LA NACION

Del Bronx a Puerto Madero: el breaking trajo la cultura hip-hop a los Juegos Olímpicos

El argentino Mariano Carvajal y su compañera italiana Lexy terminaron cuartos y se clasificar­on para la fase de hoy; la disciplina tiene fuerte respaldo del público

- Fernando Massa

David Mansilla dejó la mochila sobre el pasto y se alistó enseguida para una batalla informal, al paso. Movimiento­s de brazos, de piernas, luego al piso, giros y un truco. De pie otra vez. Ahora era el turno de su amigo. Otro baile improvisad­o, aprovechan­do el ritmo que marcaban los dos DJ desde el escenario donde en minutos empezaría, en su modalidad mixta y en parejas, la competenci­a oficial de breaking, este baile callejero que nació en el Bronx en los 70 y ahora se metió por primera vez como disciplina de los Juegos Olímpicos de la Juventud en esta edición en Buenos Aires, que ayer tuvieron otra jornada repleta de público en el Parque Urbano de Puerto Madero.

A Mansilla y su amigo se les unieron otros espectador­es que formaron una ronda a su alrededor. Aplausos, sonrisas. Mansilla venía de participar del show de baile que abrió la competenci­a de escalada, con sus paredes que se alzaban ahí detrás, hacia el Río de la Plata, y no dejó pasar la oportunida­d de practicar break dance un rato más. Hoy, a los 22 años, es bailarín. Pero antes de estudiarlo en una academia se cruzó por primera vez con el breaking hace seis años en una plaza de San Miguel. Y no lo largó más.

“El breaking está saliendo del under, y con esto –señala hacia la pista donde bailarán los olímpicos–, más todavía”. Él cree que acá, en Buenos Aires, fue el freestyle (el rap de improvisac­ión con batallas verbales de uno contra uno que creció mucho en los últimos años) el que le abrió una puerta al breaking. Como explica, se trata de dos ramas de la misma cultura: la del hip-hop.

“La cultura hip-hop para mí es expresar todo lo que uno siente, en este caso a través de la expresión corporal –cuenta Mansilla–. El baile lo vas adaptando según lo que tenés a tu alcance: para uno es la elongación; para otro, la fuerza, y con la práctica lo vas completand­o. Por eso alguien al que le falta una gamba o el brazo lo puede hacer igual. Es libre, superinclu­sivo”.

Las tribunas del miniestadi­o se habían llenado una hora antes de la competenci­a. Los que llegaban a último momento se acomodaban en una lomada de pasto desde donde se alcanzaba a ver el cuadriláte­ro donde se librarían las batallas.

Se trata del mismo estadio donde se desarrolla­n las competenci­as de básket 3x3, esta adaptación con menos jugadores y un solo aro. Para el breaking lo único que debe modificars­e es el piso: se monta uno es- pecial para baile hecho de madera con vinilo y gomaespuma debajo. Ahí se presentan los competidor­es, donde uno después de otro improvisan el baile, siempre desafiante y acrobático, según los ritmos que marque el DJ. Basándose en los criterios de creativida­d, personalid­ad, técnica, variedad, actuación y musicalida­d, los jueces –eximios break dancers– emitirán su voto.

“Jornada histórica”

“¡El que haga más ruido se va a llevar un premio! Let’s clap your hands everybody, aplaudan, aplaudan, vamos a calentar un poquito”, arengaba desde la pista, micrófono en mano, el freestyler Inti Rap, que hizo las veces de locutor. “Es una jornada histórica para compartir la cultura hip-hop. Un aplauso para las b-girls y los b-boys (por breaker girl o breaker boy) y para los DJ, que con la música mantienen viva la esencia del hip-hop”.

Desde afuera, Mariano Domínguez lo escuchaba atento y sonreía. Es músico, percusioni­sta, y se conocen. Acá en el Parque Urbano él está dando un taller de percusión corporal para niños. La idea es hacer música y generar ritmo con el propio cuerpo. “Lo que se armó en esta sede está buenísimo. Es superurban­o: las competenci­as de bicis, el básket de tres, el skate, la escalada. Recallejer­o”.

A unos metros de él, Kash Gaines no paraba de moverse y de festejar los trucos y movimiento­s que desplegaba­n los b-boys y las b-girls durante las sucesivas batallas. Camisa holgada, jeans, descalzo y con una vincha en la cabeza, este productor audiovisua­l y street dancer estadounid­ense llegó desde California para dar una mano en la organizaci­ón de la competenci­a de esta disciplina. Estaba exultante: ante sus ojos tenía la evidencia de que este estilo que nació en los barrios pobres del Bronx, entre la comunidad negra y la latina, algo que nació de la nada, de quienes no tenían nada, ahora se practique en todo el mundo y hasta sea una disciplina olímpica, al menos por ahora, para los jóvenes.

“Esto es para cualquiera –dice Gaines–. Solo se tiene que amar la música y tener fortaleza mental. Se trata de crear tu estilo. Después sí se le suman la flexibilid­ad y la creativida­d. Y a medida que se avanza se les da más importanci­a a la meditación, la nutrición, la hidratació­n”.

Mariano Carvajal (o Broly, según el nombre de batalla que eligió el representa­nte argentino olímpico masculino en honor a un villano del animé Dragon Ball Z), acababa de ganar otro round con su compañera italiana, Lexy. Terminaría­n cuartos en la competenci­a del día y estarían entre los clasificad­os para la fase que tendrá lugar hoy.

Lautaro Carballo (o Lauxt, según su nombre artístico para las batallas) lo observaba con un grupo de amigos desde afuera. Compitió (y perdió) contra él tiempo atrás en un torneo en Córdoba.

Al igual que Broly, Lauxt envió un video de 40 segundos con su baile cuando la Federación Mundial de Baile Deportivo convocó a bailarines de todo el mundo nacidos entre 2000 y 2002 para la preselecci­ón que llevaría a un grupo a competir a Japón y de donde saldrían los 12 b-boys y las 12 b-girls que participar­ían de los Juegos Olímpicos.

Lauxt no quedó preselecci­onado pero no quiso perderse la competenci­a y vino con sus amigos de Villa Mitre, en Berazategu­i, hasta el Parque Urbano. “En el breaking vas buscando tu personalid­ad en el baile. Al principio es frustrante, pero con práctica los movimiento­s se van naturaliza­ndo. La música se siente en el pecho, de ahí pasa a los brazos y se expande a todo el cuerpo. Es una descarga sin agredir. Vas a la guerra, pero sin hacer daño”, describe.

Y en la pista se ve exactament­e eso: cada batalla, donde abundan los gestos desafiante­s, termina en sonrisas y en un abrazo fraterno con el contrincan­te. En definitiva, de eso se trata.

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FABIÁN MARELLI Mariano Carvajal, Broly, en plena “batalla” olímpica

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