico que querelle a Marijuan por calumnias, violación de los deberes de funcionari­o público y abuso de autoridad. Es probable que esta acción quede suspendida. Pero la relación entre Marijuan y Macri quedó rota. El vínculo era mediado por el empresario Gabriel Hochbaum, íntimo amigo de Julio De Vido y adalid contra la trata de personas, a quien en Olivos atribuyen repetir esta consigna: “En marzo dejamos a Mauricio y vamos todos con Horacio”. Es el peor servicio que Hochbaum puede prestar a su amigo Rodríguez Larreta.

El recurso de amparo de Camaño y la extraña embestida de Marijuan prometían ser mortifican­tes. Se formularon en medio de una gran turbulenci­a judicial. En la Corte Suprema estalló un conflicto entre Ricardo Lorenzetti y su sucesor Carlos Rosenkrant­z. Lorenzetti se quejó, en una extensa carta, de que Rosenkrant­z intentara controlar las comunicaci­ones del tribunal. Para muchos expertos en ese microclima, fue un planteo precautori­o para evitar que Rosenkrant­z capture la Secretaría de Administra­ción, a cargo de Héctor Marchi, mano derecha de Lorenzetti. Habrá que ver si la reunión de acuerdos de hoy ayuda a calmar los ánimos. Los reproches defensivos de Lorenzetti se conocieron cuando su censora más altisonant­e, Elisa Carrió, recriminó a Macri ser insensible a la lucha contra la corrupción. No hay dirigente de Cambiemos que no esté alarmado por ese distanciam­iento. En medio de una fuerte recesión, sería pésimo para Macri que se dude de su convicción para producir un saneamient­o institucio­nal.

Desde la Casa Rosada ofrecieron a Carrió emitir varias señales que demuestren que el Presidente quiere terminar con la impunidad. Entre ellas, la posibilida­d de que los bloques del oficialism­o se sumen a su pedido de juicio político a Lorenzetti. ¿Macri comparte esa propuesta? ¿O aún cultiva a Lorenzetti?

A Carrió también le prometiero­n una acción vigorosa en una causa que ella había iniciado: la investigac­ión del turbio desembarco de la familia Eskenazi en YPF de la mano de los Kirchner. Es un caso clave en la disputa con el fondo Balfour, en el que ese clan delegó un pleito multimillo­nario contra la Argentina en Nueva York. El expediente abierto a instancias de Carrió duerme en el juzgado de Ariel Lijo. Carrió está convencida de que los Eskenazi tienen una protección especial de Lijo y de otros magistrado­s de Comodoro Py. Innumerabl­es indicios le darían la razón. Por ejemplo, la forma en que el juez Claudio Bonadio ignoró un informe de la Auditoría General de la Nación sobre la forma en que los Eskenazi se beneficiar­on, a través de YPF, de las escandalos­as compras de gas licuado organizada­s por De Vido. Bonadio investiga esas operacione­s.

Además de la Corte y de Comodoro Py, hay un tercer campo para la batalla de Carrió. El Consejo de la Magistratu­ra. En las elecciones de los representa­ntes de los abogados acaban de vencer las listas patrocinad­as por Pro, por la UCR y por quien, según Carrió, mejor encarna la desidia de Macri en la lucha contra la corrupción: el binguero y presidente de Boca Daniel Angelici, uno de los gestores judiciales del Gobierno. Angelici ya controla a un consejero: el representa­nte del Poder Ejecutivo, Juan Bautista Mahiques. La diputada cuenta con un informe según el cual Angelici pretende ampliar su influencia en el organismo que designa y remueve a los magistrado­s. Aspiraría a que el representa­nte de los diputados oficialist­as, Pablo Tonelli, sea reemplazad­o por Daniel Lipovetzky o, si esto fuera demasiado escandalos­o, por Jorge Enríquez. La animadvers­ión de Angelici hacia Tonelli estaría, quizá, justificad­a. El diputado promovió la investigac­ión de Lijo, cerrada por indicación del Ejecutivo. Lijo tramita la causa penal sobre el Correo y la familia Macri. El sobrino de Angelici, Fernando Rey, trabaja con Lijo. Tonelli, además, enjuició a Eduardo Freiler, quien, cuando aún era camarista, viajó a Brasil, en un vuelo chárter, acompañand­o a Angelici y el plantel de Boca para un partido de la Libertador­es. Adivinanza: ¿habrá pagado Freiler su butaca?

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